En los últimos años, algo cambió silenciosamente en la forma en que Córdoba se viste. No fue una tendencia importada desde Buenos Aires, ni una moda pasajera dictada por las redes. Fue, ante todo, una acumulación de decisiones individuales —de bolsillo, de consciencia, de estilo— que terminó reconfigurando el paisaje comercial de la ciudad.
Prueba de eso es lo que cualquier caminante atento puede ver en Güemes, General Paz, Alta Córdoba o, incluso, en el Centro de la ciudad: locales que exhiben prendas usadas únicas, “de marca”, colgadas con la delicadeza de un museo doméstico; boutiques que funcionan como pequeñas curadurías del pasado; una presencia creciente en redes sociales que son vidriera y catálogo; y clientes —mujeres y hombres de todas las edades— que buscan en una etiqueta gastada el valor que antes buscaban en la novedad.
La ropa usada dejó de ser un recurso para tiempos de crisis para convertirse en una elección estética y ética. En Córdoba, esa mutación está llegando a escala de fenómeno; pero no se trata de una excepción, ya que lo mismo ocurre a nivel global: según estimaciones difundidas por Forbes, ya representa el 10% del mercado mundial de la moda. En el sector se diferencian al menos tres categorías: vintage (prendas de 20 años o más), segunda mano contemporánea (ropa usada, pero más nueva) y diseño upcycled (piezas intervenidas o reconstruidas). En Córdoba conviven las tres.
Génesis y evolución
La historia de Laura Posada, referente ineludible en el circuito de la moda circular, bien puede tomarse como caso testigo para resumir el origen y la evolución del boom de la ropa usada. Maestra jardinera de vocación, en 2007 decidió emprender un negocio de joyas de plata, en consignación. Llegó a tener 13 vendedores a su cargo y una oficina mayorista. “Hasta que, en 2018, la inestabilidad del dólar hizo que mi emprendimiento se fundiera y, entonces, vi una gran oportunidad en vender mis propias prendas”, le contó a Perfil Córdoba.
“Arranqué en el living de mi casa, con un Instagram al que subí fotos de 150 prendas, zapatos y accesorios que tenía en el placard”, agregó. Hoy su empresa —Laura Posada— tiene siete sucursales propias y once franquicias, con presencia en siete ciudades de la provincia, pero también en San Luis, Mar del Plata y, más recientemente, en Valencia, España.
Energía: usuarios de más de 80 countries y barrios cerrados de Córdoba perderán los subsidios
Así como la crisis puede ser oportunidad para los emprendedores, lo propio puede decirse de los públicos. La inflación y la pérdida del poder adquisitivo los empujó a recalcular la manera de consumir indumentaria. En ese contexto, una prenda usada de buena calidad puede costar entre un 30% y un 80% menos que una nueva de similares características, dependiendo de la temporada, estado de la prenda, vigencia de la marca y materiales. “Pero, cuando se trata de vintage verdadero el precio no necesariamente es más bajo. Muchas piezas pueden costar igual o incluso más que una prenda nueva”, explicó Andrea Barrios, de Güemes Vintage (Achával Rodríguez 238). Por eso, el precio no explica por sí solo el fenómeno. A comprar ropa usada llega gente que podría adquirir algo nuevo sin problemas, pero elige no hacerlo. Llega gente que busca identidad, que busca historia. Lo usado dejó de leerse como señal de precariedad y se convirtió en marca de distinción.
Otras motivaciones
“Desde que abrimos nuestra tienda, en abril de este año, llegan distintos tipos de públicos. Pero la gran mayoría se acerca buscando piezas únicas, tesoros, joyitas de buena calidad y a precios más accesibles que en comercios de primeras marcas”, analizó Paula Aguirre, propietaria de Therapy Recycle and Exorcise Argentina, cuyo local en calle Rosario de Santa Fe 982 es parte de una antigua casona de barrio General Paz, reciclada con gusto exquisito. Su hermana y socia fundadora, “Angie”, tiene una sucursal en Berlín, Alemania; por lo que algunas prendas cruzan el océano de Europa a América y viceversa.
Parece claro que la singularidad —ese deseo de no vestirse igual que todos— vale más que el estreno. Y en eso también hay un componente nostálgico que está en su punto más alto. Para Andrea, “hay una vuelta enorme a las estéticas de los ‘80, ‘90 y 2000”; pero marca una diferencia conceptual importante: “Lo retro imita el pasado; lo vintage es pasado auténtico. Muchas personas buscan prendas vintage justamente porque quieren algo original de esa época: estampas, etiquetas viejas, cortes, telas y marcas que ya no se fabrican igual”.
“Poli” Aguirre coincide: “Hay una búsqueda de estilo personal y de nostalgia que hace que mucha gente se incline por lo vintage o, en nuestro caso, también por el upcycling, lo rediseñado a partir de vintage, second y descartes”. Por eso no sorprende que una campera Levi’s confeccionada hace muchos años, se venda más rápido que una nueva, o que un vestido rediseñado tenga más demanda que uno de fast fashion recién salido de fábrica.
Una parte del boom se sostiene en una sensibilidad ambiental que, si bien no es mayoritaria, ya no es marginal. El discurso de la moda circular, antes relegado a nichos ecológicos, ganó sentido común: comprar lo que ya existe evita residuos, reduce la demanda de producción textil —una de las industrias más contaminantes del planeta— y permite extender la vida útil de materiales que, de otro modo, terminarían en basurales.
En Córdoba, ese argumento caló especialmente entre estudiantes universitarios y jóvenes profesionales, pero no en todos los públicos. “No siento que el impacto de la sustentabilidad sea lo suficientemente grande; o al menos no es detectable en la mayoría de los clientes”, se sinceró Laura. Pero, para Paola, ese criterio sí está presente entre quienes intervienen prendas: “Cuando diseñamos, nos gusta contarle al cliente que, detrás de esos materiales, hay una trazabilidad. Es una forma de echar luz y transparencia a los procesos que implican un impacto social y medioambiental, como es el caso del diseño”.
Prendas con historia
En este universo, cada local le imprime su sello. Algunos funcionan casi como galerías de moda antiguas, donde cada prenda tiene una historia que la dueña conoce y cuenta. “Nos encanta saber de todo lo que sea posible el origen de la prenda, si tiene alguna anécdota, si pasó por otras generaciones y la carga emocional que tiene. La gente a veces pregunta. Pero, aunque no pregunten, yo generalmente les cuento si es algo que trajimos de algún viaje, si fue parte de la familia o si hay alguna experiencia particular detrás de esa pieza. Eso le da un valor agregado y también conecta emocionalmente a las personas”, manifestó “Poli”.
Laura Posada directamente rebautizó la idea: prefiere hablar de prendas “preamadas”, no de prendas “usadas”. “Es nuestro concepto de marca. Le damos mucha importancia al pasado de cada prenda, a su vida anterior. Es un plus que le da más valor. Incluso hemos pensado en describir la historia de cada prenda en una etiqueta, aunque todavía no lo pudimos hacer”, expresó su propietaria.
Los fans del vintage son los que más preguntan sobre la historia de las prendas: de qué año es, dónde se fabricó, si es una edición especial o si pertenece a una línea o colección puntual. Y Andrea tiene algunos tips para ellos: “Muchas prendas traen información que permite identificar su origen, como etiquetas antiguas, fechas, logos que ya no se usan o países de fabricación como Estados Unidos, México, Guatemala o Honduras, que suelen indicar producción más antigua y de mayor calidad”.
Verano en el caribe: cuánto cuesta viajar desde Córdoba a Punta Cana con descuento de hasta 60
Todo indica que estamos ante una manera distinta de vestir, de consumir y de habitar la ciudad, sostenida en una mezcla de economía, estilo y responsabilidad. Es imposible saber cuánto durará o cómo evolucionará, pero algo sí parece claro: cada semana entra a los locales gente nueva, diversa, curiosa. No van a “rebuscar”, sino a elegir. Y esa elección explica por qué la ropa usada dejó de ocupar los márgenes del consumo y pasó al centro de la escena urbana.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
La Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (Ciai) advirtió que la importación de ropa usada se multiplicó por más de 40 en 2025: entre enero y agosto ingresaron al país USD 2,2 millones en prendas de segunda mano, contra apenas USD 52.000 en todo 2024. La mayor parte llega desde Estados Unidos, donde la ley ambiental prohíbe incinerar textiles en desuso. Ingresan en fardos de 25 a 50 kilos y su destino inmediato es la reventa.
En paralelo, las compras por courier —Shein, Temu y otras plataformas asiáticas— siguen creciendo y el “made in China” ya domina ferias como La Salada y algunas réplicas menores en Córdoba, desplazando a la producción local.
La importación masiva de indumentaria estuvo prohibida en Argentina entre 1999 y 2022, pero hoy no tiene restricciones. Para la industria textil, esto implica competencia desleal; para el mundo del vintage, una amenaza al principio fundante del sector: reciclar lo que ya existe, no reemplazarlo por excedentes globales.
El crecimiento acelerado prende alarmas ambientales. Organizaciones advierten que, si el flujo no se controla, podría repetirse lo que ocurre en Chile, el mayor importador de ropa usada de la región: cada año, unas 39.000 toneladas de prendas terminan en el desierto de Atacama, en Alto Hospicio, uno de los basurales textiles más grandes del mundo.