por Redacción Perfil
El fin de año pasado nos encontró sumidos en el estancamiento. Conseguir un taxi era imposible en
cualquiera de las compañías. Como en noviembre, los coches de alquiler habían aumentado su tarifa
un 20 %, fue lógico suponer que la oferta había disminuido proporcionalmente (trabajando menos
horas, se ganaba lo mismo). Varias veces, incluso, vi burlada mi nocturna necesidad de llamar la
atención de alguna de esas aves de plumaje negro y amarillo, con una mirada de desprecio y una
aceleración que quería decir que al pasajero, en aquellas nuevas condiciones, lo elegía el que
maneja, no importa qué urgencia justificara la desorbitante suma que estuviera dispuesto a
desembolsar quien en la esquina hacia señas e insultaba para adentro. El “para allá no
voy”, además, se convirtió en un latiguillo constante.
Enfrentado algún ocasional y generoso chófer con la triste realidad a la que nos condenaban,
intentó defender el escándalo de las tarifas que los más miserables trechos implicaban escudándose
en los precios de las baterías y los neumáticos. Tonterías.
Ahora, los diferentes sindicatos que agrupan a los dueños y choferes de taxis piden un nuevo
aumento, esta vez del 40 % (seguros, patentes y repuestos, dicen). Imaginar no quiero los riñones
que nos veremos obligados a dejar en los asientos traseros de las renovadas flotas de taxímetros. Y
tampoco tiene mucho sentido discutir la legitimidad del reclamo, sino su contexto.
Que las tarifas que los taxis cobran sean caras se justifica solamente en ciudades que tienen
excelentes sistemas de transporte público, que llevan de cualquier parte a cualquier parte por poco
dinero, en instantes, y a toda hora. En Buenos Aires, directamente no hay sistema de transporte y
si uno suma lo que sale esto, aquello y aquello otro, termina pagando por un viaje más que en
cualquier ciudad del viejo continente (no tengo espacio para hacer las cuentas, pero es así, lo
juro).
Que prospere el reclamo de las aves de rapiña me importa poco, pero espero que el gobierno de
la Ciudad haga oídos sordos al pedido de tarifas parcialmente subsidiadas. Una cosa es el hastío;
otra (más peligrosa), la cólera.
Producido por la Redacción de Perfil