Después de un mes de negociaciones, este miércoles se anunció el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Habrá más plata que en el acuerdo original y el monto total pasa de US$ 50.000 millones a US$ 57.100 millones, a cambio de un ajuste fiscal más rápido a déficit cero el año que viene, con promesa de superávit fiscal en 2020. Además, se adelantarán los giros para que este año y el próximo no haya ninguna sospecha de default. Se cambia el plan de metas de inflación por un compromiso de aumentar cero en términos nominales la cantidad de plata que hay en la calle bajo el precepto de que si no hay más dinero no crecen los precios, aunque sufra la actividad económica. Y se develó lo que era el principal misterio en la City y cuya definición terminó con la gestión de Luis Caputo en el Banco Central: se establece una banda de flotación del precio del dólar entre $34 y $ 44 en la cual el Banco Central no podrá intervenir para contenerlo.
El objetivo del Gobierno es que con este programa de estabilización, como lo definió el flamante titular del Central, Guido Sandleris, mano derecha del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se induzca a una baja del riesgo país producto de que se eliminan dudas de la capacidad de pago, se estabilice el dólar, la inflación empiece a ceder y entonces la economía vuelva a crecer en algún momento del año que viene, de la mano de las exportaciones. El final feliz (?) de la película sería, con una macro estabilizada, poder volver a pedir plata a los mercados y así garantizar el repago de la deuda con el Fondo, que empieza a vencer en 2021.
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Ocurre que hay dudas sobre el programa no sólo por el impacto recesivo que puedan tener el ajuste fiscal, la aspiración de pesos de la calle a través de tasas más altas y la caída del salario real tras el salto del dólar de $20 a $40, sino porque el nuevo esquema de manejo del dólar deja al ente monetario a la intemperie. Le quita posibilidades de moderar los incrementos dentro de la llamada “zona de no intervención” sobre el tipo de cambio.
De hecho, ahí estaba el punto de mayor discusión de Caputo con los burócratas de Washington. El ahora ex jefe del Central aseguraba que el Fondo no entiende que en la Argentina si el dólar empieza a subir, si no se lo contiene genera cada vez más demanda, al revés de lo que ocurre con cualquier otro bien. Por eso algunos economistas en la previa hablaban de que si había bandas cambiarias debía ser una banda angosta, de entre $38 y $42, porque de lo contrario se recrea la expectativa de que puede seguir la corrida. Las preguntas son: ¿Qué pasa si en los próximos días el dólar asoma rápido a $41 o $42? ¿Qué podría hacer que no llegue luego a $44 si el BCRA tiene las manos atadas? “Que hasta ahora no lo hizo”, dijo un hombre de consulta con este equipo económico.
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La lección que deja Caputo en este punto es amarga. Durante este último mes, en mercados de divisas de poco movimiento, con compras muy chicas de divisas la cotización saltó porque el Central no intervenía. “Es que el Fondo no quiere”, decía el equipo de Caputo, que llegó a forzar el acuerdo e intervino generando el enojo que le costaría el cargo. “Es difícil darle flexibilidad al tipo de cambio en la Argentina, donde no controlás más oferta que la del Banco Central y hay una demanda irracional de dólares”, explicaba una economista que conoce al flamante jefe del BCRA. “En Chile, por ejemplo, el Estado maneja los dólares de la principal exportación, el cobre, porque es una empresa estatal; acá das libertad total para que liquide el campo y así sólo te quedan las reservas”, ejemplificaba. Además, acá sólo en ocho meses se fueron más de 23 mil millones de dólares para activos dolarizados.