Nadie le había dicho a Néstor Kirchner lo que le dijo Eduardo Duhalde. Nadie había llegado tan lejos como para calificarlo de loco y compararlo con los íconos del fascismo y el nazismo. Sólo Elisa Carrió había merodeado esas desmesuras cuando recurrió como ejemplo al matrimonio Ceausescu, los últimos dictadores de un stalinismo jurásico que reinaron en Rumania. Semejante terremoto conceptual se metió de golpe en el debate y abrió una serie de interrogantes acerca de los motivos que llevaron a Duhalde a tirar semejantes granadas.
No se fue de boca. Los dirigentes que lo acompañaron al estudio de Canal 3 de Rosario y vieron todo detrás de las cámaras aseguran que fue muy consciente de lo que dijo y que no se trató de una incontinencia verbal producto del entusiasmo del reportaje. Dijo lo que quiso decir en pleno uso de sus facultades mentales y no se mostró arrepentido en ningún momento.
Por la tele y en mute. Más tarde y en compañía de Norberto Nicotra, un eslabón de su relación con Carlos Reutemann, fue al gremio gastronómico y sólo se preocupó por subrayar que cuando habló de Kirchner como Hitler y Mussolini se refirió a lo grotesco de su lenguaje gestual. Es la impresión que tuvo Duhalde cuando le sacó el sonido al televisor y vio a Néstor desencajado, tirando trompadas al aire durante su último discurso frente al Congreso de la Nación. Aquel día será recordado dolorosamente por el peronismo porque sufrió su segunda paliza política en la calle, un lugar donde estaba históricamente invicto y donde siempre juega de local. Se trató de uno de los peores actos que recuerden los intendentes del Conurbano. Fue muy poca gente en forma espontánea. Kirchner poco menos que obligó a Scioli y a Urribarri a improvisar sus discursos inconexos y nerviosos. Además, las acusaciones de “comandos civiles y grupos de tareas” contra el campo funcionaron como el ataúd que quemó Herminio Iglesias en 1983, sepultando las posibilidades electorales de Italo Luder. Ese mismo efecto tuvieron las palabras de Kirchner sobre varios senadores que –con su voto contrario al proyecto del Gobierno– prepararon el camino para el histórico voto no positivo de Cleto, que está a horas de cumplir un mes.
Aníbal devolvió gentilezas. Es casi una regla no escrita del kirchnerismo: cuando se ordena castigar a alguien o contragolpear una declaración la debe realizar quien más cerca haya estado en el pasado de ese personaje. Aníbal Fernández fue el encargado de referirse a los dichos de su antiguo jefe político como una “brutalidad inaceptable”. Jose María Díaz Bancalari, compañero de truco estival y de matriz duhaldista de Aníbal, le comentó a su gente que Duhalde estaba “toreando y provocando” a Kirchner porque no consigue los respaldos suficientes como para ganarle la interna de noviembre en el justicialismo bonaerense a quien casi es un número puesto para presidirlo: Alberto Balestrini.
El pan de la locura. Tal vez la explicación más preocupante desde lo institucional es la que plantea que Duhalde se atrevió a decir en público lo que otros no se animan: que Kirchner está loco. El jueves dijo por tercera vez en 10 días que Néstor padecía “graves problemas psicológicos” producto de la forma confrontativa al extremo y altamente concentrada que tuvo para gobernar. Esas fuentes aseguran que Duhalde se convenció de la necesidad de blanquear esta situación después de escuchar atentamente a dos personas que fueron de su íntima confianza y que luego pasaron a cumplir el mismo rol pero con los Kirchner: el senador José Pampuro y el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Pampuro fue padrino y pediatra de los hijos de Duhalde y un gran cebador de mate durante mucho tiempo. Será el representante argentino en la asunción de Leonel Fernández, presidente por tercera vez de República Dominicana porque Cristina no puede ir y porque a Cobos no lo quieren dejar ir. En un par de ocasiones, Pampuro salió pálido después de hablar con Néstor Kirchner en la quinta de Olivos. No era la primera vez que asistía a semejante espectáculo, pero en esas dos ocasiones lo impresionaron más que nunca los gritos, las acusaciones y la cerrada negativa a pensar, aunque sea, en la posibilidad de recomponer la relación con Felipe Solá o con el vicepresidente de la Nación, entre otros Judas y traidores que no habían votado positivamente el proyecto del Gobierno. Ante gente de mucha confianza, Pampuro alcanzó a balbucear: “Está intratable”. Esas dos mismas palabras fueron las que utilizó Alberto Fernández para definir los desequilibrios emocionales que detectó en Néstor Kirchner y que clausuraron cualquier posiblidad de que él continuara en el Gobierno. Pintan un panorama desalentador: no acepta nada. No quiere ni oír hablar a Cristina de cambiar a Guillermo Moreno y se ríe burlonamente de los que sugieren suavemente que ella necesita cada vez más un ministro de Economía con mayúscula que pueda afrontar problemas tan complejos como la expectativa inflacionaria.
A esta altura, para los consultores y las encuestas más confiables está claro que el principal activo que tiene Cristina Fernández es el silencio de Néstor. Su perfil casi inexistente le ha permitido a la Presdienta recuperar casi una docena de puntos en su imagen positiva además de su nuevo estilo más simpático y menos agresivo. También es cierto que si hay que ponerles nombre y apellido a los problemas políticos más graves que debe afrontar Cristina, están en el podio Néstor Kirchner, Julio Cobos y Eduardo Duhalde, en ese orden.
¿Qué daño hace Kirchner?
Hubo perjuicios muy obvios durante todo el conflicto con el campo, donde a grito pelado e insulto logró varios milagros como unificar a todas las entidades en la Mesa de Enlace, darles un canal de protesta fuerte a las clases medias urbanas que se sumaron al coraje de las rurales para ponerle límites a la prepotencia pingüina y –finalmente– la sucesión insólita de actos y discursos que sólo lograron espantar más gente y más votos hacia otros destinos. Hoy –a pesar de su silencio– sigue poniendo palos en la rueda de Cristina y teniendo actitudes destituyentes. A Sergio Massa todavía lo tiene en observación en el corralito. Su desconfianza genética y esa mezquindad incapaz de derivar no le deja espacios ni siquiera para tomar decisiones de relativa importancia. Lo vio solamente el día de la primera conferencia de prensa de Cristina y una vez le atendió el teléfono. Y nada más. Y estamos hablando del jefe de Gabinete de su esposa. Por eso mandó con la cimitarra a Julio De Vido para que saliera a castigar a los oficialistas que tuvieron la osadía de dudar de los beneficios de la continuidad de Guillermo Moreno. Muchos cronistas cuentan que Sergio Massa, en la revista Gente, repitió su tibia idea abortada originalmente de inyectar credibilidad al INDEC, tal como la había escuchado de los labios de la mismísma Cristina. Algo parecido dijeron Agustín Rossi, Patricia Vaca Narvaja y hasta Carlos Kunkel. De Vido salió a retrucar como la voz del sin voz –Néstor– para recordar que hay que estar absolutamente de acuerdo con lo que hace el Gobierno que integran y que –para criticar– está la oposición, compañero Perogrullo. Como El Quijote y Sancho Panza, sólo Néstor Kirchner y su fiel escudero Rudy Ulloa Igor saben desde El Calafate qué va a pasar la semana que viene con la cabeza de Moreno y con la impostergable necesidad de refundar el INDEC sobre las ruinas que el Gobierno consiguió. Esta cruel realidad convierte en una tarea titánica para Cristina y Massa convencer a alguien de la necesidad de incorporar planes y figuras nuevas a un gabinete claramente fatigado y desgastado . “Nadie quiere agarrar”, dicen los funcionarios de menor rango. Nadie les garantiza que puedan colaborar con la Presidenta con la suficiente autonomía. Sólo los que mayor convicción ideológica tienen o los más obsecuentes y menos brillantes están dispuestos a correr el riesgo de sumarse a una administración que oculta al que toma las decisiones estratégicas en el patio del fondo y en las sombras de la quinta de Olivos. Kirchner ya no está en condiciones de convocar a los mejores. Su estado de gracia pasó. Y ahora Cristina, por su culpa, vive en estado de desgracia.
¿Qué daño hace Cobos?
Se ofrece como el espejo invertido de los Kirchner. Hace todo lo contrario que ellos y trata de respetar casi como una Biblia las demandas de las amplias clases medias urbanas y rurales que en 200 días le dieron la espalda a Cristina. Intenta representar a la clientela histórica del radicalismo. Recibe, escucha y dialoga con todos los que se lo piden. Es amable y respetuoso en el trato. No anda todo el día con cara de traste. Se hace fotografiar disfrutando de su familia, de la gimnasia y de los Midachi. Se ha convertido en una especie de ambulancia samaritana que recoge todos los heridos que los Kirchner tiraron por la ventana. Teje acuerdos con Felipe Solá y Hermes Binner, y con los que ellos representan. Quiere mantener despierto el rol de un Congreso que durmió durante demasiado tiempo y plantea una agenda parlamentaria independiente del Poder Ejecutivo. Dicen que no van a permitir que despegue con tanta facilidad el proyecto oficial de estatizar Aerolíneas Argentinas, al que la oposición define como un cuento de Jaimito. Y como si esto fuera poco, tiene planes para sacarles tarjeta roja a los superpoderes infra-republicanos cuando llegue la hora de discutir el Presupuesto nacional. Nadie cree que ahora, de pronto, Cobos se haya transformado en un estadista inigualable. Pero tampoco lo contrario. Néstor lo subestima desde que lo conoció. Lo considera un pobre muchacho, pero Cobos no tiene un pelo de sonso. En sus primeros minutos como presidente fue a la presentación del libro del jefe del socialismo, el senador Rubén Giustiniani, reclamó urgentes cambios en el INDEC y no hacerse cargo de la deuda de Aerolíneas, y desembarcó una vez más en una exposición rural con uno de sus principales compañeros de ruta, Mario Meoni, el intendente de Junín.
¿Qué daño hace Duhalde?
Jura que no quiere ser candidato a nada, pero se ofrece como el único director técnico capaz de convocar a un seleccionado de peronistas disidentes del kirchnerismo. Tiene la ventaja de no competir con nadie por el buzo de DT, pero utiliza esa arma de doble filo del pragmatismo que está en el ADN de su formación ideológica y que le permite juntar el cielo y el infierno. Es capaz de sumar a algunas figuras con un futuro promisorio y a otras con pasado lamentable, como Luis Barrionuevo o Chiche Aráoz, que en la opinión pública producen un fuerte efecto negativo similar a algunos personajes que están con Kirchner, como Armando Cavalieri o Alejandro Granados. Chiche Duhalde dijo que ella y su esposo nunca olvidarán las acusaciones de “padrino” que les hizo Cristina en las tribunas y de mafioso que Luis D’Elía se encargó de difundir. En la relación de ambos matrimonios hay mucho más que broncas políticas. Hay desprecio mutuo y cierto sentimiento de culpa de Eduardo Duhalde, quien se siente responsable de haber ayudado a engendrar a Kirchner como presidente. Hoy está arrepentido y quiere subsanar ese error.
De todos modos, más allá de los hombres y los nombres, quien más daño hace al gobierno de Cristina es la falta de calidad institucional y de planes concretos para combatir en forma urgente la fuerte desigualdad social, el aumento de la cantidad de pobres y la inflación ignorada que sigue carcomiendo el poder adquisitivo de los que menos tienen. Esta agenda resume los principales reclamos y dibuja el mejor camino que tiene Cristina para cumplir con sus promesas electorales y recuperar la credibilidad dilapidada.