“Hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es. Siempre pensé que uno ve el mundo más claro desde la periferia, pero en estos últimos siete años como Papa terminé de comprobarlo. Para encontrar un futuro nuevo hay que ir a la periferia”.
Las definiciones, plasmadas en el libro “Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor”, reflejan una mirada que el papa Francisco ha resaltado a lo largo de todo su pontificado, del que el próximo jueves se cumplirán 12 años.
Una idea que él mismo dejó entrever al planeta entero aquel 13 de marzo de 2013, cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio fue anunciado como el sucesor de Benedicto XVI para ocupar el Sillón de Pedro.
“El deber del cónclave es elegir al obispo de Roma y parece que mis queridos hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”, bromeó quien acababa de convertirse en Francisco, el primer papa argentino, latinoamericano y jesuita de la historia.
En aquella jornada (poco después de mediodía en la tierra natal del elegido) la emoción y la sorpresa se multiplicaban por miles. Mientras, en las redacciones de algunos medios, la apresurada búsqueda de antecedentes y recopilación de datos se mezclaba con alguna mueca de satisfacción de quienes imaginaban al nuevo Papa enzarzado en una disputa política con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, ignorando el carácter ecuménico de un liderazgo incipiente.
La desazón de esos mismos personajes, algunos de ellos plumas periodísticas de larga trayectoria en diarios y revistas, o voces estridentes que usaron medios audiovisuales como caja de resonancia para sus diatribas, se tradujo muchas veces en acciones ominosas para esmerilar la figura del Pontífice y colocarlo en el lado opuesto de la misma grieta que contribuyeron a cavar a lo largo de los años. Así, mientras la figura de Francisco y sus acciones recibían cada vez más elogios y muestras de afecto y simpatía no sólo de quienes profesan una religión con algo más de mil quinientos millones de fieles en el mundo, influyentes compatriotas lo denostaban simplemente porque este Papa no se parecía a lo que ellos habían prefigurado. No era a imagen y semejanza de sus elucubraciones de escritorio, ni a sus conveniencias político-partidarias.
Paradojas de un país, el nuestro, donde esos mismos comunicadores -que parecieran ávidos de malas noticias desde que Francisco fuera internado en febrero en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma y no vacilan en sembrar noticias falsas acerca de su evolución-, se preguntan por qué el jefe de la Iglesia Católica no visitó la Argentina en estos 12 años.
Por los olvidados y excluidos
Su opción por los pobres no quedó sólo en la elección del nombre del santo de Asís cuando la fumata blanca emergente de la chimenea de la Capilla Sixtina anunció que había nuevo Pontífice.
El reclamo de “pastores con olor a oveja”, o el pedido de “hacer lío” en las diócesis porque “si la Iglesia no sale a la calle se convierte en una ONG”, fueron algunas de las primeras frases que jalonaron la irrupción de un Papa que se veía diferente, simple, cercano a la gente, pero a la vez dispuesto a encarar reformas internas y plantarse ante poderosos para denunciar injusticias y desigualdades obscenas del primer cuarto del siglo 21.
Promotor del diálogo interreligioso, luchador por la paz y mediador entre protagonistas de conflictos ancestrales, este peregrino al que vinieron a buscar a la periferia ha realizado medio centenar de visitas apostólicas, pisado el suelo de unos 70 países y llevado su mensaje por los cinco continentes. Fue a lugares donde el catolicismo es, por lejos, la religión mayoritaria, como también a aquellos donde es casi una expresión marginal, objeto de persecución u hostigamiento.
Viajes y mensajes
Para su primer viaje eligió a la isla de Lampedusa, enclave en medio del Mar Mediterráneo al que aspiran a llegar y no siempre lo consiguen miles de migrantes desesperados, que huyen cada año de las guerras o el hambre que azota distintas regiones de África. A su presencia en esa minúscula isla bajo bandera italiana, Francisco sumó su alegato en favor de quienes huyen de distintos horrores y deben abandonar su hogar y denunció la indiferencia de Europa y el mundo ante los recurrentes naufragios que han convertido ese emblemático mar en un cementerio.
El papa argentino, impulsor de reformas en la curia romana y de una austeridad que predica con el ejemplo, empleó discursos, audiencias y documentos para bregar por un mundo menos desigual y fustigar la explotación del hombre y del planeta en aras de una riqueza material y un poder en manos de minorías.
Sus encíclicas “La Alegría del Evangelio”, “Casa Común” o “Hermanos Todos”, por citar sólo algunos de los textos que reflejan su posición, abarcan desde la misión de los católicos, al cuidado del Medio Ambiente y todos los seres vivos, o la exaltación de la fraternidad universal y el reconocimiento de que todas las personas tienen derechos.
Sin vueltas para denunciar a medios o comunicadores que generan o esparcen fake news o contribuyen al Lawfare en connivencia con magistrados judiciales no imparciales; Duro contra los responsables de las empresas tecnológicas que divulgan o hacen “negocio” con los discursos de odio; Crítico de gobiernos u organismos financieros que muestran insensibilidad ante los más débiles o avasallan derechos, los detractores de Francisco lo han rotulado de comunista, peronista, populista o de ser amigo de autócratas.
Lo cierto es que en estos 12 años ha recibido a jefes de Estado, autoridades y líderes religiosos de todo signo y color. Incluso al actual presidente Javier Milei, quien hasta no hace mucho se refería al papa argentino como “el representante del maligno en la Tierra” o sostenía que “habría que avisarle al imbécil que está en Roma, que defiende la justicia social, que esto es un robo”.
A 12 años de ser ungido como Pontífice, y tal como pidiera ese primer día, en buena parte del planeta rezan por Francisco, el argentino más importante de la Historia; el papa humanista de la sonrisa afable y los gestos simples que vinieron a buscar al fin del mundo.