Si en Córdoba hubiésemos acatado a rajatabla las restricciones impuestas desde Buenos Aires por el gobierno nacional, los fusilados de Cabeza de Tigre se hubieran levantado de sus tumbas para recriminarnos semejante ofensa a su memoria. Por eso hemos acordado una versión cuarteteada del decreto presidencial, una especie de 70/30 donde el toque de queda viene a ser un fernet, al que luego se rebaja con la gaseosa y el hielo. De esa forma, la prohibición de circular “pega menos” y los fundamentalistas de la partusa no necesitan pasar a la clandestinidad para estirar la noche un poco más.
En Chaco, en cambio, fueron más allá de lo decretado por Alberto Fernández y resolvieron que, ante la detección de una fiesta clandestina, se debía proceder a cortar la energía eléctrica en el predio donde se estaba desarrollando.
Nada que entre nosotros no pueda ser solucionado con un tambor de aceite lleno de hielo para enfriar la bebida y un grupo electrógeno para las luces y el sonido. A no ser que el organizador sea un conocido mío al que le dicen “Capitán Garfio” por lo bien que cuelga el gancho: en ese caso, el evento desenchufado se desarrolla sin contratiempos… y hasta sale más barato organizarlo.
Lo que se ha desatado ahora es una carrera contra reloj entre el avance del virus y la provisión de vacunas, una competencia en la que el Covid se desplaza a la velocidad de Usain Bolt y las dosis llegan como si las trajera la tortuga Manuelita en un globo aerostático. De hecho, se ha planteado la posibilidad armar un pool entre varias provincias para pedir a los laboratorios que les vendan, utilizando en su favor la experiencia de los años que llevan rogándole a la administración central que distribuya mejor la coparticipación. Entre los que exigen socializar las vacunas y los que proponen subastarlas al mejor postor, hay una ancha avenida del medio a la que, por tanto tránsito, ya la han bacheado más que a las calles de Marqués de Sobremonte.
Pese a los contagios por las nubes y a una segunda ola que tiene la altura de un tsunami, la política partidaria prosigue con sus avatares como si reinara una calma chicha. Que si las PASO se hacen, que si se postergan, que si se suspenden, el desvelo que provoca esta discusión entre los operadores políticos es directamente proporcional a la somnolencia que causa en el electorado. Ni siquiera en la galaxia Twitter, donde el aleteo de una mosca desata una tormenta de insultos cruzados, consigue llamar la atención el debate por las primarias, situado siempre muy por debajo del encono que producen las sesudas reflexiones de pensadores como el Dipy o Dady Brieva.
A propósito de redes sociales, ayer anduvieron por Córdoba los autodenominados “influencers del odio”, quienes se han esmerado en superar la plusmarca de puteadas contra el kirchnerismo, todavía en manos de Baby Etchecopar. Un fanático de estos jóvenes, que inspirado en ese ejemplo sufre reacciones alérgicas como sarpullidos y herpes ante la cercanía de una feminista, ha elaborado una lista de cien derivados peyorativos del nombre de Alberto (entre los que sobresalen “Albertendinitis”, “Albertermo” y “Albertungsteno”) y los ha puesto a disposición de quienes quieran denigrar al mandatario por su debilidad, por su autoritarismo, por su bigote, por su mujer, por su hijo, por su perro, por su inoperancia, por su maquiavelismo o por ser hincha de Argentinos Juniors.
Sólo faltaba un plan de lucha del Suoem para que la capital provincial entrara en una tormenta perfecta. Y los pronósticos coinciden en que estamos en las vísperas de ese vendaval que periódicamente se abate sobre la ciudad, con o sin cuarentena, con o sin bombas de estruendo, con o sin Rubén Daniele. El municipio anunció que les pagaría parte del sueldo con la tarjeta Activa y los trabajadores activaron… la protesta. Lo insólito es que, en su reclamo, el sindicato obtuvo el respaldo del concejal Rodrigo De Loredo, lo que los envalentonó para ir en busca de otros apoyos externos, como el de Willy Magia. Confían en que el ilusionista los pueda instruir sobre cómo salir indemnes si Martín Llaryora logra ponerlos en caja para serrucharles los ingresos.
(*) Sommelier de la política