Conozco gente que después de leer La casa de las bellas durmientes de Kawabata sostenía –supongo que sigue sosteniendo– que en Japón era posible encontrar posadas atendidas por mujeres maduras donde a cambio de una suma de dinero uno podía dormir junto a jóvenes doncellas desnudas y narcotizadas. Naturalmente, hacer creer cualquier estupidez no es algo privativo de la literatura japonesa: hace pocos días se cumplieron setenta años desde que la revista The New Yorker publicó un relato de Shirley Jackson en el que los lectores vieron “el horrible reflejado de sus propias caras” (esas palabras son de Ruth Franklin, la biógrafa de Jackson).
El 26 de junio de 1948 apareció en el New Yorker “La lotería”, de Shirley Jackson, una escritora estadounidense de historias de fantasmas muy admirada, entre otros, por Stephen King. “La lotería” se volvió el cuento por el que el New Yorker recibió más cartas de lectores en toda su historia. La mayoría pedía aclaraciones sobre su significado, otros insultaban a la autora y muchos pedían que se les cancelara la suscripción a la revista. Con los años el cuento se volvió famoso. Hasta donde sé –la lista podría ser más larga, pero no más corta– se convirtió en una obra radiofónica, en un cortometraje producido por la Enciclopedia Británica, fue citado en un episodio de Los Simpson, en un video de Marilyn Manson y en un episodio de la serie Una serie de eventos desafortunados.
Para explicar por qué “La lotería” suscitó esa rea-cción hay que contar de qué habla y, necesariamente, spoilearlo, así que les recomiendo que lo lean antes de seguir (es breve, tendrá una docena de páginas y se encuentra fácil en la web).
“La lotería” está ambientado en un pequeñó pueblo de New England donde cada 27 de junio una persona es elegida al azar entre los habitantes para ser lapidado por todos los demás. La confusión entre los lectores se debió a cierta ingenuidad, pero también al hecho de que en aquella época el New Yorker no distinguía gráficamente los artículos periodísticos de las ficciones. Algunos lectores querían saber qué pueblo era, para poder asistir al año siguiente; los más atentos entendieron que se trataba de un relato, pero entre éstos hubo quienes pensaron que estaba inspirado en un hecho real. Entre quienes se indignaron está el antropólogo Alfred L. Kroeber, el padre de Ursula K. Le Guin, que para entonces tenía 19 años. Le Guin le cuenta a Franklin que su padre “sentía que Jackson no había explicado suficientemente bien cómo la lotería podía ser aceptada como institución social”.
El New Yorker le respondió a sus lectores con un mensaje standard: “La historia de Jackson puede ser interpretada de muchos modos distintos. Es solo una fábula. La autora eligió un pueblo sin nombre para mostrar cómo, en un microcosmos, las fuerzas de la agresividad, de la persecusión y del espíritu de venganza representan una tradicción perenne en la humanidad, y cómo sus objetivos son elegidos sin una verdadera razón”.
Shirley Jackson siguió recibiendo cartas amenazadoras hasta su muerte, en 1965. Un amigo de Jackson le contó a Ruth Franklin que la autora le había confesado que se había inspirado en el antisemitismo, y otro que ella le dijo que los personajes estaban inspirados en verdaderos residentes de North Bennington, el pueblo de Vermont donde la escritora vivió desde 1940 hasta su muerte. Según Franklin, el gran logro de “La lotería” consistió en haber agregado al ya clásico tema de la deshumanización la característica casual de ciertos actos de violencia, y que por eso anticipó muchas teorías que se elaboraron después del Holocausto y algunos experimentos sobre la moral humana, como el de la prisión de Stanford.