ELOBSERVADOR
susana toporosi, psicologa

Cómo es la mente de un abusador de menores

¿Es factible detectar situaciones graves aunque las víctimas no las denuncien? ¿Se puede volver de ese infierno? Una experta explica la experiencia del trabajo con niños, niñas y adolescentes que fueron maltratados.

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“El abusador suele amenazar a los niños y adolescentes para que no cuenten lo que pasa. Les dicen que si los denuncian no verán más a su madre.” | #joaquintemes

A lo largo de la entrevista, quien firma estas líneas –alguien no muy afecto a expresarse con malas palabras– usó una expresión que lo dejará sentado rápidamente y que evitará en lo sucesivo, esencialmente por respeto a los lectores. Cuando la entrevistada, Susana Toporosi, describió algo de la mentalidad del abusador, el otro lado de la temática de su libro reciente, en el que se cuenta mucho de los sufrimientos de los niños y niñas abusados, cuando se hablaba de uno de los actos más monstruosos de lo humano, la expresión que nos surgió, casi espontáneamente fue: “¡Qué hijos de puta!”.

El libro de Toporosi se llama En carne viva y es una mirada profunda y científica sobre el horror. ¿Cómo se vuelve del infierno? O, lo que es más necesario, ¿cómo se detecta la presencia de lo infernal? La autora tiene una experiencia amplia, especialmente en el Hospital de Niños con la temática, que apareció últimamente en los medios –las denuncias en las divisiones inferiores de Independiente y River, los casos de pedofilia en la Iglesia– pero que en la experiencia hospitalaria es mucho más frecuente de lo que imaginamos. Para Toporosi estamos ante un tema de “salud pública, no siempre atendido por las autoridades en la materia”.

Un tema en el que una mirada científica permite encontrar salidas, especialmente para las víctimas: “Es clave –afirma– que la cuestión tenga visibilidad. Me parece una oportunidad que se le dé visibilidad al tema, porque el abuso sexual es una problemática que en este momento puede ser considerada grave dentro de la salud pública. Atraviesa a grandes sectores de la población. A muchas personas que trabajan con niños, especialmente los docentes, los líderes comunitarios, quienes trabajan constantemente con los chicos tienen una oportunidad para que sepan cómo se manifiesta muchas veces. Y, en todo caso, recibir los relatos, tener conexión con lo que les pasa a esos chicos y poder ayudar a detectar situaciones”.

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Características. Para la especialista, más allá de las últimas denuncias, el foco de atención debe estar en lo intrafamiliar: “Especialmente con los padres. El otro tema muy frecuente es el abuso de padrastros. También abuelos, tíos. Pero la mayor cantidad  ocurre con el padre. Hay que saber que no se trata de situaciones en las que los niños y adolescentes van y lo cuentan. Muchas veces, esto permanece guardado y callado durante mucho tiempo y es trabajo de los profesionales de la salud que atienden a los chicos poder llegar a detectar en las consultas qué es lo que está pasando, si hay algunas señales que puedan dar a pensar que ese chico vivió alguna situación de abuso. Lo primero es poder ayudarlo a que lo pueda expresar o que lo pueda contar”.

—¿Cómo se lo ayuda?
—Lo traumático tiene la característica de que es muy difícil para la persona que lo vivió poder relatarlo. Una persona que fue víctima de una situación traumática es muy difícil que lo pueda decir. Para un niño que vivió una situación así es muy difícil, por ejemplo, poder dibujar o jugar incluyendo eso. Esto no sucede. Lo que sí puede pasar es la interrupción de un juego, o quizás hablando de otras cosas se puede largar a llorar. Entonces aparecen señales que involucran el cuerpo del chico. Es donde hay que ser precavidos para pensar que en esa chica o ese chico sucede algo. O que sucedió previamente, en su infancia. El abuso está muy subdiagnosticado. Por eso cabe decir que es un tema de salud pública.

—Produce escalofríos escucharla...
—Cabría preguntarse: ¿Por qué se produce el abuso de un padre a una hija? Inclusive, ¿por qué sucede más con los padres que con los padrastros? El abuso es el botón de muestra de lo que sucede con el sistema patriarcal. El varón se siente dueño de los cuerpos y también se siente dueño del cuerpo de su hija. Siente que puede hacer lo que quiere. También se siente dueño del cuerpo de su mujer. Esto también sucede con los femicidios. También lo que conecta todo esto es este lugar que tiene el varón y su sensación. Siente que puede hacer lo que quiere. No hay nada que lo pueda frenar en esa apropiación.

—¿Qué le pasa en la cabeza a alguien que abusa? ¿Cómo es la cabeza de alguien que abusa?
—Se trata de una persona  cuyo aparato psíquico funciona del siguiente modo: se establece una división entre dos partes que no entran en contradicción.

Desde una de esas partes, transforma al sujeto, en este caso una niña, en una cosa. No la ve precisamente como un sujeto, como una persona que siente y que sufre. Por tanto realiza actos cumpulsivos que no puede parar de hacer. Actos que incluyen la sexualidad, como medio, pero que tienen que ver con la destrucción del otro. O sea, cuando ese acto termina, no tiene otra parte del yo que luego se angustie y lo haga interrumpir esos actos compulsivos. Es una especie de tabicamiento, que le permite seguir repitiendo esos mismo actos, incluso varias veces.

No tiene que ver con un acto sexual, en la medida en que hay una consideración del otro como persona. Tiene que ver con destruir al otro usando la sexualidad como arma. Las personas que hacen esto, en realidad tienen fallas desde muy temprano en la constitución de su psiquismo, que no pudieron ser contenidas por alguien mayor. Predomina en ellos un odio temprano que los lleva a repetir estos actos compulsivos.

Ambito familiar. Susana Toporosi afirma que habitualmente “el abusador hace una amenaza al chico o al adolescente: no lo puede contar; si no le va a pasar algo grave al chico. Las amenazas suelen ser del estilo ‘tu mamá no te va a querer más si lo contás’. O que no la va a poder ver más: hay que imaginar qué significa para un niño semejante amenaza. Se lo amenaza con perder lo más importante, ya que el niño depende del afecto de un adulto.

—Lo cual es mucho peor cuando el que amenaza es el padre.
—Siempre sucede en una situación de asimetría y de poder, que tiene que ver con la dependencia que tiene un niño de un adulto. Un niño no se puede criar solo. Necesita de afectos y de cuidados físicos también de parte de los adultos que lo cuidan. Entonces, ese terreno se transforma en uno de vulnerabilidad para que pueda suceder una situación de abuso.

—¿Siente vergüenza un abusador?
—Un abusador tiene un modo de funcionamiento mental en el que los chicos o las otras personas no son considerados sujetos. No tienen instaladas ciertas legalidades que hacen que ciertas cosas les produzcan un freno a los impulsos. Algo como la vergüenza o el repudio de lo que hace. En general, lo que vemos es que las personas que son abusadoras, por lo general no sienten angustia ante lo que hacen. No piden ayuda.

Sociedad. Toporosi es taxativa: “Lo que hace que el abuso se repita o se perpetúe es que existe una sociedad que tiene naturalizados los abusos. Los abusos de poder, las diferencias sociales que hacen que haya tanta desigualdad. Está naturalizado que la palabra del hombre sea más creíble que la de la mujer. Todo eso que hace que sea difícil demostrar que un varón adulto, heterosexual, más si tiene dinero, pueda no ser creíble. Siempre hay una sospecha sobre la voz de la mujer o de los niños. Está instalado a nivel social que hay personas cuya palabra es más creíble que la de otros. Por eso es tan importante para el niño que fue abusado el hecho de que alguien le haya creído. Y luego, que quien le creyó denuncie al abusador. Porque eso rompe los pactos de silencio, de aislamiento y de terror”.

—¿Tiene un efecto sobre el futuro?
—Es un paso importante. Pese a que ahora, el que sufrió el abuso no pueda comprenderlo, romper ese pacto es esencial para una recuperación futura. Que pueda volver a sentirse un sujeto: que haya habido alguien que haya puesto un límite a quien agredió.

—¿Aun cuando el abuso haya sido hace mucho tiempo? Pienso en quienes denunciaron situaciones en escuelas o internados...
—Claro. Pensemos que hay contextos distintos. Ahora se puede denunciar más. Y decir que determinado cura generó tanto sufrimiento o malestar, tanto padecimiento, eso queda inscripto y visibilizado. Y arma una verdad que al sujeto individual que fue abusado le va a permitir su recuperación psicológica.

—¿Hay categorías en cuanto al abuso? ¿Hay matices? ¿Cualquier maltrato a menores es abuso? Una familia que tiene actitudes promiscuas con niños y niñas, ¿ya está encuadrada dentro del abuso?
—Hay gradaciones en este tema. En realidad, hay familias o situaciones familiares en las que no hay tantas regulaciones para el erotismo. Por ejemplo, están acostumbrados a que los chicos se puedan bañar con los padres o se dan besos en la boca. O los padres se muestran desnudos. Inclusive, hay subculturas familiares. También hay países donde es común que los padres se besen con sus chicos en la boca. Pero, en realidad, cuando hablamos de abuso, estamos hablando de otra situación: la de un adulto  que está usando una oportunidad en la que en vez de usar la ternura –dado que está cuidando a su hijo, lo está protegiendo–, aparece la sexualidad.

No lo puede pensar como una personita, a la que tiene que cuidar o proteger. No: lo ve como una oportunidad, precisamente para su satisfacción propia y empieza a tratar de que el chico empiece a querer de a poco hacer cosas que a él, al adulto, lo gratifiquen  sexualmente, olvidándose del daño que produce. Por eso decimos que el lugar del padre, que es que cuidar y proteger, en vez de poder transitarlo, sabiendo que ahí el erotismo no se puede descargar y dejar que fluya, sino que eso es para otro espacio, allí no se cumple. En esos casos, se avanza sobre los chicos no considerándolos personas, sino una cosa para su propia satisfacción. En las entrevistas es notable cómo uno puede reconocer a los abusadores: llama la atención lo poco preocupados que están por los chicos.

Signos de alarma a tener en cuenta

◆ No es algo de lo que quienes lo padecen suelan hablar. Los  signos de que un niño o niña puede estar viviendo una situación de este tipo aparecen de manera menos manifiesta.

◆ Para los niños que han vivido una situación así es muy difícil poder hablar del tema. Tampoco aparece la situación del maltrato en sus dibujos o en el juego. Lo que sí puede ser un indicio es que el mismo niño interrumpa el juego cuando se aproxima a evocar la situación traumática. O también, en el momento de hablar de otras cosas, puede irrumpir el llanto.

◆ Las marcas corporales del abuso: “muchas veces hay temblores, llanto. O no poder continuar hablando cuando se acerca a algo que pudiera recordarle la situación del abuso”, dice Suana Toporosi.

 ◆ La especialista señala que “muchas veces los pediatras de adolescentes refieren que las chicas van al consultorio y no cuentan por qué van a la consulta. Es más común que aparezca, por ejemplo, en el momento de ser revisadas. En esos momentos, es común que no se dejen revisar. O cuando tienen que revisarles los genitales no aceptan”.

◆ En los adolescentes también aparece el tema ante la pregunta por su sexualidad, sobre si tienen relaciones sexuales. Expresan que “no quieren tener relaciones sexuales nunca”.

◆ Poder abordar la cuestión es “un trabajo de construcción del profesional que muchas veces tiene que encontrarlo, porque no viene el relato directo, salvo en algunas excepciones”.