COLUMNISTAS

Tristes trópicos

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MARABOLIVARIANOS. Maradona fue contratado por Chávez, un experto del espectáculo: una semana antes había apelado a exhumar el cadáver de Bolívar.

El problema es de quienes se tomen en serio la política: amargos sin sensibilidad popular. Y no de quienes la practican como un show incesante. No es el caso de Maradona, un profesional que cobra un cachet para actuar de él mismo, sino de quienes realmente dirigen el teatro, ya sean Menem en los noventa (para quien también actuó Maradona) o Kirchner y Chávez hoy. Ellos sí entienden cómo funciona la política; por eso Menem le es hoy funcional a Kirchner en el Congreso y Kirchner le es hoy funcional a Menem en la Justicia.
El presidente de Venezuela rompe relaciones con Colombia y ordena el “apresto operacional” de las fuerzas armadas, especialmente de los 200 mil solados destinados a la frontera. El jefe del ejército de Venezuela, general Carlos Mata, revela estar preparado para repeler cualquier agresión colombiana. En la grave solemnidad del anuncio aparece Maradona como escolta ideológica del presidente de Venezuela y como un símbolo de rebeldía frente al poder permanente del presidente de Colombia por ser aliado de los Estados Unidos.

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Maradona no sólo se representa a sí mismo en esa escena sino también a Kirchner, quien promueve su continuidad al frente de la Selección y construirle una estatua. La investidura de Kirchner tampoco es exclusivamente suya porque representa a la Unasur, una OEA sin Estados Unidos, organismo que todos los países latinoamericanos conformaron para poder dirimir sus conflictos y alinear sus intereses sin intervención de Washington, y es el encargado de mediar entre Colombia y Venezuela en el conflicto.
Colombia se preguntaría: “¿Cómo puede mediar quien es claramente favorable al gobierno de Venezuela?”. Pero el gobierno de Colombia tampoco es serio, no espera ninguna mediación ni ninguna guerra. Su presidente actual –Alvaro Uribe– está a poco más de una semana de dejar el poder y no parece lógico crear un conflicto con su principal vecino a tan pocas horas de traspasar el mando denunciando, además, situaciones que se conocen desde hace años.

El Mar de los Sargazos. Personalmente me tocó cubrir la frontera de Venezuela con Colombia el 3 de marzo de 2008, cuando otra pelea entre Uribe y Chávez amenazó con desatar una guerra. Y allí fotografié los sitios donde las FARC buscaban refugio, entre ellos Don Pío, la enorme estancia del ministro del Interior de Chávez, Ramón Rodríguez Chacín, alias “el Pollo”, quien llamaba a los integrantes de las FARC “camaradas” (“El Macondo de Chávez”: www.diarioperfil.com.ar/edimp/0241/articulo.php?art=6115&ed=0241).

Poco serio resultó también el canciller de Colombia, Jaime Bermúdez, cuando fue embajador en Buenos Aires hasta junio de 2008 como premio por haber sido artífice de la campaña comunicacional que contribuyó a reelegir a Uribe. En el currículum de Bermúdez consta haber sido periodista desempeñándose como corresponsal de la revista Diners. Los lectores más memoriosos de PERFIL recordarán una contratapa de este diario acusando al entonces embajador Bermúdez de intentar “leer” su reportaje antes que se publicara (“Embajador poco diplomático”: www.diarioperfil.com.ar/edimp/0229/articulo.php?art=5406&ed=0229).
Si Chávez y Uribe, o el jefe del ejército del primero o el canciller del segundo, no son más serios que Maradona o Kirchner, el problema es de los que se toman en serio la política y se escandalizan al ver al emblemático director de la selección del deporte más popular de la Argentina siendo utilizado por el presidente de un país que anuncia el rompimiento de relaciones con otro. No entienden la política. Tampoco entienden a Tinelli porque no comprenden el gusto de las grandes masas.

Salvajes civilizados. Así se refería Lévi-Strauss en su libro Tristes trópicos a los habitantes del Amazonas moderno, a quienes dedicó sus últimas palabras en su discurso al asumir la cátedra de Antropología Social del Collège de France. Lévi-Strauss se declaró “discípulo y testigo” de estos “salvajes civilizados” del norte sudamericano.
Quizás el periodismo, con la misma humildad de la antropología estructural, deba declararse discípulo y testigo de estos cálidos guerreros orales. Su teatralidad puede ser sustituto de las guerras de verdad.