El sistema político generalizado en Occidente desde 1776, que pregona la libertad y el progreso, agoniza. Y agonizan con él la eterna repetición de promesas y la esperanza en su utilidad.
Los cultores del plebiscito permanente, el del tumulto y los motines, o sea la democracia directa violenta, solo están adelantando la muerte de la creación griega. Desde el nacimiento de la constitución estadounidense, Tocqueville advirtió sobre los peligros de la demagogia o el circuito entre los votantes pidiendo prebendas al gobierno y este concediéndolas y prometiendo nuevas.
Los políticos no son efectivos y se limitan a ‘comprar’ a los ciudadanos para que los elijan, los reelijan y/o les perdonen y toleren sus robos. Prometen lo que saben que no pueden cumplir, dejan de lado la prudencia y el concepto del esfuerzo. Lo que Fukuyama llama populismo.
Sabido es que la pobreza se eliminaba bien con la economía capitalista seria y que es natural relacionar al populismo con un timo a la sociedad; la solución, luce simple y es la alternativa de la ‘epistocracia’, es el gobierno de los mejores y ya fue valorada por Platón como superadora de la mera democracia.
Hay, al menos, un filósofo americano que piensa la democracia, la ética del voto y el poder, la libertad y las bases morales de una sociedad de mercado: Jason Brennan.
Este intelectual propicia una filosofía política que combina el énfasis libertario, con el hincapié en la justicia social. Brennan es autor de ‘Against Democracy’ (2016), obra en la cual naturalmente defiende la epistocracia.
Con una lógica implacable, el norteamericano afirma que la democracia se valora solo por sus resultados y que estos no son buenos.
En contra de la mayoría, él considera que una solución a estos problemas sería experimentar con la epistocracia: el poder de los que saben. Pero no se trata de eliminar los derechos políticos universales para entregárselos a una pequeña élite de sabios. Su propuesta es que resultaría más eficiente dar un poder político de voto distinto a cada persona. Este se establecería en función de los conocimientos, la capacidad para comportarse de manera racional y el compromiso con el interés general.
Frente al poder que ha adquirido la oligarquía política mundial, la propuesta de Brennan es ilusoria. Si el Estado es el botín de los políticos, la solución es minimizarlo.
Durante las décadas de 1950 y 1990, en nuestro país se habló de “achicar el Estado para agrandar la Nación”. Pero fue una muletilla ‘racional-populista’, ya que el estribillo debió rezar “achicar el Estado para agrandar la riqueza”. El populismo nacional se aprovechó de una entidad contingente, como la Nación, para que, privatizando empresas públicas, se agrandara el tesoro privado de los políticos y lobbistas.
Hoy ni los libertarios radicales hablan de cómo minimizar al elefantiásico ‘estado de malestar’ argentino. Paradójicamente, acá se puede tener alguna esperanza con relación al mundo, ya que si no bajan los impuestos, el Estado será infinanciable en breve: se dará entonces la curiosidad de que la “tiranía de las mayorías”, producto de la “democracia representativa plena”, pulverizará la Nación.
Rubén Alejandro Morero
Gestor de patrimonios financieros y Contador Público. [email protected]