Hasta que Sandro Botticelli no pintó El nacimiento de Venus en fecha un poco incierta, entre 1482 y 1485, era muy difícil ver a una mujer desnuda en una obra de arte. Aquello que había sido común en la Antigüedad, en las esculturas de Venus del período clásico grecorromano, no se volvió a hacer y hubo que esperar casi mil años para que el cuerpo completo de una señorita estuviera expuesto.
Por su parte, la mitología le proporciona el relato de la concepción de Venus. A diferencia de sus contemporáneos Miguel Angel y Rafael, por mencionar algunos, Botticelli no estaba interesado en la antigüedad clásica para la iconografía cristiana sino por ella misma, para pintar sus hermosos relatos. En este caso, el de Cronos que le corta los genitales a Urano y los arroja al mar. El roce de la espuma con el falo de Urano engendra a Venus, que luego es transportada por el soplido de Céfiro hasta las orillas de la isla de Chipre donde es llevada por las Horas al lugar de los Inmortales.
Los Medici, la familia poderosa que encargó esta pintura al artista florentino, pudieron eludir la censura de la Iglesia al tiempo que fueron los que proveyeron la inspiración clásica con las obras que tenían en su castillo. Allí Botticelli pudo apreciar las poses de las diosas que venían sin ropa desde esos tiempos.
Aunque, además, necesitó que Simonetta Cattaneo, más conocida como “la bella Simonetta”, una musa florentina protegida por los Medici, se quedara como Dios la trajo al mundo para “volver a la vida” a la ninfa que iba a inaugurar un nuevo tiempo.