CULTURA
Muestra

Tiempo desplazado, tiempo anacrónico

Pintor metafísico argentino, ilustrador de los grandes clásicos, como Shakespeare, y cuyos personajes siempre se caracterizaron por carecer de rostro, Juan Carlos Liberti, fallecido en 2014, vuelve en una muestra seleccionada por su hijo, el escultor Juan Batalla. La muestra se titula “El robo de la escultura” y se presenta en la galería Francisco Traba hasta fines de mayo.

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Repertorio. Las apelaciones de Liberti son los sueños, la literatura y la pintura argentina de los años 30. | Galeria Francisco Traba

Aprenda dibujo. En su casa, por correo. ¡No importa su edad!”. Con leves diferencias, estas tres oraciones son las que están en la mayoría de los cursos por correspondencia para aprender dibujo que, desde los años 50 en adelante, fueron muy populares en la Argentina. Continental Schools, por ejemplo, fue uno de los más famosos y rival directo de Escuela Panamericana de Arte.

Una deliciosa especulación sería que esas tres consignas fueron las que convencieron a Juan Carlos Liberti (1930-2014) de suscribirse a uno de ellos. Pero lo cierto es que toda su educación artística fue por este método: así aprendió a dibujar y pintar. Recibió puntualmente los fascículos y no le importó hacerlo cuando ya tenía más de treinta años. En la década del 60, cuando se propuso esta tarea, los había cumplido. Para ese entonces ser joven era otra cosa.

Por lo tanto, su autodidactismo fue extremo. Admirador de la pintura flamenca, de Vermeer, de los grandes maestros del arte, primero los vio en los libros y luego los habrá visitado en los viajes. Un itinerario común, en todo caso, para un hombre de intereses variados y de trabajo estable, dueño de la fábrica de cápsulas para botellas, esos capuchones que tapaban todos los corchos, única forma de sellado de los envases. La empresa, heredada de sus padres, había empezado con el reparto de cerveza Quilmes y luego siguió con esta especialización en estas partes. Como entretenimiento, Juan Carlos les dibujaba y pintaba las etiquetas a sus clientes. Un cruce de avanzada entre las artes visuales, la industria y las marcas que prosperó hasta ser moneda corriente en nuestros días.

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En El robo de la escultura, la muestra de una parte de la obra de Liberti seleccionada por su hijo –el escultor Juan Batalla–, vuelve a aparecer el tema del tiempo. No es ya el dilatado y pautado por las entregas postales, como una suerte de folletín pedagógico; tampoco es la tracción hacia delante en su oficio de diseñador industrial ad hoc. Es el desplazado y anacrónico que está en sus pinturas. Una adhesión tardía a un surrealismo extemporáneo. No solo por las fechas –la mayoría de las obras que se exhiben son de los 70 y los 80–, sino por una imaginación que quedó hilvanada en paisajes con cielos plomizos, arquitecturas vislumbradas, montañas infladas para caminatas lunares y figuras desmembradas para armar y desarmar. Guardar las partes en cajas o sacar de ellas una cabeza para que sea el sol en otra de las pinturas. Un repertorio de posibilidades aprendido en los sueños, en la literatura y en la tradición de la pintura argentina de los años 30.

 A su vez, pinta globos aerostáticos que podrían ser gorros orientales, un hongo atómico y la erupción de un volcán, en sincronía de formas y estridencia. Esta última obra se titula Aerostático Henry Cavendish y es de 1981. Está en serie con otras que Liberti realizó sobre esta clase de globos de aviación. A cada una le puso el nombre de personalidades relacionadas con lo científico y la navegación aérea. Hay uno que recuerda a los hermanos Wright, como es de suponer.

La figura de Cavendish es peculiar. Nació en 1731 en Londres y murió a los pocos minutos de comunicárselo a su criado –“Me voy a morir”–, el 24 de febrero de 1810. Debe haber sido una de las pocas cosas que expresó, ya que sus biógrafos cuentan que habló menos que un monje trapense. Fueron estas palabras a su criado y otras más al banquero que le sugirió hacer algunas inversiones con la fortuna heredada, esa que no cambió en absoluto su estilo de vida: “¡Si le molesta tanto, me lo llevo a otro lado!”. No se casó ni tuvo hijos. Sus investigaciones en el siglo XVIII sirvieron para el cálculo de la densidad de la Tierra que se hizo más adelante. Descubrió la composición del agua y lo publicó en un trabajo que se llama Experimentos sobre el aire ficticio en 1766.

Un nombre científico, al tiempo que poético. En un ejercicio de yuxtaposición surrealista, lo seguimos leyendo en Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego, como una descripción perfecta de los cielos de Liberti: “Es todo el peso y toda la aflicción del Universo tan real como imposible, de este cielo estandarte de un ejército desconocido, de estos tonos que van palideciendo del aire ficticio, de donde el creciente imaginario de la luna emerge en una blancura eléctrica, quieta, recortada en lo lejano e insensible”.

 

El robo de la escultura

Juan Carlos Liberti

Francisco Traba, Galería de Arte. M.T. de Alvear 819

Hasta fines de mayo.