COLUMNISTAS

¿Y la inflación?

Mientras los triunfos en el Mundial atraen felizmente nuestra atención y Kirchner sueña con el efecto electoral que podría tener salir campeones, el futuro del propio Gobierno y el de la economía argentina en su conjunto pueden estar siendo puestos en juego por un espiralamiento de la inflación que cruce el límite de lo controlable.

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SUPER ARGENTINA. Así dibujó hace ya varias décadas el creador de Patoruzú, Dante Quinterno, nuestra potencia futbolística.

Mientras los triunfos en el Mundial atraen felizmente nuestra atención y Kirchner sueña con el efecto electoral que podría tener salir campeones, el futuro del propio Gobierno y el de la economía argentina en su conjunto pueden estar siendo puestos en juego por un espiralamiento de la inflación que cruce el límite de lo controlable.
Nadie puede dejar de reconocerle al kirchnerismo varios aciertos económicos yendo por un camino opuesto al que recomendaban los economistas ortodoxos. Pero quizás esa autoconfianza pueda llevarlo a creer que la heterodoxia es siempre la medicina para todos los males y esta vez se equivoque con la fuerza que es habitual en aquellos que vienen acertando. No puede haber aumentos de salarios del 30% sin un posterior correlato en materia de inflación. No podría haber una inflación del 30% con una devaluación del dólar del 10% sin que en el mediano plazo se produjeran secuelas variadas y significativas. Y no podría haber una inflación del 30% sin generar consecuencias graves.
¿Qué diferencia hay entre 20% y 30%? Toda, porque con el 20% todavía se podría apostar a bajar la inflación al 10% con correcciones que no signifiquen ajuste o recesión. Con el 30% se hace difícil no pensar en que, más tarde o más temprano, alguien apelará a un plan antiinflacionario (no ya a medidas puntuales) que al tenerse como prioridad termine secundarizando el crecimiento o el empleo.

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Tampoco es lo mismo 20% bajando o estable que subiendo al 30%, porque la inercia potencia el pronóstico siguiente haciendo que todos los sectores pretendan cubrirse de lo que vendría, produciéndolo como cualquier profecía autocumplida.
En el primer trimestre de 2010 la inflación se disparó y, anualizada, habría alcanzado el 30%, pero el segundo trimestre descendió y su proyección anual rondaría el 20%. ¿Por qué justo cuando la inflación parecía contenerse el Gobierno no aplicó su poder de intervención, como parece que acertadamente está haciendo en Gualeguaychú, y permitió que varios sindicatos obtuvieran aumentos cercanos y superiores al 40% cuando el propio Estado nacional como empleador había otorgado el 21%? No se entiende.
Tampoco es clara la actitud de Moyano, quien primero dijo que los camioneros pedirían también alrededor del 21% para, dos semanas después, reclamar el 31%. Las explicaciones vienen asociadas a los posicionamientos electorales de 2011 y las internas entre los propios sindicatos. Quizás el Gobierno carezca ya de capacidad de intervención sobre ellos y la carrera de unos obligue al resto. Ojalá no sea así y el kirchnerismo esté aún a tiempo para desarmar una bomba de tiempo no menor a la que fue la convertibilidad tardía. En cualquiera de los casos, la cuenta la pagarán los que menos tienen: en los 90 la variable de ajuste era el desempleo, ahora lo sería la pérdida de valor de compra de los salarios por espiralamiento inflacionario.
Es positivo ver que la Argentina no está padeciendo los efectos de la crisis europea. Pero resulta difícil creer que Alemania, Francia, España, produzcan recortes de sus gastos y ninguno se haya dado cuenta de que la receta es la argentina y la clave resida en aumentar todo.