CULTURA
Autoras Argentinas

Contra la felicidad: romper con el imperativo de la alegría

El libro "La promesa de la felicidad" de Sara Ahmed pone en jaque la obligación de los estados de ánimo positivos. Dos novelas recientemente publicadas por autoras argentinas van en la misma dirección, repensando a su vez el lugar que ocupan las madres.

Contra la felicidad
"La promesa de la felicidad", de Sara Ahmed; "La sal", de Adriana Riva; "Las estrellas", de Paulas Vázquez | Cedoc

En épocas de hiper estimulación e hiper consumo, la felicidad aparece siempre no solo como una posibilidad al alcance de la mano de cualquiera mediante al acceso a ciertos bienes y servicios, sino también como una obligación, un destino en común al que todos deberíamos llegar. En su extenso ensayo La promesa de la felicidad (Caja negra, 2019), la académica inglesa Sara Ahmed se encarga de historizar y problematizar el concepto de “felicidad” con el que se rige la vida contemporánea, así como también ver su rol disciplinador.

“La felicidad se convierte en una técnica disciplinaria (...) Lo que está en juego aquí es la idea de que es posible conocer ‘de antemano’ aquello que contribuirá a mejorar la vida de las personas. Se entiende que hacerlas más felices es una señal de mejoría”, escribe la autora en el prólogo del libro. En ese sentido, Ahmed -que se autodenomina como una escritora feminista y académica independiente- realizará un repaso sobre los pilares que van a construir el ideal de ánimo de las personas, así como su división por género y clase social.

“La felicidad se convierte en una técnica disciplinaria (...) Lo que está en juego aquí es la idea de que es posible conocer ‘de antemano’ aquello que contribuirá a mejorar la vida de las personas", plantea Sara Ahmed

Ahmed va a plantear tres líneas de análisis para romper el imperativo de la alegría: “La crítica feminista del ‘ama de casa feliz’, la crítica negra del mito del ‘esclavo feliz’ y la crítica queer de la sentimentalización de la heterosexualidad en términos de ‘dicha doméstica' me han enseñado mucho acerca de la felicidad y las condiciones de su encanto”, plantea la autora. De esta manera, va a llegar a conclusiones reveladoras e inquietantes, como puede ser a la felicidad como indicador del desempeño y el progreso, algo que también puede relacionarse con lo planteado por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.

Byung-Chul Han introdujo el concepto de panóptico digital, el cual suplanta a la ya tradicional idea de la sociedad panóptica disciplinaria del francés Michel Foucault. Así, va a plantear que esa sociedad ordenada y verticalista mutó en una sociedad de rendimiento, borrando los rastros más visibles un poder opresor. El resultado va a ser una psicopolítica individualista, en donde el rol de la autosuperación va a tener un lugar clave, con el objetivo último de maximizar la productividad y el consumo. 

Ahmed, por su parte, va a plantear que la promesa de la felicidad, así como su constante búsqueda, tiene el rol de ordenar el mundo, volverlo predecible y al mismo tiempo tolerable, invisibilizando rasgos de poder, desigualdades e incluso violencias cotidianas. Lo cierto es que todo deseo, ya lo enseñó el psicoanálisis, también esconde su contracara: la angustia, incluso cuando ese deseo sea el de la felicidad. El resultado es una civilización de los afectos, un ordenamiento que viene de afuera pero se replica en el interior, haciéndonos creer que es propio. “Son algunos cuerpos, más que otros, los que habrán de cargar con la promesa de la felicidad”, concluye la autora.

“La afirmación de que las mujeres son felices y que esta felicidad radica en el trabajo que hacen permite justificar una división del trabajo en función del género, no como un producto de la naturaleza", se lee en La promesa de la felicidad

Maternidades revisionadas. Dentro de los tres ejes planteados por Ahmed - la crítica feminista, la crítica racial y la crítica queer-, es interesante detenerse en el primero para ver cómo el concepto de felicidad también puede ser analizado bajo los cambios teóricos que trae el ascenso de los feminismos alrededor del mundo. 

Puede leerse en La promesa de la felicidad: “La afirmación de que las mujeres son felices y que esta felicidad radica en el trabajo que hacen permite justificar una división del trabajo en función del género, no como un producto de la naturaleza, la ley o el deber, sino más bien como la expresión de un anhelo y deseo colectivo. ¿Qué mejor forma de justificar una distribución desigual del trabajo que afirmando que dicho trabajo hace felices a las personas que lo realizan?”. El rol de ama de casa apacible, la madre que se entrega por completo a la armonía de la familia dejando atrás sus deseos personales, van a oponerse a la idea de la felicidad que durante mucho tiempo se vivió de forma naturalizada. Dos libros de publicados en el 2019 sirven para ver ese fenómeno: La sal (Odelia editora), de Adriana Riva, y Las estrellas (Mansalva), de Paula Vázquez.

En el caso de La sal, la primera novela de la autora nacida en Buenos Aires en 1980, se puede leer una revisión del vínculo entre una madre y una hija cuando las expectativas no se cumplen del todo por ambas partes. Riva, a través de una prosa fluida y atenta a los detalles, deja lugar a la crítica de lo que muchas veces se da por natualizado. “No estaba acostumbrada al contacto físico. Mamá nunca me había abrazado. Papá ni siquiera me pasaba el brazo por la espalda para sacarse una foto. Éramos una familia de palos de bowling”, describe la protagonista del relato. 

“No sé si fue feliz, fue madre. Ahora que los mellizos se fueron a vivir solos, ella no sabe muy bien qué es. Tiene la mirada brillosa de un animal disecado”, se lee en La Sal, de Adriana Riva

Más adelante, va a sentenciar sobre su hermana: “No sé si fue feliz, fue madre. Ahora que los mellizos se fueron a vivir solos, ella no sabe muy bien qué es. Tiene la mirada brillosa de un animal disecado”. La maternidad puesta en disputa, por más que se la elija, es una forma de actualizar su significado y su profundidad, poner sobre la mesa una nueva visión del mundo en donde lo íntimo y lo político se entremezclan de manera constante e inevitable. La sal es una novela paradigmática de eso: “Supe que el amor está tan cerca de la crueldad que hay que estar alerta para no saltar al otro lado. Convertirse en madre fue doloroso. Incluso ahora, varias veces al día me siento con la cabeza entre las manos, me canso”, se lee en un momento.

Al igual que sucede en el libro de Adriana Riva, en Las estrellas de Paula Vázquez también se va a poner el foco sobre el vínculo madre e hija luego de que a la primera le diagnosticaron un cáncer que terminaría siendo terminal. Escrita en un registro en donde se cruzan la crónica, la poesía, el diario personal y el ensayo, la abogada y escritora nacida en 1984 expone en su también primera novela la dificultad de decir adiós en una relación que siempre estuvo lejos de el ideal impuesto por la sociedad. 

“Estábamos juntas y hablábamos o nos quedábamos en silencio, pero juntas. Fueron pocas veces. Tres o cuatro, en total, desde que pude quebrar los años de distancia y agresión que nos habían separado. Desde que supe que mi mamá se iba a morir pronto”, se lee al principio del emotivo libro que sigue la línea de dos bellos títulos: Noches azules y El año del pensamiento mágico de la autora estadounidense Joan Didion. A lo largo de Las estrellas, Vázquez plantea el arduo trabajo de reconstruir un vínculo en medio del dolor, así como aceptar las diferencias y particularidades de cada persona. La promesa de felicidad, así como la nostalgia, sobrevuelan todo el libro. “No es extraño que haya quienes no sepan cómo acercarse a alguien en ese estado de peligrosa fragilidad”, concluye la autora en un momento, también revisitando el rol de la amistad y sus obligaciones silenciosas.

A lo largo de Las estrellas, Vázquez plantea el arduo trabajo de reconstruir un vínculo en medio del dolor, así como aceptar las diferencias y particularidades de cada persona. La promesa de felicidad, así como la nostalgia, sobrevuelan todo el libro

En definitiva, tanto en La sal como en Las estrellas, ambas escritoras argentinas destiñen, reconfiguran y vuelven a plantear la idea de la maternidad lejos de toda perfección. Las madres dejan de ser sujetos idílicos para ser personas de carne y hueso con sus lados correctos e incorrectos, sus aciertos y sus imperfecciones. La felicidad deja de ser un imperativo, abriendo el paso a una búsqueda mucho más personal y esclarecedora, en donde cada historia va a tener su desenlace propio, aunque no por ello menos universalizable.

Retomando a Ahmed, y a manera de cierre, es interesante detenerse en su idea de “guiones de género”: “pueden pensarse como ‘guiones de felicidad’ que ofrecen un conjunto de instrucciones acerca de aquello que mujeres y hombres deben hacer para ser felices (...) La obligación de ser felices que nos liga a nuestros padres es un reembolso, nuestra deuda por eso a lo que han debido renunciar”. Cuando ese camino se tuerce, cuando se rompen los guiones de género y de felicidad que estaban escritos para cada uno de nosotros, surgen historias como la que se cuentan en La sal y en Las estrellas. Es cuestión de animarse a escribirlas y, sobre todo, animarse a leerlas.