CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Guanaco", de López Brusa

Un hombre montado a una moto corre a la par de un guanaco levantando polvareda en la quebrada de Humahuaca. ¿Quiere cazarlo? No: quiere escupirlo.

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Esteban López Brusa y su libro "Guanaco" (Mardulce). | Cedoc Perfil

Un hombre montado a una moto corre a la par de un guanaco levantando polvareda en la quebrada de Humahuaca. ¿Quiere cazarlo? No: quiere escupirlo. Esta escena de Guanaco (Mardulce), quinta novela de Esteban López Brusa, llega en un momento del libro en el que la civilización le concede al salvajismo la importancia excluyente que tiene en los humanos y, también, revela la pasión con que una adora clandestinamente al otro. La máquina metálica persigue a la máquina de sangre con el objetivo de ponerse a la par, lo que conduce a un gesto comprensible de imitación más o menos cómico y desesperado como la escena del espejo en Sopa de ganso, de Leo Mc Carey.

Estamos en las horas cruciales de un viaje movido por una extraña curiosidad, que es la del narrador al que le llega una historia norteña en sus distintos niveles de paisaje natural, plaza turística, intimidad humana y tradición y luego, mediante ese pase mágico que va de la tercera a la primera persona de la narración, va al lugar de los hechos a testificar si es cierto que hay realidad en la literatura. 

Pero ocurre que la literatura es la realidad anticipada -es en la vida donde ha ocurrido y ocurre la ficción-, por lo que el narrador de López Brusa sólo tiene que encajar en la historia que lo precede del modo fantástico pero totalmente posible en que una persona podría salir de su casa para entrar a un libro. Para López Brusa la realidad y la literatura son regímenes continuados, y  estando en una también se está en la otra. Se nota cuando desactiva los desniveles que por costumbre jerarquizan las posiciones de  la autoridad que narra y las misiones de los personajes y, sobre todo, cuando decide imponer en la novela un lenguaje universal que mantiene todas las variedades de la inteligencia, la chispa poética, la asociación inesperada, la rudeza y la sensiblería a una misma altura, al margen de quien lo utilice. 

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No es el narrador el que hace Guanaco sino que toda la novela se hace a sí misma. Porque el narrador, que tanto puede aparecer como una presencia arrolladora como mantenerse al margen para que la historia corra como un río, no distribuye sus elementos para darle a la novela una forma calculada de contrapesos sino que hace lo más difícil: vive en el interior de la historia, y no como juez sino como parte. 

La idea del narrador de novelas como director de personal en uso de un poder totalizante muere en Guanaco. La mata una idea superior -y menos arrogante-, que percibe la realidad como un fenómeno descontrolado pero orgánico que incluye a la literatura, y no mediante la alucinación de que la literatura es una superación de la realidad por megalomanía.

Sin embargo es importante reconocer en qué situación se encuentra el narrador de Guanaco que, como en varias novelas de López Brusa, aparece en un estado de pausa vital,  dispuesto a ver qué cosas pueden ocurrir en el suspenso, es decir qué es lo que puede pasar cuando no pasa nada. Un viaje propio, como en La temporada (1999) o en Guanaco; o una viaje de otro, como en La Yugoslava (2005), son fuerzas mínimas pero suficientemente poderosas para frenar la inercia de la vida. 

El tema de López Brusa es la grandeza de la intrascendencia. Sus historias hermosas y complejísimas brotan del tedio, las rutinas y el automatismo cotidiano que de pronto se abren en forma de maravillas a las que sólo les hace falta iluminarlas un poco o dejar que ellas mismas se iluminen por dentro. 

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Guanaco cuenta la historia de dos amigos que visitan a un tercero. Lo hace en un rango en el que lo único que se descarta es la exageración: “Exagerando se da pasto a los realistas. No pasarán”. Es una de las pocas frases de Guanaco que revela un pensamiento literario y parece pedirle a la literatura una expresividad justa. Pero exagerar o no exagerar no implica tanto una cuestión de proporciones sino un modo formal de responder a la pregunta: ¿dónde encuentra su literatura un escritor? En el caso de López Brusa, en la experiencia que sedimenta en una voz (la voz de la experiencia).  

Si se hunde una mano en las raíces de la literatura argentina será difícil extraer algo parecido a Guanaco, un clavel del aire que crece lejos del resplandor de Borges, de la imaginación literaria de Aira que hace escuela y del nuevo neorrealismo argentino triunfante, manteniendo con todos ellos una prudente distancia. El plan de Esteban López Brusa es olvidar los antecedentes de todas las tradiciones y lanzarse a la búsqueda instintiva del formalismo emocional (porque la emoción tiene también sus formas) que le de a la literatura la sangre que le está faltando.