CULTURA
poesía y traducción

Versiones y reversiones de Emily Dickinson

El amor y el interés por la poesía de la poeta estadounidense no es nuevo en la literatura argentina. Desde Paola Kaufman, hasta Mariana Enriquez, pasando por María Negroni, se trata de una presencia habitual. Pero desde mucho antes había sido ya una obsesión y un desafío para Silvina Ocampo y para la traductora y poeta argentina Mirta Rosenberg, de quien se reeditan ahora poemas de Dickinson traducidos por ella: “Hacia el corazón del enigma”. Al mismo tiempo, y para probar que el amor no lo detentan solo los compatriotas, el poeta y traductor mexicano Hernán Bravo Varela acaba de publicar otra antología: “Veinticinco poemas”.

Mirta Rosenberg no estaba de acuerdo con la definición de Robert Frost según la cual “poesía es lo que se pierde en una traducción”. Pero al mismo tiempo pensaba que “la traducción es casi siempre una batalla en parte perdida”, como escribió en una nota para el blog del Club de Traductores Literarios, y no se contradecía. Sus versiones de Emily Dickinson, reeditadas por el sello Seré Breve, condensan ese estado incierto entre pérdidas y ganancias.

Hacia el corazón del enigma recupera las traducciones de Rosenberg publicadas en 1998 por el Centro Editor de América Latina. Se trata de 98 poemas de Emily Dickinson (1830-1886). En el prólogo añadido para la edición, Alejandro Crotto cita “Traducir poesía”, poema donde Rosenberg enuncia un mandato: “traducir en el medio, ni literal ni libérrimo” y a la vez “no perder el hilo/ del sentido”.

Dickinson vivió sin salir de su casa en Amherst, Massachusetts, y murió inédita. “Publicar no era, para ella, parte esencial del destino de un escritor”, según Borges. Pero a la muerte se multiplicaron las ediciones y en 1924 apareció la primera compilación de los 1.775 poemas que escribió. Desde entonces, destaca el poeta y traductor mexicano Hernán Bravo Varela, “ha sido elevada a personaje central en diversos ensayos, novelas, películas, programas televisivos, obras teatrales y libros de poemas”. El impulso llega a la literatura argentina contemporánea con La hermana (2003), novela de Paola Kaufmann sobre la familia Dickinson, cuya narradora es la hermana de la poeta; Archivo Dickinson (2018), poemas de María Negroni, y Nuestra parte de noche (2019), de Mariana Enriquez, cuyo título retoma un verso de la traducción de Silvina Ocampo.

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Bravo Varela hizo traducciones para otra edición reciente: Soy nadie. Veinticinco poemas de Emily Dickinson. Publicado por Espacio Hudson, el libro toma su título del poema 260, en su versión: “¡Soy Nadie! ¿Tú quién eres?/ ¿Eres —Nadie —también?/ ¡Ya somos dos entonces!/ ¡No lo digas! ¡Podrían delatarnos —lo sabes!”.

Rosenberg incluyó traducciones como colofón de sus libros de poesía y en 2018 propuso una segunda versión del poema 449 de Dickinson, muy citado por la asociación que establece entre belleza y verdad. Esta doble propuesta, dice Alejandro Crotto, “hace visible la pluralidad de versiones posibles y la relativa contingencia de cada una”.

El título proviene en este caso del poema 50 de Dickinson: “hacia el corazón del enigma/ alguien hoy se marchará”, traduce Rosenberg. La versión suena más convincente en términos expresivos que la de Silvina Ocampo (“dentro de un acertijo/ alguien se encaminará hoy”) por las opciones que adopta respecto del sustantivo riddle y del verbo walk, del original, y los matices que incorporan las palabras en español.

Borges celebró la literalidad de las versiones de Ocampo diciendo que “casi siempre” ofrecen “las palabras originales en el mismo orden”; esas versiones preservarían “la cadencia, la entonación, la pudorosa complejidad” de Emily Dickinson “en una suerte de venturosa transmigración”, según el prólogo para la primera edición (Tusquets, 1985).

En su libro Silvina Ocampo marginal, María Julia Rossi observó que el prólogo de Borges fue “contraproducente” para las traducciones y reseñó momentos de la recepción crítica. La traductora sueca Martha Dahlgren puntualizó fallos de comprensión y “algunos malentendidos en el plano léxico” por parte de Ocampo, pero al mismo tiempo reconoció que entre las versiones de Dickinson a la lengua española “es la que más sigue de cerca el original”. Dahlgren también cuestionó el uso de términos rioplatenses, “mostrando su propia perspectiva abiertamente eurocéntrica” (Rossi).

Ocampo tradujo a Dickinson entre 1970 y 1978. Rossi afirma que “en su poética, la traducción no tenía tanto que ver con una reproducción fiel del sentido como con un ejercicio literario de libertad creativa”, en contraste con la valoración de Borges. Esa perspectiva es también la que reivindicó Mirta Rosenberg para sus propias versiones: “Para mí no hay una enorme diferencia entre escribir y traducir. Yo veo al buen traductor de poesía como un autor. Lo que he traducido forma parte de mi obra”.

Si bien las comparaciones son inevitables (y odiosas), estas traducciones de Dickinson se complementan, dado que toman diferentes poemas dentro de la obra y en sus divergencias exponen concepciones del oficio. Bravo Varela parece el más atento a la particular sintaxis del original, donde la mayoría de los puntos y comas son reemplazados por guiones largos que inscriben pausas y marcas de sentido; además distingue “sustantivos tótems” (los que Dickinson escribe con mayúscula y que contendrían su universo íntimo) y “tabúes” (referencias comunes del mundo exterior) y se propone seguir “su afán sintético y antiprosaico”.

Las versiones de Rosenberg y las de Ocampo no contrastan tanto en el sentido como en la construcción del verso, si es que pueden aislarse ambos aspectos. En el comienzo del poema 1071 traduce Rosenberg: “La percepción de un objeto cuesta/ precisamente de ese objeto la pérdida”; Ocampo parece más ajustada al trasladar los mismos versos: “Percibir un objeto cuesta / la exacta pérdida del objeto”. Sigue Rosenberg: “la percepción es en sí misma una ventaja/ que por su precio da respuesta”. Y Ocampo, en cambio: “percibirlo en sí mismo es una ganancia/ que responde a su precio”.

Rosenberg modifica el orden de las palabras en función de rimas que dan al poema cierta resonancia del Limerick: “¿Es entonces la belleza una aflicción?/ Debería saberlo la tradición”. Traducir es en su programa “componer un poema en la lengua de destino”; no se toma mayores libertades ni es más discursiva, pero prescinde de los guiones que utiliza Dickinson, cobra mayor fluidez y gana en significado y en sonoridad. “Nunca al irnos sabemos que nos vamos;/ cerramos la puerta y bromeamos”, se impone así, por ejemplo, a la solución de Ocampo: “Nunca sabemos que vamos cuando vamos yendo-/ gesticulamos y cerramos la puerta-” (poema 1.523).

Según Rosenberg en su nota sobre el tema, la traducción “es afortunada cuando se puede elegir qué perder” y “absoluta cuando eso que se pierde llega impuesto desde el texto”. El poema 684 de Dickinson resuelve el problema, en su versión: “Las mejores ganancias deben pasar la Prueba de la Pérdida / para tornarse ganancias”.