CULTURA
golpe por golpe: polemica por una nueva edicion de el fiord

La flor en el fango

La edición catalana de uno de nuestros clásicos más entrañables y purulentos suscitó cruces y lecturas erradas. Para el crítico español Ignacio Echevarría, “El fiord” resulta un desatino y un producto de exclusivo consumo para argentinos, razón por la cual Ricardo Strafacce contraataca y reivindica, en este artículo, el ritmo y la cadencia de las oraciones de Osvaldo Lamborghini, alguien que supo encontrar la belleza en medio de un entorno inmundo.

Estampa. La tapa de la edición catalana, que incluye el polémico posfacio del crítico español Ignacio Echevarría. Para Ricardo Strafacce, autor de una monumental biografía sobre Osvaldo Lamborghini, l
| Cedoc

La edición de El fiord de la editorial Sin Fin de Barcelona incluye un posfacio de Ignacio Echevarría titulado “Una esfera de mierda”, donde el prestigioso crítico parece, quizás a su pesar, desalentar en el lector español todo deseo de leer la novela.
Extraño destino el de los textos de Osvaldo Lamborghini: a Bolaño le daban miedo; a Echevarría le dan asco.
Dos son las razones en las que se funda el malhumor de Echevarría. Una es de carácter político-cultural; la otra, de índole “visceral”. En cuanto a la primera cuestión, sostiene que El fiord y, sobre todo, las lecturas y polémicas que ha generado son “un berenjenal que el autor de este ‘ultílogo’ se declara del todo inepto para desbrozar, debido, entre otras muchas razones, a que, en el terreno de la literatura, Osvaldo Lamborghini viene a ser algo comparable a lo que en el de la política es el peronismo: un fenómeno poco menos que indescifrable”. Lo cual le hace preguntarse: “¿de qué modo a un lector no argentino le cabe apreciar” el texto, y lo lleva a concluir que El fiord “es cosa de argentinos para argentinos”.
Discutible criterio. La edición francesa (Le fjord suivi de Sebregondi recule, Désordres-Laurence Viallet. Dijon-Quetigny, 2005), por lo pronto, con una mirada menos virreinal, mediante oportunas notas al pie, explica a sus lectores qué eran la CGT, la GRN, el MRP, el Congreso de Huerta Grande, el vandorismo, etc. En algo, de todos modos, tiene razón Echevarría: si no se entiende el peronismo, no se puede entender a Lamborghini.
El otro aspecto que motiva el rechazo es, como se dijo, de orden “visceral”. Sostiene Echevarría que El fiord “parece escrito con el propósito de provocar asco y repugnancia […] No hay atenuante ninguno: El fiord apesta”. Y también: “El lector de El fiord permanece largo tiempo anonadado […] por la avalancha de mierda y de sangre que le ha caído encima”.

Puede resultar útil contrastar tan drástico dictamen con las palabras insertas en la contratapa de la edición italiana de Lamborghini (Il ritorno di Hartz e altre poesie, Libri Scheiwiller, Milano, 2012): “La delicadeza lírica. La paz. La profundidad del alma”.
En cualquier caso, Echevarría, entrelazando sus dos motivos de disgusto, se pregunta qué queda si a El fiord se lo abstrae de su contorno polémico y se le saca el sexo, la política, la violencia. Sugiere que no queda nada.
Quizás esta conclusión se deba a que el comentarista le otorga demasiada importancia a la sangre y la mierda (“Las páginas chorreantes de sangre, de semen y de vísceras de este librito indigerible”), puesto que no le dedica una sola línea al estilo de Lamborghini, ese fraseo que lleva la música y la respiración de la gauchesca metidas adentro de la prosa, y descarta con desdén lo que, tal vez, sea esencial en el texto: “Las ráfagas de intenso e incongruente lirismo que lo atraviesan”.

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En el comienzo del posfacio se lee: “Lo determinante es la asociación de los dos conceptos: el de esfera y el de mierda […] La esfera sugiere un espacio cerrado y autónomo, en cierta medida impenetrable”.
El problema –el problema para esta lectura– es que la esfera está fallada. Y la falla la produce, precisamente, ese “lirismo incongruente”: “Y entonces apareció mi mujer. Con nuestra hija entre los brazos, recubierta por ese aire tan suyo de engañosa juventud, emergía, lumínica y casi pura, contra el fondo del fiord […] Tampoco era casual que mis manos rompieran el invisible aire de su contorno y, algo lastimadas, se extendieran hacia la figura de mi mujer […] Que ahora miraba nuevamente hacia el fiord y veía, allá, sobre las tranquilas aguas, tranquilas y oscuras, estallar pequeños soles crepusculares entre las nubes de gases, unos tras otros”. El autor del posfacio, que no quiere participar de la fiesta de la prosa, tampoco presta atención (“lirismo incongruente”) a pasajes como los transcriptos, sin los cuales –igual que sin el peronismo– El fiord no se puede
entender.

Borges alucinó el universo para tapar –o mostrar mejor– lo horrible (las cartas obscenas de Beatriz en un cajón del escritorio de Daneri). ¿Y si El fiord alucinara la orgía para tapar –o mostrar mejor– la flor en el fango? “Mi mujer me ofrece sus pies, que manan sangre, y yo los miro. Me pregunto si yo figuro en el gran libro de los verdugos y ella en el de las víctimas. O si es al revés. O si los dos figuramos en ambos libros”.
Es una posibilidad. Si a la imagen de la flor en el fango se la abstrae del fango, ¿qué queda? Ostensiblemente, la flor.