CULTURA
Ginsberg esencial

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Considerado uno de los pilares del movimiento beatnik, la obra y el legado de Allen Ginsberg son un patrimonio invaluable que se reactualiza con cada traducción y antología, como la preparada por Anagrama, que compila lo mejor de su pluma en todos los géneros que practicó.

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Cuerpo y letra. Allen Ginsberg señalando el Royal Albert Hall de Londres, fotografiado por John Hopkins. | cedoc

El reciente volumen titulado Ginsberg esencial, editado en la colección Compendium de Anagrama y publicado originalmente por Harper Perennial en 2015, reúne no solo la obra poética más representativa de Allen Ginsberg (1926-1997) desde sus primeros hasta sus últimos trabajos, sino además una amplia selección de sus ensayos, diarios, cartas y entrevistas.

Si bien Ginsberg fue uno de los protagonistas más destacados de la generación beat, poco se conoce acerca de la complejidad de su vida y por tanto de los matices experienciales de su obra.

Una de las funciones que cumple este compendium, en este sentido, es ampliar estos horizontes.

Cualquier lectura de sus trabajos más conocidos, como Aullido (1956) o Kaddish (1961), resultará apócrifa en la medida en que no conozcamos el inicio y comienzo de sus “visiones Blake”, y por tanto de su inaugural proyecto literario.

En el primero de los diarios incluidos, “Nueva York: hacia finales del invierno de 1949”, así como en la carta fechada en 1956 a Richard Ebehart o la entrevista realizada por Thomas Clark para The Paris Review en octubre de 1965 (todos textos incluidos en este volumen), Ginsberg rememora lo que fue el comienzo de su experiencia “visionaria” o “estética”.

Tenía solo 22 años cuando un día, en pleno verano, caminando por Nueva York, sintió como si de repente acabara de despertar de un sueño: “Me había desembarazado de todas las preocupaciones e ideas y me sentía tan libre que ni siquiera sabía quién era o dónde me encontraba”.

Aunque eso no era todo. El mundo entero había cambiado. Las personas, sus diálogos y sus movimientos parecían máscaras que temían ser descubiertas. Sus rostros indicaban señales de debilidad, señales de aflicción. Ginsberg regresa así a su departamento, consulta y lee un libro de William Blake, y comienza a escuchar una antigua y lejana voz que leía los poemas por él: “Después de aquel episodio me pasé una semana viviendo al borde del acantilado, en la eternidad”.

Lo cierto es que este episodio es narrado insistentemente por él en sus diarios, entrevistas y cartas. Incluso el autor rememora esta anécdota en la “Declaracion de Allen Ginsberg, poeta, en la audiencia de la ciudad de Nueva York frente a un subcomité especial del Poder Judicial-Senado de los Estados Unidos”, texto incluido en este compendium.

Esta experiencia supuso para Ginsberg una ruptura definitiva con la conciencia ordinaria, y por tanto con su manera de concebir y escribir poesía. Tal y como señala en la misma declaración judicial, esta visión “duró una semana completa de forma intermitente para desaparecer más tarde y llevarme a hacer un voto, el de no olvidar nunca lo que había visto”.

Sus posteriores experiencias con peyote y ayahuasca (incluidas en este volumen en su diario “Ayahuasca III en Pucallpa: 11 de junio de 1960” y en su carta “A William Burroughs: 10 de junio de 1960”) no fueron más que extensiones y complementos que respaldaron este juramento o voto inaugural: “Cuanto más te saturás de ayahuasca, más profundo llegás, visitás la Luna, ves a los muertos, ves a Dios, ves los espíritus de los árboles”.

Búsquedas. A diferencia de sus composiciones tempranas, influidas por Dickinson y Milton (versos rimados, convencionales para su época), la poesía de Ginsberg desde sus alucinaciones auditivas y la posterior publicación de Aullido comenzó a transitar por caminos antes inexplorados en la literatura norteamericana. Si bien Ezra Pound y William Carlos Williams ya se habían alejado de las formas regulares de composición y de la métrica clásica, intentando a la vez captar una dicción tomada directamente de la lengua viva y el “tratamiento directo de la cosa”, la poesía de Ginsberg responde a la mera observación de esos “fogonazos” y “visiones”. El oficio del poeta consiste en la observación de la mente.

De esta manera, la poesía se transforma ante todo en una comunicación de los sentimientos y de la verdad. Una comunicación que solo surge a partir de una experiencia o “visión” específicas. Para el autor, por eso mismo, no existe un verso que tenga la misma extensión que otro, “La técnica de la escritura (…), el problema técnico de la actualidad, es el problema de cómo trasladar el flujo natural de la mente (…). Yo he preferido inclinarme más hacia la captura de la mente-pensamiento-interno que a la verbalización del discurso”.

Del resto del volumen, se destacan sus críticas a los medios de comunicación de masas, a los aparatos burocráticos y a las instituciones y academias norteamericanas. No deja, por otro lado, de resaltar la sanción y expulsión que recibió de países socialistas en pleno auge de su carrera.

Incluso, tal y como le cuenta a Nicanor Parra en una carta fechada en Santiago de Chile hacia 1965, y luego de visitar Inglaterra, en su fiesta de cumpleaños número 39, se puso a cantar y a bailar desnudo en el Institute of Contemporary Arts, hasta que “los Beatles llegaron a medianoche, se asustaron y se marcharon a toda prisa entre carcajadas y diciendo que tenían que cuidar su reputación”.