CULTURA
ENTREVISTA A RAUL ZURITA

Un oficio peligroso

El poeta chileno paso por Buenos Aires para presentar su libro más reciente, Las ciudades de agua (Audisea), y converso con Perfil. Un diálogo imperdible sobre los privilegios de escribir (buena) poesía.

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Poesía & Rock. En 2008, Zurita se unió a la banda González y Los Asistentes, liderada por el poeta y músico Gonzalo Henríquez, recitando poemas. | cedoc

Desde el cielo, al contemplar en la medida de su esplendor la cordillera de los Andes, resulta fácil imaginar que en esos picos imponentes y en su lógica fractal se traza una suerte de escritura, arcano sentido presemiótico propio de todo lo que ocupa un lugar en el espacio y que a su manera replica sobre la superficie de la Tierra los ecos de la bóveda celeste. Entre el exceso y la desmesura, la brutalidad del paisaje y la insignificancia de quien mira, la voz del poeta acontece como un meteoro, sobre todo si la voz de ese poeta es la del fenómeno atmosférico al que por comodidad hemos convenido en llamar Raúl Zurita (1950), perpetua lluvia de perseidas: un desierto poblado de voces escrito y transfigurado como un palimpsesto a campo abierto. Sin pena ni olvido.

A su paso por Buenos Aires hace un par de semanas para la presentación de la edición local Las ciudades de agua (Audisea) –poemario donde se intersectan el Popol Vuh y la Biblia, la Divina comedia y algunos sueños para Kurosawa–, PERFIL dialogó con el autor de Anteparaíso y Purgatorio, que ha editado recientemente el libro de ensayos Son importantes las estrellas (Diego Portales), el archivo conceptual Un mar de piedras realizado con buena parte de sus entrevistas (FCE), y que en 2016 presentó en la Bienal Kochi-Muziris de la India la pieza A Sea of Pain, una intervención monumental centrada en la crisis de los refugiados, sarcófago y santuario que, quién puede saberlo, acaso las corrientes marinas traigan pronto a Buenos Aires.

Sereno, con los estragos de una sensibilidad que registra las tensiones que articulan la experiencia de la vida en su cuerpo, responde en voz baja un domingo de invierno a un costado del cementerio de La Recoleta.

—La noche de tu lectura señalaste algo muy particular y sobre todo conflictivo; dijiste que estabas en contra de la escritura fragmentaria porque es algo que entiendes como un abandono del discurso, incluso como una cuestión moral. Quisiera saber a qué te refieres con exactitud, dado que somos muchos los que pensamos que no es posible desprenderse de lo fragmentario e incluso escribir de otra manera.

—Frente al derrumbe de los socialismos reales, frente a la especificación cada vez mayor de la ciencia, se dice que son imposibles los metarrelatos, que es absolutamente ilusoria cualquier petición de totalidad, lo que se llama la ética del fragmento, de la escritura no creativa, de aquello a lo que solo se accede a pedazos es algo que en general me parece bien, salvo porque creo ahora más que nunca que son necesarios los nuevos relatos, más que nunca son necesarias las nuevas lecturas que no surgen de la mente del supuesto creador, sino que surgen de circunstancias básicas de la vida: uno no experimenta su vida como un fragmento, uno la experimenta como una totalidad, que puede ser atroz, pero es una totalidad al fin y al cabo. Me parece que esta hipervalorización de lo fragmentario, de lo parcial, es una renuncia a poner, frente al derrumbe del mundo, la absoluta presencia de un nuevo mundo.

—Me deja perplejo tu comentario, puesto que algo que algunos intentamos hacer frente al derrumbe del mundo es relatar las partes de un naufragio, de un orden que ya nos entregaron roto. ¿Dónde ubicas entonces a Fernando Pessoa, al “Libro del desasosiego”, por ejemplo?

—Pessoa, con sus más de setenta heterónimos, es otra cosa. El es una idea máxima de la totalidad, incluye universos totales, aunque desde luego es solo una forma de entenderlo.“El poeta es un fingidor/ que finge tan completamente/ que finge que es dolor/ el dolor que de veras siente”. La posibilidad del fragmento es en realidad una coartada que imponen los poderosos: dado que se han derrumbado todos los relatos, los únicos dueños del relato dicen una y otra vez somos nosotros. Eso es lo que está diciendo el hipercapitalismo, “déjennos a nosotros el relato”, y nos confina a una cosa pequeñísima. Una molécula. Sin embargo, es ahí donde debe darse la lucha, no por los significantes sino por los significados. Cuando se teoriza sobre el fragmento y su proliferación, en realidad creo que se está escabullendo la lucha por los significados. Hay que disputarle los discursos al poder. Eso no quiere decir que una obra presentada en puros pedacitos no pueda ser poesía, puesto que ella es algo que solo sucede en un futuro. No está hasta que no se presenta, y eso puede ser cualquier cosa.

—Esto desde Heráclito da para charlar un rato, pero es una entrevista con Raúl Zurita, prácticamente un género literario en sí mismo, como lo testimonia “Un mar de piedras”, publicado este año en Santiago por el Fondo de Cultura Económica, preparado por Héctor Hernández Montecinos.

—En el lugar donde no había habla, en el espacio clausurado, las entrevistas fueron conversación. No me importa la categoría ni los pergaminos del entrevistador, ni siquiera la literatura. Las entrevistas han sido mi estilo de psicoanálisis. Uno público, no privado. No he leído Un mar de piedras, a lo más lo he ojeado, pero son formas de conversación legítimas... Es como una vida que no has planeado, una vida paralela. Palabras privadas que tienen público.

—Sin tener que pagarle nadie. Por algo la conversación es la forma líquida del ensayo, donde se utilizan diversos registros de la voz y sus enunciaciones, como en tu lectura, cuando empezaste a leer poesía, que nos dejó pasmados porque incluso desde el micrófono que fallaba en la charla previa de súbito sonó perfecto.

—Uno nunca sabe en una lectura qué es lo que va a pasar. Yo leo la poesía en todos los niveles, para todo tipo de lectores. Para el formado, que es capaz de comprender las conexiones internas, las citas, y también para el llano, aquel al que no le gusta la lectura y se distrae o abandona el libro. La lectura tiene que resistir el nivel de la lengua. Poesía es lograr jugarte las obras completas en veinte minutos. Ahora, si simulas, el juego está perdido, en el más mentiroso de los mentirosos: se transforma en un actor. La idea es conectar con alguna emoción, con el momento en que lo escribías, es posible que sea la emoción el poema, que se vuelve un acontecimiento. Mi sueño, mi ideal, es aquella lectura en voz alta que es capaz de sostenerse frente al mar.

—Es imposible que ese nivel de exigencia no se pague con el cuerpo.

—No lo digo desde fuera. Al primero al que aplico esa guillotina es a mí.

—Como un faro en la tormenta.

—Como un faro en la tormenta. No importa nada. Es un oficio peligroso.

—Así parece.

—Un poeta es un artista capaz de matar a otro ser humano, pero no matarlo con una pistola a lo mero macho, “Vení, morite, gato”, y darle un balazo sin más, sino como “¡La maté, sí, señores!” (Zurita canta unos compases de El preso número nueve, de Roberto Cantoral, inmortalizada por Chavela Vargas). Si no encuentra el valor, nunca será un artista magno, pero si lo hace será un asesino de mierda, un pinche asesino de mierda. El poeta oscila en ese borde, porque ahí es donde encaja. El poema es un trino que se define por ser capaz, pero sin criminalidad no hay arte. Sin terror no hay arte. El poeta es un ser capaz de enfrentar el vértigo con su propio cuerpo. No es una bravuconada. El poeta puede y debe hacerlo, de otra manera no podrá enfrentar ni tranzar esa zona oscura y trascendental que circunda a la luz. Es una lucha sórdida que te puede arrasar en cualquier minuto, llevar por cualquiera de los dos caminos, y porque es tan poco lo que uno hace es que hay que jugarse la vida. Es la lucha de cualquier escritor, el intento de usar la lengua para decir lo que tú quieres, lo que es díficil, porque el lenguaje a través de tus palabras también quiere expresarse a sí mismo. Una obra sin ambición artística es muy mala obra. Una obra absolutamente honesta está incompleta, no hay nada más aburrido que aquellos que no hacen trampa.

—Expresaste ideas complejas: sin terror no hay arte, sin criminalidad no hay arte; creo que esto establece un vínculo muy particular entre tu obra y la de Rulfo, que literalmente fue y les arrebató palabras a los muertos, y tú fuiste…

—Rulfo es mi héroe absoluto. Hay una antología que hice en Estados Unidos sobre los 15 mejores poemas de América Latina, Pinholes in the Night, e incluí entre ellos su cuento No oyes ladrar los perros. Eso es otra cosa que hacemos con el discurso de los muertos, ya que la lengua es la única restitución posible. Cuando hablamos estamos de una u otra forma repitiendo permanentemente las palabras de los muertos.

—En este punto quisiera preguntarte por tu relación con el humor. Algunos pensamos que así como Chayanne, cuando nadie lo ve, se debe encerrar en un placard a llorar, somos varios los que sospechamos de una relación carnal tuya con el humor. La noche de tu lectura citabas a Sófocles, pero yo quisiera preguntarte más bien por tu relación con Aristófanes, con Marcial, con Luciano...

—“Haz callar a esa puta, Filenio, y no me refiero a tu mujer sino a tu lengua”, decía Marcial. Claro que tengo sentido del humor, pero yo diría que es un humor más bien post mortem: emergerá cuando me muera.

—Qué chistoso.

—Yo digo esto seguido, pero la gente por lo general no se ríe.

—Ya que estamos hablando de muertos y sonrisas, me gustaría darte el nombre de algunos poetas y conocer la primera impresión que te cruza por la cabeza: Fernando Pessoa...

—Inmenso.

—Olga Orozco...

—La hipertrofia del yo.

—Enrique Molina...

—Sí.

—Octavio Paz.

—Pensador brillante y un mal lector de poesía.

—Enrique Lihn...

—No tengo ganas de decir nada de Lihn.

—Nicanor Parra.

—Admirable. Demasiado grande. Yo le tuve un amor tremendo, lo amaba. Pero el viejo vago se murió recién.

—Pablo Neruda.

—Tengo un problema con Neruda. De día era un portento. De noche, un idiota. Pero no cabe duda de que era un portento.

—El mundo se encamina a su horror a pasos agigantados. Cada vez parece menos plausible aguardar por tiempos mejores.

—La literatura es tan pequeña, impotente. Y sin embargo, sin la poesía el mundo decrece. Hay múltiples horrores para los que no alcanzan las palabras.

—“A Sea of Pain”, tu pieza presentada en la India, fue un intento de trascender las fronteras naturales de la palabra escrita, atravesando discursos.

—Para mí, lo visual y la palabra son parte de lo mismo. Como artista visual no controlo lo que despliega la mirada, que no tiene límite, pero mi lenguaje es la poesía y todo lo que hago lo hago como poeta. Por ello lo que he hecho en el cielo, en el desierto y en este caso son más bien intervenciones, como espasmos. Espasmos que pueden ser leídos como artefactos de escritura, pergeñados con el choque entre las materias que componen el mundo, como la lluvia y los huracanes, los mares y la cordillera. Tal como lo ha expresado el peruano Mario Montalbetti: “Eso es lo que haces, Zurita/ arrojar palabras contra las cosas/ En su caso, contra la geografía/ las percute las palabras/ Contra las cordilleras, contra los mares/ contra los desiertos/ Es casi, maravillosamente inconcebible/ lo que hace/ y ese golpe de palabras contra las cosas/ tiene un sonido –necesito un adjetivo aquí–/ un sonido intrasladable/ porque lo hace contra el runrún de un tirano/ que trató de llevarse todos los ruidos del mundo”.

 

Cielo abajo

Como serpientes prehistóricas, las huellas dejadas por las orugas surcaban la sequedad de la tierra mientras que la oblicua luz del atardecer se iba cerrando sobre ellas, suavemente, en un juego de luces y sombras que parecían alargarlas hasta el cielo. Hondo es así el pozo del tiempo. Diré aquí que odio a José y sus hermanos. Partieron con mamá al funeral y me quedé solo. Que el desierto se trague a esos primos mamá. Son pájaros de mal agüero. Como buenos hijos de puta solo se ven en los funerales. Vamos caminando en fila por un río de sal mamá. Veli me lleva tomado de la mano y yo a la vez llevo de la mano a mi hermana. Son las salinas de Punta de Lobos y entre ellas se ve el mar. Cada tanto nos alejamos y nuestros brazos se alargan sin soltarse. ¿Ves allá abajo las huellas que dejaron los tanques mamá? Parecen serpientes o ríos que se secaron. El funeral partió en la calle General del Canto, pero de eso no quedan más que unas pocas piedras. Era mediodía. Caminamos en fila siguiendo unas tumbas de sal y nuestros brazos se alargan sin soltarse. Nuestros brazos son [también un río. Un río que también se ha secado, mamá. Te diré otro nombre que le he inventado a papá: Finnegans, íbamos al funeral de Finnegans mamá. Fragmento de Las ciudades de agua, Audisea, Buenos Aires, 2018.