Hace pocos días, estuvo de visita en la Argentina el investigador del MIT Michael Piore, dando una conferencia sobre el futuro del trabajo. Es un tema de la agenda estratégica, en una multiplicidad de transformaciones tecnológicas marchando a velocidad inconmensurable, pero que impactan sobre todo aquello que se mueve al ritmo de lo humano, con sentido de lo humano y con idiosincrasias forjadas a la vera de un camino en el que el palo y la rueda dominaron por mucho tiempo, como los engranajes de las líneas de producción de la era industrial y los grandes galpones repletos de productos esperando su distribución.
Ese mundo denso y terrenal se va transmutando en el medio de virtualidades intangibles, dando un nuevo significado a la repetida frase: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Si los siglos XVIII y XIX encontraron en el trabajo dignificación y hasta esencia para la condición humana, la clave contemporánea son las unidades de información, el crédito comunicacional y la promesa de satisfacciones siempre calculadas, controladas.
En este contexto, fue natural proponer un espacio de diálogo y debate en torno del presente y el futuro del trabajo, en el marco del ciclo “Humanidades y ciencias” en la Universidad de Buenos Aires, bajo la referencia de qué universidad queremos y necesitamos para el presente siglo.
El mencionado investigador, especialista en la problemática del trabajo, adopta una perspectiva reflexiva y crítica sobre lo que denomina “el consenso de Silicon Valley”: innovación, emprendedorismo y economía del conocimiento. Si bien se requiere ser realistas y abandonar todo romanticismo irresponsable –más aún en países como el nuestro, que llevan considerable atraso en esta carrera–, no habremos de resignar la responsabilidad ética y política de orientar la dirección del tiempo. En efecto, señala Michael Piore, hoy en las instancias de decisión económica y política, predominan creencias que consagran a la innovación y sus efectos como una profecía autocumplida. Y mientras tanto, nadie paga el costo de los perdedores del sistema, ni administra con equilibrio las oportunidades igualitarias, de modo que no se agudicen la hiperconcentración de la riqueza y la pauperización de la mayoría.
Pero no todo debe verse como parte de un panorama sombrío, pues es innegable el beneficio que la tecnología trae a la humanidad en todos los campos. Recientemente se presentó en el Congreso de la Nación un proyecto de ley para el desarrollo de la economía del conocimiento. La especialista Romina Gayá ha resumido en estos días los rasgos principales del mencionado proyecto de ley, presentado por el Poder Ejecutivo. Es fundamental que la política fije orientaciones básicas y regulaciones útiles y beneficiosas,
cuando se trata de fomentar la industria del software, los servicios informáticos y digitales, la biotecnología en sus diversos ámbitos de desarrollo, la industria espacial, etc. En todos estos campos se pueden crear nuevas y calificadas prácticas y modalidades de trabajo, pero en la medida en que directa o indirectamente se afecten a la vez tantos o más regímenes laborales tradicionales, serán exigibles políticas de Estado y responsabilidad empresarial, comprometidas conjuntamente a fin de generar beneficios para la sociedad en su conjunto.
En resumen, en medio del vértigo de la digitalización de la vida que nos envuelve, el trabajo tendrá nuevas oportunidades que recreen lo humano con nuevo sentido, pero también ya está enfrentando riesgos gigantescos, que pueden terminar en un mundo del que quedemos afuera, por obsoletos, disfuncionales, en fin, humanos, demasiado humanos.
*Filósofo, subsecretario académico de la UBA.