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En el pastizal de espartillo

Rodolfo Yanzón es abogado y tiene una larga experiencia en el campo de los derechos humanos. Esta, su primera novela, "Mandíbula" (Ediciones VS), da origen a un nuevo género: el thriller guaraní. Porque la novela es también una road movie que explora las claves históricas de un pueblo diezmado por la guerra de la Triple Alianza, y que aún hoy se empeña por conservar su cultura.

Yanzón. Para Rafael Bielsa, el magnetismo de esta novela radica en "distinguir en el cuerpo de escritura algo ajeno a la naturaleza de la anécdota".
Yanzón. Para Rafael Bielsa, el magnetismo de esta novela radica en "distinguir en el cuerpo de escritura algo ajeno a la naturaleza de la anécdota". | Cedoc

Estoy buscando algo para leer, no sé, un libro que…”. Si se trata de un thriller hipnótico, yo recomiendo Mandíbula, de Rodolfo Yanzón. La novela comienza como le gustaba a Hitchcock: una escena trivial en la que dos hombres se reconocen en la ciudad de Clorinda. Luego una mujer, un popurrí literario, un almuerzo. Antes de terminar el primer capítulo, el espectador ya está intrigado por uno de los personajes, que no lo soltará hasta el final: el paisaje.
El cielo se oscurece porque se espesa el lenguaje: nubes, relámpagos, palmeras, zorros de río. La actividad neuroeléctrica del cerebro se activa, la corteza frontal y parietal empieza a reproducir patrones idénticos. Urracas, pájaros carpinteros y loros, rodean un cadáver; el asesinato y el muerto ya están en el corazón de la narración.

 El thriller de enigma ha tenido cultores magníficos. Poe, Chesterton, Borges...

La percepción del transcurso del tiempo y el ritmo de la prosa están manejados con el contenido de las emociones negativas, con las leyendas sobre el fuego y la fertilidad, con el fluir del rio y los lamentos que alimentan los esteros. Vida de selva (una mujer a la que le cortan la pierna por una herida mal curada, mate y caña, contrabandistas) y postales ingratas (agua envilecida y flores marchitas), son los elementos que enfatizan la contigüidad de las escenas y las suturan.

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La historia de una derrota es un modo de mirar al mundo. La de los pueblos originarios, la de los vencidos durante la guerra de la Triple Alianza, son los ojos con los que la novela mira el desmembramiento y aquellos con los que el lector se va desgarrando, mientras permanece delante del libro. Hechos que parecen distracciones, contados sobre un mapa que encierra memorias sanguinolentas: alguna vez Brasil se expandió hacia el oeste y la Argentina tomó parte de Misiones y el Chaco, entre los ríos Bermejo y Pilcomayo. De nuevo Hitchcock, Ingrid Bergman que roba la llave de la bodega a Claude Rains (Notorious), mientras él le toma las manos y dice “Confío en ti”. En el lenguaje reside la distinción; Yanzón lo sabe.

Dónde muere la víctima y dónde se encuentra el cuerpo son dos cosas muy diferentes, que se parecen tanto como el mapache y el zorro de mano plana, pero no se identifican. Tampoco son iguales un muerto completo que uno sin quijada. Una parte del contrato de lectura de este thriller consiste en mirarlo siempre como se mira un tablero de ajedrez, porque a un argumento que marcha límpido y resuelto se suman deslizamientos, irrupciones, acrobacias, rebotes. Eso es John Katzenbach, la tensión entre lo que imagina el protagonista principal y lo que imagina el lector que estará imaginando el personaje. Otra dimensión del relato.

El thriller de enigma ha tenido cultores magníficos. Poe, Chesterton, Borges...: intertextualidad y reelaboración de otra literatura ya existente. Como una pelvis selvática y ancestral, las palabras van atrayendo historias guaraníes, a Dante y a Shakespeare, a Stendhal y a Virgilio. También atraen a Sarmiento, a Mitre, a Alberdi. Esa es otra de las explicaciones de su magnetismo: distinguir en el cuerpo de escritura algo ajeno a la naturaleza de la anécdota, una sombra o un ejército de sombras que fluye, cesa e irrumpe caudaloso.

Mandíbula captura, sojuzga y sostiene. Su respiración ordena la del lector

Al leer Mandíbula, cada uno oirá su música. Guarañas, ragtime brasileño, ritmos de choro, o el sonido de la lluvia sobre las hojas. Porque es una prosa que tiene música, y no solamente en sus imágenes o sus descripciones, sino en sus palabras: “Esa trama, tan oscura y viscosa que lo dejaba inerme”. Otro elemento que se agradece.

Mandíbula captura, sojuzga y sostiene. Su respiración ordena la del lector, sus recursos lo intrigan, su desenlace se persigue. No es propio de quien comenta hablar del argumento, pero nada se sabrá de él con esta pequeña coda: el personaje central se llama Samodi, aunque en realidad el nombre es Samuel Oddi. Él lo mixturaba, para licuarlo. Es una buena descripción de los dientes con los que muerde Mandíbula.