Con pocos días de diferencia me tocó entrevistar a Lavagna y a Cavallo (ver página 18). Ambos se van a enojar con la comparación arbitraria, pero el salto de uno a otro me hizo recordar lo que pensé no hace mucho, cuando con un día de diferencia visité las tumbas de Lenin en Moscú y de Mao en Pekín: cuántos parecidos y cuántas diferencias.
Cavallo y Lavagna cambiaron la vida de la Argentina y de la economía pasaron a la política. Pero la historia que cada uno construye del mundo y de la Argentina son opuestas. Lavagna puede mostrar la aprobación de la sociedad a su gestión y tiene aspiraciones electorales. Cavallo sabe que la gran mayoría de la sociedad lo aborrece y que políticamente es un jubilado. Paradójicamente, Lavagna es más viejo que Cavallo: le lleva cinco años. Pero no sólo su vitalidad política es mayor sino que su aspecto también es el de alguien más joven. El cuerpo nunca miente y Cavallo lleva la crisis impresa en su más que nunca voluminosa figura. Pero su mente sigue tan vigorosa como siempre.
La entrevista con Cavallo fue el martes pasado cuando la ciudad, bajo alerta meteorológico, se inundó. La ventaja fue que entré cuando aún no había comenzado la lluvia, a las 17, y salí cuando ya había terminado, casi a las 21. Conversar con Cavallo tantas horas genera sentimientos ambivalentes: piedad, enojo, respeto, tristeza por la suerte de nuestro país, odio y gran curiosidad histórica. Imagino que el lector interesado en economía tolerará la enorme extensión del reportaje y superará los recurrentes impulsos de abandonar su lectura enojado con su pobre autocrítica. Los que logren llegar al final, además de leer sus opiniones también sobre la economía actual en la última parte del reportaje, encontrarán, después de muchas vueltas, la confesión de que lloró por su responsabilidad en la crisis de 2001.
A los lectores que no tengan la misma preocupación histórica o económica, pero les interese la política actual, les recomiendo leer los cuatro recuadros con curiosas revelaciones sobre Kirchner, Menem, Duhalde, Macri y Carrió.
Me impresionó que tanto Lavagna como Cavallo tuvieran más aversión uno por el otro que cada uno de ellos con quienes les tocó enfrentarse en su tiempo: Kirchner y Menem. Evidentemente, en esa rivalidad hay reconocimiento mutuo, identificación y una valoración intelectual que ninguno les asigna a los presidentes para quienes trabajaron. Se consideran mutuamente los únicos ideólogos económicos a su altura.
Más allá de los celos naturales, lo que separa las aguas entre ellos se podría resumir en dólar caro o barato. La causa irreductible del “modelo” en discusión se centra en el precio del dólar o en la importancia de ese precio para el conjunto de la economía.
Contribuyó a aumentar mis dudas sobre la tasa de cambio el hecho de que en medio de los reportajes coincidiera la reunión trimestral del directorio de la editorial que Perfil tiene en Brasil y se me explicara detalladamente lo bueno que era para la economía de ese país que el dólar fuera cada vez más barato y la moneda brasileña más fuerte.
¿DOLAR CARO O BARATO?. Brasil considera al dólar bajo un mérito de la economía. En la Argentina se valora lo opuesto como una fortaleza. Cavallo y Lavagna tienen la misma controversia.
Dolarzinho. Tanta importancia le dan a que un dólar haya llegado a costar sólo dos reales que la revista Veja, equivalente a Time en Brasil, le dedicó su tapa. Algunos datos sobre este fenómeno: en los últimos cuatro años la moneda brasileña fue sobre la que más se devaluó el dólar en todo el mundo: 58%. En este mismo período, el dólar también se devaluó el 54% sobre la corona de Eslovaquia y 42% de la Checa, el 39% sobre el zloty de Polonia, 37% sobre el dólar de Australia, 36% tanto del peso chileno como del colombiano, 34% sobre el dólar de Nueva Zelanda y también 34% sobre el bath de Tailandia, país emblemático porque fue la gran devaluación de Asia que se esparció por el resto del mundo en 1997.
O sea que, coincidiendo con los cuatro años de Kirchner, el dólar perdió alrededor del 30% sobre la gran mayoría de las monedas de los países emergentes del mundo, además de un porcentaje respetable sobre el euro. Kirchner tiene suerte, si “el modelo productivo” de Lavagna es correcto, porque puede devaluar el peso sin que se note, ya que costando en Argentina el dólar lo mismo, un peso vale 30% menos que un real, por ejemplo, absorbiendo así la inflación de su periodo presidencial.
¿Tendrán más suerte los brasileños? Ellos se enorgullecen de que este dólar barato sea una señal de la fortaleza de su economía, porque sus exportaciones y superávit comercial crecieron más que los argentinos –a pesar de nuestro dólar caro– gracias a que exportan valor agregado y no sólo productos primarios. Y, por lo mismo, su mercado interno resiste mejor la competencia de los productos importados.
En 1970 las materias primas representaban el 75% de las exportaciones de Brasil y en 2000 sólo el 23%. Hasta 1930 el café fue el 72% de las exportaciones brasileñas y el año pasado representó sólo el 2%. ¿Nuestra soja? Brasil también exporta mucha soja aunque porcentualmente es mucho menos importante para ellos: sólo el 4% del total de sus ventas al exterior.
Gracias a la caída del dólar también se redujo el costo de vida: además, desde 2003 el precio en los supermercados del poroto (del feijon) bajó el 23%, la harina el 21%, el aceite el 22% y el arroz 10%. Obviamente, los importados también bajaron: un televisor que costaba 843 reales hace cuatro años hoy cuesta 550.
En síntesis, al igual que Lavagna y Cavallo, Brasil y Argentina; cuántos parecidos y cuántas diferencias.