COLUMNISTAS

Viuda

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Simbolo. El negro riguroso que la Presidenta se autoimpuso suma rigidez a su dolor público.

“La mayoría de la viudas odian esta nominación porque la gente reacciona ante ellas como si padecieran una enfermedad contagiosa”, escribió Carol Barret en su libro La mujer y la viudez. Agregaba: “Una de las primeras realidades que me sorprendieron en mi trabajo psicoterapéutico con mujeres que han enviudado fue el rechazo generalizado que encontré en ellas a ser identificadas como viudas”.
La psicoanalista argentina Esther Moncarz, en las VII Jornadas Internacionales de Actualización de su profesión, presentó el trabajo La viudez en las mujeres y allí sostuvo que en la viuda “la identidad parece quedar inextricablemente unida y sellada a la muerte del marido”.

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Con las enormes singularidades del caso, la fijación de la identidad del esposo fallecido a la viuda se percibe hasta en la Presidenta, que nunca ha sido más Cristina Kirchner que ahora, haciendo quedar totalmente en el olvido aquella Cristina Fernández que se remarcaba feministamente durante la campaña de 2007. Mujeres que pasaron por lo mismo dicen en el trabajo de Moncarz: “Yo, que siempre firmé con el apellido de soltera, ¿te parece que ahora tenga que firmar como viuda de?”.

Pero esta experiencia en el caso de la Presidenta se da sin los componentes negativos más habituales de la viudez en la mujer, como el empobrecimiento económico y la pérdida de vínculos con los amigos de su marido fallecido o de su familia política.
La viudez obliga a la “desidentificación que brindaba el nosotros”, al desamparo y a la carencia. La viudez es la forma en que terminan todos los matrimonios que no concluyen antes por divorcio. La viuda no sólo debe procesar la pérdida de su amado sino la de toda una estructura que la contenía, la matrimonial, sumada la clausura de su vida sexual a la crisis identitaria. Es que no se dice “está viuda”, porque estar alude a algo pasajero. Sino que se dice “es viuda” o “quedó viuda”, que define algo definitivo y casi inmodificable.

Quizá por eso, en las reuniones de grupo donde se estudiaron los efectos de la viudez, ante la pregunta “¿qué es, para ustedes, ser viuda?”, las respuestas eran “vieja”, “sola”, “soledad”, “ser vieja y viuda es lo mismo”.
En el caso de Cristina, la situación se invierte y su V de la palabra viuda se termina asociando con la V de Vuelve, de Vive y de Victoria, en todos los casos del marido en ella, o del marido a través de ella. Una V que es tan característica de la cultura peronista como el bombo o su marcha.

En otro rango se asimila a aquellas viudas que quedan “empoderadas” (proceso de adquisición de poder) por la muerte de su marido. Mujeres que recuperan o agrandan su capacidad de tomar decisiones sobre sus propias vidas, especialmente las económicas, que antes tomaban sus maridos. Quizás, aun salvando las distancias, también a Cristina le acontezca algo del orden de lo sucedido a Amalita Fortabat (Lacroze) o Ernestina Noble (Herrera), que heredaron de sus maridos un enorme capital, en el caso de la Presidenta simbólico, y en el de las dos empresarias, material. Otra diferencia en el caso de Cristina es que suma al legado de su marido su propio capital, lo que en el caso de las dos empresarias mencionadas no se encontraba por lo menos en la misma proporción.

Para los antiguos egipcios, la vida no terminaba con la muerte. Para Néstor Kirchner, tampoco. Así como los monumentos son el recuerdo físico de un prócer, aquello que vincula su memoria con el presente, en la viudez de la Presidenta se corporiza el recuerdo vivo de su marido muerto.Si en la Edad Media el luto era un castigo que se le imponía a la viuda como una forma de vigilancia moral y las segundas nupcias eran vistas como un sacrilegio, en el caso de la Presidenta la vigilancia que sobre ella se ejerce es ideológica. Para Cristina, incumplir el luto sería no esforzarse por mantener vivas sus ideas retirándose de la pelea.