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Auge de seudociencias y oscurantismo

Poco antes de cumplir un siglo de vida, Mario Bunge dialogó con PERFIL sobre el auge de las seudociencias. Defendía que el Estado impidiera su difusión y pedía responsabildad a los medios.

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En marzo de 2019, poco antes de cumplir los 100 años, Mario Bunge dialogó con PERFIL, oportunidad en la que alertó sobre la proliferación de pseudociencias en tiempos de pensamiento líquido.

—Vemos día a día cómo grupos antisistema avanzan, ¿cómo surgen estos movimientos?

—Siempre hubo pseudociencias, homeópatas, acupunturistas, astrólogos, hay de todo… En la escuela hay un problema de base, se enseñan directamente los resultados científicos, pero no a poner en duda las afirmaciones que se hacen. Falta conocimiento de los procesos científicos, del método de investigación, nos enfocamos en conclusiones y no en saber cómo se llegó a ellas para evaluar todo el proceso. Las respuestas instantáneas van ganando terreno, dejamos de elaborar ideas críticas, cuestionar.

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—¿Qué pasa cuando los líderes son los seguidores de las pseudociencias?

—La Argentina es un país que ha tenido hasta dirigentes políticos relacionados con el oscurantismo. No se olvide de Isabelita Perón, secundada por José López Rega, quien era apodado “El Brujo” por sus prácticas de astrología y pseudociencias. En una sociedad donde sus líderes se comportan así, es difícil predicar el pensamiento crítico entre la gente común.

Chantas. Para Bunge, no solo hay líderes cuestionables; también hay “muchos médicos o personajes chantas que surgen con impacto mediático” y son aceptados con facilidad. Tal fue el caso del británico Andrew Wakefield, quien por intereses económicos hizo creer a la población que la Triple Viral era una vacuna defectuosa que causaba autismo, un disparate que aún hoy es tomado en serio por mucha gente.

“Wakefield ofrecía una nueva vacuna, alternativa, a los laboratorios. Por eso, siempre hay que pensar: ¿quién se beneficia con la campaña de ciencias alternativas o con la venta de libros y demás? Primero sospechar si hay negocio detrás y luego analizar también los efectos en la comunidad que provocan estos engaños”, subraya el investigador de la Universidad MacGill.

Bunge evoca el impacto que tuvo aquella mentira. “En 1998, la publicación del artículo de Wakefield en la revista The Lancet creó una controversia mundial sobre la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola, al afirmar que causaba autismo. Esto llevó a que se redujera el uso de la vacuna en Inglaterra, Estados Unidos y otros países, que han sufrido brotes posteriores como resultado de menor vacunación”, según una investigación de los expertos en vacunas Gregory Poland y Robert Jacobson, de la Clínica Mayo, en la revista The New England Journal of Medicine.

Para el filósofo argentino, el Estado tiene la obligación de impedir la difusión de estas teorías. “El Estado debería castigar o impedir el fomento de las pseudociencias. No debería haber una Asociación de Homeopatía relacionada con la medicina, como no encontraremos seguramente una asociación de alquimistas en la Facultad de Química, o de astrólogos en la de Astronomía”.

Y finalmente, frente al avance de los nuevos medios digitales, también recomienda “ser cuidadosos en el tipo de tratamiento que se da en los medios a las pseudociencias, ya que no es conveniente difundir estas corrientes con la misma fuerza que las ciencias formales. Pueden parecer cosas novedosas y se tratan con banalidad, en vez de ejercer el pensamiento crítico para analizarlas y evaluar su validez”, concluye Mario Bunge, autor de La ciencia, el método y su filosofía, que recomienda una publicación española, El Escéptico, como ejemplo de abordaje de estos temas.