CULTURA
arte digital

Nuevo laberinto: el arte de inmersión

Un fantasma recorre el mundo del arte, haciendo peligrar la existencia de los museos tal como los conocemos. El consumo de obras plásticas pasa de la percepción en lo real a la percepción multimedia en ambientes recreados.

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El cambio. Ya no se tratará de estar frente a una obra de arte, sino de estar dentro, “inmersos” en ella, habitándola y, por lo tanto, disfrutándola de un modo del todo diferente. | cedoc

“Dos ideas –mejor dicho, dos obsesiones– rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas. Karl Rossmann, héroe de la primera de sus novelas, es un pobre muchacho alemán que se abre camino en un inextricable continente; al fin lo admiten en el Gran Teatro Natural de Oklahoma; ese teatro infinito no es menos populoso que el mundo y prefigura al Paraíso.” La cita pertenece al prólogo de Jorge Luis Borges a La metamorfosis de Franz Kafka (Buenos Aires, Editorial Losada, La Pajarita de Papel, 1938), y refiere a la novela América o El desaparecido (escrita entre 1911 y 1912), primer título esbozado por el bueno de Max Brod, su albacea, el segundo a la reinterpretación de las cartas del autor. 

Retengamos las palabras subordinación e infinito, también el nombre Gran Teatro Natural de Oklahoma, tres piedras posibles para explorar el laberinto del immersive art y regresar a la propia realidad. A esta rama del arte digital se la traduce como arte inmersivo. Para evitar el apuro del neologismo referiremos al “arte de inmersión”, más descriptivo, que refiere al pasaje de la percepción en lo real a la percepción multimedia en ambientes recreados. La tecnología utilizada es un híbrido de proyecciones en alta definición de imágenes sobre grandes superficies (paredes de un recinto post industrial abandonado y adecuado, por ejemplo), con pisos reflectantes donde también se proyecta, más equipos de sonido. Si bien estas exhibiciones pueden contener “situaciones” interactivas, la mayoría se limitan a la proyección en cuatro direcciones, incluso bajo el artificio de “envolventes”, todo esto bajo el procesamiento de datos con el uso de algoritmos. 

El lector puede tomar dimensión de este tipo de experiencia en Inmersive Van Gogh Exhibit San Francisco (www.vangoghsf.com), exposición itinerante inaugurada el pasado jueves; allí se proyectan cuadros del artista en un espacio acondicionado de techos altos, superficies blancas reflectantes, a la manera de una filmación con música o sonidos aleatorios, y con aproximaciones a detalles en los trazos, construcciones multimedia de fragmentos (girasoles, sillas), con recorridos, montajes y transiciones entre las distintas obras. Vale decir un Van Gogh como marea, para la inmersión ocular, casi física, en el arte sin líquido mediante. 

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En el piso, el público obedece a las marcas de la distancia social por pandemia, debe llevar máscara (como el buzo a la profundidad), y puede utilizar el dispositivo móvil para retratar y retratarse en el recinto durante el espectáculo, que resulta apabullante. Y tomemos nota en el detalle: llevar un tercer ojo.

Desde la óptica de la difusión cultural, este tipo de exposiciones permite al gran público (¿podemos pensar en masas?), acceder a todo tipo de obras con detalles más allá de los que se pueden apreciar ante la misma en el Louvre. Lo que implica también una puesta en conjetura del espacio tradicional del museo, también la competencia: la obra se acerca al sujeto, no hace falta su traslado, el turismo, ningún riesgo. Y desde quien posee la obra, una nueva explotación de la misma por permitir su difusión al detalle, ganancia por acceder a una nueva lupa. 

Los referentes históricos de esta puesta en escena del arte pueden ubicarse en las pinturas rupestres, pero el uso del movimiento y espectacularidad implica la apropiación del cine, en sus expresiones de 70 mm y 3 dimensiones. Como rama especializada en este tipo de arte digital, se consideran precursores al colectivo japonés teamLab (www.teamlab.art). Admitiendo la llegada tecnológica, el museo finlandés Amos Rex (www.amosrex.fi) construyó en la plaza adjunta a su ubicación, de manera subterránea, cinco salas con tecnología para arte de inmersión, que cuentan con 137 proyectores láser. El ámbito fue inaugurado hace dos años con una obra de team Lab. 

El Teatro Natural de Oklahoma de Kafka representa un espectáculo cuyo absurdo es la falta de causa, así como de finalidad alguna. En sucesivas traducciones, la palabra natural fue suprimida. Pero es atinente: naturalizar el absurdo puede ser el fin mismo de la existencia humana. Y luego, como espectadores/lectores, esta nueva condición como subordinados al infinito arte de inmersión (mansa entrega con propia cámara), invierte la parábola del circo: en el centro está la fiera humana, mientras en la platea, divertida, la representación a la que nunca puede asir para destruirla. Hay que leer América.