El gran lírico alemán Novalis escribió en su diario una frase insólita para su siglo: “La humanidad es un personaje cómico”. No agregó explicación.
Hemos visto-convivido el insólito drama de Japón. Naturaleza versus hombre. La televisión nos mostró la mano gigantesca como de un dios ofendido, barriendo el universo de las cosas y reduciéndolas a una nada informe en la que se mezclaban seres humanos, casas, electrodomésticos, autos, aviones, trenes, barcos, autopistas, centrales nucleares. Es todo muy reciente, pero es probablemente el más inolvidable signo de algo que se incuba desde décadas. Estamos ante un límite.
La naturaleza, un dios enfurecido o duendes dañinos e irónicos parecen haber elegido el país boom electrotecnológico que desde los años 60 fascinó con el consumismo universalizado. El triunfo de la cosa, del tener, del acumular. Japón fue uno de los pioneros, tal vez el principal o el pionero. La computadora es la culminación del proceso. El triunfo más reciente. Ese universo callado de calculadoras con olor a plástico y tibieza de gato que dormitan resolviendo cálculos infinitesimales. Lo cierto es que el drama de Japón es una señal de derrota para una civilización entregada con alegría a la tercnolatría, avance o involución, que incluso la sabiduría oriental no puedo controlar.
Entre la Tierra y el hedonismo, hemos elegido el hedonismo. Después de la reunión de Río de Janeiro en 1992, los técnicos no fueron oídos y la Maquinaria tecnológico-comercial-financiera que superó a los políticos. El mercantilismo dominó todas las esferas del hacer. Justamente, uno de los fracasos ocurrió en la cumbre de Kyoto.
Tal vez por eso, en su testamento filosófico de 1976, Heidegger responde a la revista Der Spiegel: “Ahora lo único que cuenta es que la política pueda controlar la marcha de la tecnología”.
La fascinación tecnolátrica es el mayor contenido de esta etapa material-mercantilista y, como se ve hoy en el drama de Japón, de la política (que entre otras cosas es el resultado democrático de la voluntad de la sociedad sobre su calidad de vida).
Hoy, que se habla de las premoniciones mayas, viene al caso evocar su extraordinario libro Popol Vuh sobre los orígenes del hombre y del mundo. En el tercer intento de los dioses por afirmar en la tierra humanos aceptables, fracasan y los destruyó el dios Tucumbalam y no ya por inundación sino levantando contra ellos las cosas que habían inventado. “Eran muñecos, no tenían nada de espíritu. Cayó una gran resina del cielo, los árboles, las mansiones, las ollas, sus trastos, sus piedras de moler los trituraron.”
El sacrificio inédito de Japón lanzará una reflexión mundial y un probable debate acerca de los límites no respetados, tanto en lo que hace al calentamiento de la Tierra como al recurso nuclear. China y otros países se lanzaron de lleno a programas nucleares entusiastas en la medida que los hidrocarburos implican problemas, desde la baja de reservas y a continuas oscilaciones políticas (mundo árabe) y económicas.
¿Cómo reconquistar la austeridad perdida? ¿Cómo zafar de la encerrona de una calidad de vida que apostó a las cosas como prueba mayor de bienestar y progreso?
La relación hombre-naturaleza está quebrada y es poco imaginable que habrá decisiones de retorno a un esquema de crecimiento que implique reorganizar el panorama de nuclearización. Una catástrofe parcial puede ahorrarnos la catástrofe.
Sería éste el momento para movilizarnos y salir de una calidad de vida amenazada, agobiante y querida, urbi et orbe, como la adicción de una droga de poder ineludible.
En una entrevista a Karl Lorenz, el famoso etólogo, sobre el tema del límite ecológico contra el que ya nos golpeamos, dijo: “Conocemos que cuando hay un parto fracasado el médico suele hacer al padre la pregunta fatal: ¿O salvamos al niño o a la madre?
En el caso del que hablamos, presentada la opción entre la Tierra y el bienestar consumista, seguramente, elegiríamos este último en vez de la Tierra protectora.
*Escritor y diplomático.