Guardar los dólares debajo del colchón. Una expresión típicamente argentina que a veces se aplica de forma simbólica y otras de modo literal.
Hace décadas que recurrimos al billete norteamericano para hacer frente a contextos de alta inflación y moneda débil, dos problemas endémicos de la macroeconomía del país. Y en un mercado sin acceso al crédito hipotecario, apilar pacientemente un dólar arriba de otro ha sido el método que muchos ciudadanos usaron para comprar su primera vivienda, por ejemplo.
Pero los tiempos cambian y con ellos también las costumbres.
¿Hoy es útil guardar los dólares debajo del colchón?
¿Sirve apostar por una moneda que en 2021 tuvo una depreciación del 7%? Si se la compara con el peso argentino, que pierde valor a un ritmo anual por encima del 50%, por supuesto que conviene. Sin embargo, en términos de inversión a mediano plazo, acumular dólares hoy equivale a perder plata.
La economía está creciendo pero no hay confianza ni gestión
En el escenario de una guerra que parece más cerca de agrandarse que de terminar, con alzas persistentes en el precio del petróleo y frente al temor de una recesión económica que ya se percibe en la caída de las principales bolsas, tener billetes en la mano no parece ser la decisión más conveniente.
En otras palabras, aunque el dólar sigue siendo la moneda más fuerte del mundo, el panorama global invita a la cautela.
A eso hay que sumar un factor clave: la inflación, que en los últimos años parecía un problema casi exclusivamente argentino y de países con economías más endebles, hoy se extiende a buena parte del planeta como consecuencia de los paquetes de estímulo y la alta emisión de los gobiernos en el transcurso de la pandemia. En mayo, por ejemplo, los precios han aumentado un 8,1% en la zona euro, superando por primera vez un incremento anual de ocho puntos porcentuales desde que hay registro de datos en Eurostat, la oficina europea de estadística.
Inversión a corto plazo, inversión a largo plazo
Desde el punto de vista del ahorro, el dólar sigue siendo un buen refugio si necesitamos el capital a corto plazo. ¿Pero qué pasa si queremos hacer rendir esa plata en el tiempo? En ese caso, el desafío no será únicamente ganarle a la inflación argentina, sino también a la depreciación de las monedas internacionales.
Dólar y riesgo país: el contexto global dificulta aún más el futuro económico de Argentina
Es conveniente, entonces, pensar en activos que ganen valor con el correr de los años, por encima del ritmo inflacionario, que funcionen dentro de macroeconomías estables y en el marco de regulaciones claras; apuntar a mercados con espalda para resistir las fluctuaciones temporales -pandemia, guerra, inflación, etc.- y que ofrezcan al inversor una rentabilidad moderada y segura, y en lo posible diversificada, la cual se logra en el transcurso de ciclos económicos largos (5 años, aproximadamente).
Por ejemplo, se ha demostrado que las propiedades de inversión han brindado una protección contra la inflación porque su apreciación sube con el correr de los años, fundamentalmente en los países desarrollados.
En ese contexto, las prioridades también son importantes. Si tenemos claro cuándo necesitaremos el dinero y la inversión busca generar una reserva de emergencia para este momento de incertidumbre, por ejemplo, la liquidez es fundamental. Ahora, si el objetivo es generar un resguardo para un retiro a largo plazo, la rentabilidad se ubica en el centro. La variable riesgo, tercera en este trípode de factores, es otro punto importante. Quien ofrece 30% de retorno mensual en una inversión también debe explicar los grandes riesgos que esa operación conlleva.
Encontrar opciones que minimicen el riesgo y generen rentabilidades aceptables puede ser más difícil que en otras latitudes, pero hoy en día las herramientas digitales abren más opciones, con alternativas transparentes y confiables, que además son sencillas de operar desde un celular inteligente. El inversor tiene más herramientas, está más empoderado y eso es digno de celebrar.
* Cofundadora y COO de Bricksave. Es Licenciada en Administración de Empresas por la Universidad de San Andrés y máster en Economía de Eseade