Si hubiera un manual periodístico sobre el tratamiento del fútbol femenino, debería decir que no habría que hacer referencias a jugadores varones al hablar de futbolistas mujeres, pero Amalia “la Negra” Flores, la primera jugadora argentina en ser transferida a Europa, se fue a jugar a Italia, a un club del área metropolitana de Nápoles, en 1990. La sombra de Maradona, que por ese entonces le daba el segundo scudetto de la historia al Napoli y era el rey de esas tierras, es imposible de esquivar. “Tenía que hacer lo mismo que hizo él cuando llegó”, recuerda Amalia. Y así fue: no bien arribó a Italia, fue a un programa de televisión, participó de sesiones fotográficas y tuvo su presentación con los hinchas.
Amalia tenía 28 años y era la goleadora de Yupanqui, el mejor equipo argentino de fútbol de mujeres de ese momento. Un día la convocaron a un amistoso en el club. Amalia no sabía que un italiano, que luego quedaría fascinado con su juego, estaba en la tribuna. “Me llevo a la 11”, les dijo a los dirigentes de Yupanqui. Inmediatamente, arreglaron la transferencia entre los clubes y a ella le ofrecieron un monto por viáticos que triplicaba lo que cobraba en la Argentina. Una semana después, sin firmar ni un papel, Amalia se subió a un vuelo rumbo a Italia para vestir la camiseta del Caivano, un club del ascenso del fútbol de mujeres de ese país.
“No sé cómo se fijaron en mí, ellos venían a buscar una chica de 15 o 16 años, yo tenía casi 30. Nadie me explicó nada. Y tenía tantas ganas de ir que ni pregunté”, explica. “Allá estaba completamente sola, era la única extranjera. Me recibieron muy bien, pero al poco tiempo la cosa se complicó y empecé a tener problemas con el club. Me pedían que le diera una mano al presidente. Era todo política”, dice Amalia.
El presidente la llevó porque quería tener a su Maradona y el club necesitaba ascender a la máxima categoría. “Yo les dije: no vengo a hacer política, vengo a jugar a la pelota”, recuerda. El acuerdo inicial era por ocho meses, pero Amalia decidió volverse a los cuatro, a pesar de que le ofrecieron más plata para quedarse y de que jugadoras de la serie A, la Primera División del fútbol italiano, le dijeron que le veían futuro.
Amalia volvió a Yupanqui, luego pasó a River y terminó su carrera en Boca, a los 40 años. Hoy tiene 57, vive en Villa Bonich, partido de San Martín, y trabaja haciendo albañilería. Dice que no se arrepiente de aquella aventura en Italia, pero que cambiaría algo: si pudiera volver el tiempo atrás, buscaría un mejor asesoramiento.