Alfonsín lo hizo. Menem lo hizo.Ahora, Kirchner también. Iba a suceder, aunque nadie imaginaba que
sería tan pronto, a sólo tres meses de asumir Cristina Fernández. Como pasó siempre con otros
presidentes, lo “lógico” hubiera sido que esta pelea con Clarín se desatara dos años
antes de terminar el mandato, cuando generalmente quien gobierna pierde –o se percibe
claramente que va a perder– las elecciones legislativas previas a los comicios
presidenciales: en el caso de Alfonsín, en 1987; en el de Menem, en 1997; y en el del matrimonio
Kirchner, supuestamente en 2009.
Kirchner vs. Clarin. El ex presidente se puso corbata para pelearse con el mayor
de los multimedios.
Alfonsín lo hizo. Menem lo hizo.Ahora, Kirchner también. Iba a suceder, aunque nadie
imaginaba que sería tan pronto, a sólo tres meses de asumir Cristina Fernández. Como pasó siempre
con otros presidentes, lo “lógico” hubiera sido que esta pelea con Clarín se desatara
dos años antes de terminar el mandato, cuando generalmente quien gobierna pierde –o se
percibe claramente que va a perder– las elecciones legislativas previas a los comicios
presidenciales: en el caso de Alfonsín, en 1987; en el de Menem, en 1997; y en el del matrimonio
Kirchner, supuestamente en 2009.
La línea editorial de Clarín, que podría resumirse en la búsqueda por alcanzar siempre la
mayor cantidad de audiencia, sigue constantemente el humor de la sociedad y nunca se va a oponer a
un presidente o a un gobierno que cuente con la simpatía de la mayor parte de la población. Se
podría decir de Clarín lo mismo que se dice del peronismo: su ideología es el éxito.
Clarín aprueba mientras la población aprueba, y disiente cuando la población disiente. En
ambos ciclos, es un gran retroalimentador de esos estados de ánimo: al sumarse al apoyo de la
sociedad a un gobierno, contribuye a potenciar esa popularidad; luego, al sumarse a la crítica,
contribuye también a potenciar su descrédito.
Se equivocan los presidentes en asignarle a Clarín la responsabilidad de su pérdida de
popularidad cuando esto sucede; la causa es siempre anterior y ajena a Clarín. La responsabilidad
que le podría caber a ese diario es la de contribuir a la volatilidad de la opinión pública y la
histeria pendular que eso caracteriza. Tanto a favor como en contra, Clarín es un acelerador.
También es un espejo ampliado en el que los presidentes adoran verse cuando los acompaña el afecto
de la sociedad, y al que quieren romper cuando les devuelve su imagen decrépita. Ningún presidente
logra relativizar lo que ve en ese espejo ni comprender que se trata de algo deformado: ni era el
salvador de la patria, ni tampoco un monstruo perverso. Probablemente, porque la primera vez que se
miraron en él se sintieron enormemente complacidos y lo creyeron merecido y ajustado a la realidad.
Los plazos que consume el tránsito que va desde el romance hasta el divorcio controvertido se
repiten tan puntualmente como las estaciones. Todos los gobiernos creen, en los momentos buenos,
que seduciendo a Clarín con favores lograrán comprar su fidelidad para los momentos malos. Y luego,
al ver que no fue así, despechados, todos los gobiernos creen que podrán destruirlo. Con ambas
acciones, lo único que logran es empeorar su propia situación. Y en ambos casos engrandecen a
Clarín.
Es física pura, tan simple como que la fuente del opuesto es el opuesto o la fuerza del
péndulo. Pero todos los políticos “de raza” –o lo que en los países de sangre
caliente así denominamos– adoran cambiar las leyes, no sólo las que se promulgan, sino
también las de la física o la matemática; límites a los que se tendrían que ajustar las personas
comunes y no ellos, que son superdotados.
Esa sobrevaloración de sí mismos, producida o cuando menos alentada porque esos ciclos
siempre comienzan con la fase de idolatría acrítica de la sociedad –acompañada pero no creada
por Clarín–, lleva a los presidentes al mesianismo autodestructivo.
Es más fácil echarle la culpa de los propios males a un tercero, y de ser posible al más
poderoso que haya, para así consolarse con el papel de víctima antes que reconocer que la sociedad,
o una gran parte de ella, les dio la espalda voluntariamente.
En resumen, los medios optan entre cuatro alternativas viables: el técnico o puro (puro no
implica que quienes lo hacen sean puros, como no son puros quienes fabrican alcohol puro), que es
siempre crítico como el periodismo del watchdog norteamericano; el ideológico que, consecuente con
su sistema de creencias, aplaude o critica a quienes se acercan o rechazan sus ideas y que a lo
largo de los años puede ser oficialista con un gobierno y crítico con otro, manteniendo su
coherencia; el “utilitarista”, cuya versión suave aplaude a quien le paga o le hace
favores y en su versión dura critica a quienes todavía no le pagaron o a quienes se oponen a quien
le pagó; y el marketinero, que busca satisfacer a la mayor cantidad de consumidores.
El error del Gobierno fue haber confundido el estilo marketinero de Clarín con el de
los medios “utilitaristas”, que siempre tienen un precio. Clarín no tiene precio cuando
se trata de ir contra la opinión pública, lo que no quita que mientras eso no ocurra trate de sacar
el mayor provecho de los gobiernos crédulos que creen que pueden dominarlo.
Un año antes. La gran pregunta es la del título de esta contratapa: ¿Por qué tan
pronto? Si la teoría que se desarrolla en esta columna fuese correcta, la respuesta podría ser una
sola: Clarín llegó al convencimiento de que el kichnerismo perderá las elecciones de 2009 y que la
grieta que el paro del campo abrió en el romance del Gobierno con la sociedad no tiene arreglo y
sólo podrá ir agrandándose.
Clarín tampoco es infalible, o algún día dejará de serlo, pero acumuló tanta experiencia en
oler humores sociales que con sus acciones arrastra a muchos actores políticos que perciben
en sus movimientos señales del destino. Como esos jugadores que siempre ganan, a los que se suman
otros apostadores para aprovechar su suerte.
En el corto plazo, una tregua siempre sería posible. Pero las treguas sólo posponen las
batallas.