Palaos, Micronesia, Islas Marshall, Nauru, Kiribati, Islas Salomón, Tuvalu, Samoa, Tonga y Vanuatu. Estos países -reconocidos como miembros plenos de las Naciones Unidas- tienen en común, además de que son paradisíacas islas del Pacífico, haberse convertido en los diez países del mundo que aún no tienen ningún caso confirmado de coronavirus.
Estos países viven del turismo y están padeciendo un mundo con fronteras cerradas: en Palaos, por ejemplo, no llegan turistas desde fines de marzo, y el efecto pandemia es allí doloroso no por las muertes sino por la devastación económica.
Salvo en Corea del Norte y Turkmenistán, que no reportan información a la ONU, el resto de los países del mundo ha tenido o tiene casos activos. Y en los hoteles de las diez islas, tratan de ver cómo sobrevivir a la crisis.
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Según un informe de la BBC, en Palaos los únicos huéspedes de los hoteles son los residentes que vuelven a la isla y deben hacer una cuarentena obligatoria. "El océano aquí es mucho más bonito que en cualquier otro lugar del mundo", dijo Brian Lee, gerente y copropietario del Hotel Palau, que antes de la pandemia tenía 80% de ocupación promedio en sus 54 habitaciones.
Tiene a sus empleados en trabajos de mantenimiento y renovación, pero no sabe “cuánto tiempo más” podrá sostenerlos. Según anunció el gobierno local, podrían reanudar los vuelos el 1 de septiembre y esperan que haya “burbujas turísticas” con Taiwán y Tasmania, entre otros países.
En las Islas Marshall, a 4 mil km. al este del Pacífico, los hoteles de los atolones principales -el más conocido es el Bikini-, antes del coronavirus las 37 habitaciones tenían una ocupación del 75% al 88%. Sus huéspedes llegaban principalmente de Asia, del Pacífico o Estados Unidos. Calculan que perderán 700 puestos de trabajo por la pandemia.
Como también viven de la pesca, para mantener el país libre de COVID-19, los barcos que han estado en países infectados tienen prohibido ingresar a sus puertos. Deben estar 14 días en el mar antes de atracar.
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En Vanuatu, no llegan más cruceros, ni hay vuelos de carga o licencias de pesca activas. Algunos intentaron volver a explotar peces de acuario, pero sus exportaciones tampoco se mantienen.
En la isla hay 300 mil habitantes y en su capital, unos 10 mil. La mayoría de los habitantes locales prefiere qeu sus fronteras se mantengan cerradas lo más posible: “No queremos que llegue la enfermedad. Si eso sucede, estamos condenados”, dicen. El 80% de su población vive fuera de las ciudades y de la economía formal. "Si el virus entra en el país, probablemente será como un incendio forestal, y lo que estamos viendo en Papúa Nueva Guinea refleja por qué estamos preocupados", agregan.
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A medida que pasan los meses, aumenta la desesperación en los países cerrados del Pacífico.
Sin embargo, Jonathan Pryke, director del Programa de las Islas del Pacífico en el Instituto Lowry, no tiene ninguna duda de que la única opción para estos países es el autoaislamiento. "Incluso si mantuvieran sus fronteras abiertas, sus principales mercados turísticos de Australia y Nueva Zelanda no estarían abiertos, ya que han cerrado sus propias fronteras", dice.
"Así que solo habríamos conseguido lo peor de ambos mundos: una crisis de salud y una crisis económica. Tendremos años y años para ver cuáles fueron las decisiones correctas. Pero echando la vista atrás, nadie duda de que cerrar fue la medida correcta para estos países del Pacífico", concluye Pryke.
C.F.E. CP