Florencia: el exilio como peregrinaje. Comenzamos nuestro itinerario con el profesor Domenico De Martino, florentino como Dante y profesor de Historia de la crítica literaria en la Universidad de Pavia.
—¿Que representa Florencia para Alighieri?
Es la ciudad de la nostalgia, de la distancia, del anhelo, la ciudad amada y al mismo tiempo madrastra, de la que fue expulsado. Su ciudad, en la que nació y vivió durante la primera parte de su vida, llegando incluso a ser Prior, una altísima autoridad. Pero la corriente política a la que pertenecía, los llamados guelfos blancos, fue derrotada por los adversarios y él fue expulsado de la ciudad con ignominia, acusado de crímenes muy graves. A los 35 años, en el medio del camino de su vida, tuvo que abandonar su casa, todos sus aposentos y Florencia. Transcurrió gran parte de su vida adulta como un exiliado sin poder regresar a su patria. En su obra literaria La Divina Comedia, frente a su antepasado Cacciaguida, Dante describe la antigua Florencia como tranquila, sobria y recatada. Son valores que se sustentan en valores cívicos. Más que nostalgia de una ciudad, la de Dante exiliado era nostalgia de una ciudadanía.
La Florencia de Dante es ante todo un lugar mental lejano, que puebla su imaginación hasta el punto de convertirse en el tema central de su vida y de su obra. Sin embargo y aquí está la inmensidad poética del Dante logra transformar su caso particular, el de ser exiliado, en una condición humana universal. Todos, de alguna manera, tenemos un lugar soñado, lejano, imposible, al que anhelamos ir, o volver. Cada uno de nosotros, en esta condición de lejanía del lugar amado, puede sentirse interpelado por la relación entre Dante y su Florencia.
El tema del exilio, de la nostalgia, se transforma en Dante en algo incluso más profundo y al mismo tiempo más sublime. En el destierro se convierte en un peregrino, su errancia pasa de ser una condena a una oportunidad en el momento en el que comienza a tener una dirección. Y esa dirección es salir del Infierno para llegar al Paraíso. Todos somos peregrinos, como dirá Virgilio que en La Divina Comedia de Dante es guía y maestro. El exilio de Alighieri de Florencia se transforma de esta manera en el gran exilio de la humanidad de la patria celestial: la verdadera meta del vagabundeo es acercarse a Dios.
Pese al lugar simbólico que tiene Florencia, Dante no falta de darle, de manera constante, una dimensión tangible, concreta: es a Florencia, a sus ruidos, olores, piedras, que se refieren un sinfín de imágenes, recuerdos y personajes de su obra.
Visitar Florencia trazando un recorrido tras las huellas de Dante no es difícil, pero precisamente por esta razón hay numerosos malentendidos: en internet abundan imágenes que representan a Dante al lado de la famosa cúpula de la Catedral o de la torre de Piazza della Signoria: dos símbolos de Florencia, que sin embargo Dante nunca llegó a ver completadas. No solo La llamada casa de Dante de la ciudad es diríamos hoy un fake: se trata de una reconstrucción moderna, del siglo XIX, de la que habría podido ser una casa semejante a la suya, en su barrio.
Por otro lado, para quienes quieran realmente encontrar al Dante de Florencia no va a ser difícil: empezaría caminando por las estrechas callejuelas de la ciudad, intentando vislumbrar partes del cielo atrapado en lo que queda entre las torres. Seguiría hasta la casa de Guido Cavalcanti, el gran amigo de Dante, un joven poco mayor que él la casa todavía está, y acercándose a su muro principal, bajo el cual los dos poetas solían encontrarse, uno tiene casi la sensación de oírlos, brillantes veinteañeros, inventar rimas y poemas. En un itinerario auténtico, en Florencia, en las huellas de Dante no puede faltar una visita a la casa de los Portinari. Es allí donde vivía, supuestamente, Beatrice, su musa, la mujer amada y deseada, transformada en sus poemas en el símbolo mismo del amor. Hoy día casa Portinari es un hotel.
En este paseo literario, recomiendo mirar con la necesaria atención al baptisterio de San Giovanni, al que Dante hace referencia con palabras que son entre las más conmovedoras de la literatura italiana: il mio bel San Giovanni (“mi bello san Juan” en la traducción de Mitre). En esa frase, en ese “mi” que ya no es suyo, está el dolor, la nostalgia, la tensión del anhelo, de la memoria de un lugar que fu suyo y nunca más podrá volver a serlo. Y en el adjetivo ‘bello’ esta la corporalidad, el deseo de tocarlo, de estar allí.
l baptisterio, San Giovanni, es una construcción en mármol blanco y negro del siglo XI. Seguramente ya estaba ahí cuando Dante vivía en Florencia, y ahí mismo fue bautizado, como todos los florentinos. El techo del baptisterio está cubierto de mosaicos brillantes, impactantes, maravillosos. Uno de esos mosaicos llama nuestra atención: el que representa al Infierno. Una representación pictórica realista, concreta, vivida que Dante parece aprovechar y recordar en sus descripciones literarias.
Lo cierto es que mientras que las ilustraciones de la epoca tenían una función terrorífica, y el propósito de alentar los cristianos a alejarse del Infierno, Dante en su obra el Infierno lo integra, lo transita, lo vive, hasta superarlo, liberándose de él y prosiguiendo su viaje rumbo al Paraíso.
Roma, muchos rastros y una fecha clave. “Siempre he creído que los autores, los que son realmente grandes, son contemporáneos. Dante es el más contemporáneo de todos, siempre nos interpela, nos toma de frente”, destaca el profesor Giulio Ferroni, catedrático de Literatura Italiana en la Universidad La Sapienza de Roma. Su exitoso libro “L’Italia di Dante” relata el viaje realizado por Ferroni tras los rastros del Poeta a lo largo y lo ancho del país.
“En mi viaje he visitado no solo los lugares donde Dante posiblemente vivió sino también los numerosos sitios que menciona porque son ciudades donde vivieron algunos de sus personajes o porque los utiliza para metáforas o descripciones. En La Divina Comedia Dante logra vincular cada personaje a ciudades reales. Estas almas del más allá son descriptas con un gran sentido de su realidad física.
Alighieri tiene un gran conocimiento geográfico a raíz de los estudios que realizó de la cartografía antigua, los clásicos como Virgilio. Según algunas investigaciones, utilizaba mapas muy avanzadas por la época, que en parte han llegado hasta nuestros días. Por otro lado, no se puede olvidar que los lugares de Dante no son solo los que visitó en su vida de diplomático y de exiliado errante sino también otros sitios que no sabemos si llego’ a visitar, pero que describe igualmente con mucha intensidad. Y no hablo solo de innumerables ciudades, calles y lagunas italianas, sino también de lugares imaginarios, como el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, a los que da una colocación geográfica -o mejor dicho astronómica –, una orientación espacial y una descripción realista. Cuando narra el Infierno, parece pisar el suelo... se siente el polvo de los pies que pisan el suelo.
No cabe duda de que Dante estuvo en Roma, casi seguramente antes de su exilio, como embajador y también como peregrino en el Jubileo del 1300. Se puede especular que allí tuvo una reunión con su gran enemigo, el Papa Bonifacio VIII, aunque la realidad es que no tenemos documentos de este encuentro. Pese a que sentimos al Gran Poeta muy cerca de nosotros y que podemos empatizar con los sentimientos y los pensamientos expresados en su obra como si nos estuviese hablando directamente, debemos admitir que acerca del Dante-hombre tenemos informaciones incompletas, sin duda más escasas de las que querríamos.
A pesar de esta suerte de misterio, o sensación de duda, que rodea muchos detalles logísticos de la vida de Dante, es evidente que durante el Jubileo del 1300 se encontraba en Roma. Esto está confirmado por la decisión de colocar la fecha de su viaje imaginario en el más allá, el viaje que describe en La Divina Comedia, precisamente en el 1300, un año muy especial para los cristianos medievales, profundamente religiosos: el año del primer jubileo.
Otro elemento que nos lleva a creer en la presencia real, y no sólo imaginaria, de Dante en Roma, es la precisión con la que describe el puente que ahora se llama de Sant’Angelo. Es un lugar de Roma muy conocido incluso por los turistas de hoy día y que, desde el centro de la ciudad, superando el rio Tíber, llega frente al Castillo de Sant’ Angelo. Según las crónicas de la época, durante el Jubileo del 1300 los peregrinos que habían acudido a Roma eran tan numerosos que las autoridades tuvieron que organizar el tráfico que circulaba en el puente. Las multitudes que llegaban a Roma caminando desde el norte (Florencia, Europa Central) lo hacían atravesando el monte Jordán en dirección de San Pedro, meta de los peregrinos. Eran tantos, y tan inesperados, que se decidió organizar dos filas de marcha para que no se chocaron: una fila, manteniendo la derecha iba por San Pedro y la segunda, del otro lado, regresaba. Como en una moderna autopista. Un concepto que ahora parece obvio pero que para le época era innovador: no era común tener que manejar grandes flujos de gente. Dante quedó tan impactado por esta organización del “trafico” en el puente que decidió tomar la imagen y reproducirla en su obra. En el Infierno, según nos relata, las almas que vio eran tantas que avanzaban en dos filas en dirección contraria, manteniéndose a la derecha, como en el Puente Sant Angelo de Roma durante el Jubileo. El puente cuenta hoy día con formidables estatuas barrocas que no existían en los tiempos de Dante. Pero caminar ahí -y estoy seguro de que todos los turistas que visitan Roma lo hacen– implica ni más ni menos que pisar las huellas de Alighieri.
Otro rincón de Roma que no puede faltar en un itinerario dantesco es la basílica de San Juan: para mí se trata de un lugar personal porque yo vivía allí; es un lugar donde Dante sin duda ha estado. Y luego San Pedro, los peregrinos iban a San Pedro, como ahora. Pero la basílica era completamente distinta: bajo las grutas vaticanas hay restos de la antigua basílica. Y otro sitio del Vaticano que podríamos definir un “lugar dantesco”, a pesar de que Dante no lo conoció, es el museo vaticano. Allí están dos retratos de él realizados por el pintor renacentista Rafael. Siglos después, por supuesto. No evitaría incluir esta etapa en un viaje en ‘la Roma de Dante’.
Y siempre en el Vaticano hay un objeto curioso que está mencionado en la Comedia: una piña enorme, de bronce. Pertenecía a una fuente romana, en el Templo de Agripa, y en la época del Jubileo del 1300 se encontraba en San Pietro. Dante la vio y le debe haber impactado mucho porque cuando hace referencia a un gigante del lago Cocito un lago helado del Infierno con una cabeza enorme la compara con el tamaño de esa piña.
No hay duda de que la Roma que encontraban los peregrinos en el 1300 era muy distinta del actual. Había sido un gran imperio, pero durante siglos en la Primera Edad Media fue progresivamente abandonada. La Roma que conoció Dante, nos informan los historiadores urbanistas, contaba con amplios espacios vacíos, jardines y pastos semiabandonados, ruinas, establos para animales. En la Roma del 1300 el Tíber estaba vinculado directamente con la ciudad, las riadas llegaban sin dificultades a los grandes edificios: era una ciudad dispersa, con algún que otro gran palacio que había sobrevivido. Podemos dibujar como era, crear maquetas. Pero debemos aceptar una parte de misterio en cómo se sentía” Roma en aquel año tan especial para los miles y miles peregrinos procedentes de toda Europa. Es un cuestionamiento continuo que el viajero moderno puede plantearse a medida que recorre el mundo y no lo ve sólo como un reflejo del presente. Es interesante cuestionarse esta alteridad del mundo, el hecho de que el espacio se ha transformado, la historia que ha pasado.
Rávena, último refugio y un “best seller”. Por último, el profesor Marco Petoletti habla de Ravena, la ciudad en la que Dante encontró la muerte. Docente de literatura latina medieval en la Universidad Católica y autor de numerosos estudios sobre filología medieval y humanística, Petoletti es editor de los Egloghe de Dante y de “Dante y su legado en Rávena en el siglo XIV”.
Rávena es fundamental para Dante, el lugar donde decidió establecerse y completar su obra maestra, la Comedia. Tras ser expulsado de Florencia fue desterrado y sus bienes confiscados; la sentencia había recaído sobre sus propios hijos. Había sufrido mucho su condición, que era casi la de un vagabundo. Durante veinte años estuvo a la búsqueda de una ciudad y de un gobierno que le dieran hospitalidad y trabajo. Sin embargo, tras escribir su primer libro, el Infierno, su fama de poeta, intelectual y gran autor, había estallado. Era admirado, un famoso diríamos ahora. A sus contemporáneos les había impresionado la obra del exiliado florentino, un poeta que en lengua vulgar (el Italiano, que nadie, antes que él, había usado en una obra literaria) podía dar vida a un poema tan extraordinario. A través de las palabras -palabras que a veces tenía que inventar o tomar prestado de otros idiomas- Dante sabía cómo dar vida a un paisaje, a personas que ni siquiera había conocido o que habían muerto hacía siglos. La Comedia se convirtió en una suerte de “best seller”; en una época en que los manuscritos se copiaban a mano, el comercio de su obra comenzó a florecer: junto a la Biblia, era uno de los libros más transcritos.
Y aun así, al final de su vida encontró como último refugio esta ciudad un tanto apartada: Rávena. Allí se estableció en 1318 o quizás en 1320: no sabemos, es otro misterio de la vida de Dante que debemos aceptar. Lo que sí sabemos, por cierto, es que al menos los dos últimos años de su vida los transcurrió en Ravena, donde terminó de escribir el Paraíso.
En Rávena nacieron las páginas más bellas de la historia de la literatura: por ejemplo, la oración a la Virgen con la que se abre el canto 33 del Paraíso.
En los años que estuvo en Rávena Dante recibía invitaciones de otras ciudades que querían gozar de la presencia de este extraordinario poeta, cuyas obras resonaban ahora en boca de todos. En repetidas ocasiones fue invitado por Bolonia, donde se encontraba la universidad más prestigiosa de la época, y más de una vez se negó: quería quedarse en Rávena y completar su poema.
Cuando llegó a Rávena, Dante se encontró en una ciudad que había sido capital de un gran imperio. Los monumentos que hoy día siguen maravillando, como el mausoleo de Galla Placidia, la basílica de San Vitale, las grandes basílicas de Sant’ Apollinare Nuovo y Sant’ Appolinare in Classe o la tumba de Teodorico, lo fascinaron: habían permanecido inalterados en el tiempo. A pesar de la presencia de estas obras de arte antigua la Rávena del siglo XIV era una ciudad en decadencia. Con casas mínimas y angostas, además de canales visto que la ciudad estaba rodeada de pantanos.
Según se supone, esta fue la causa de la enfermedad de Dante. Al regresar de una misión diplomática en Venecia contrajo la malaria y falleció en Ravena la noche entre el 13 y el 14 de septiembre de 1321. El señor de la ciudad y su protector, Guido Novello da Polenta, financió el sepulcro del poeta, los mejores poetas quisieron escribir el epitafio. Sucesivamente los florentinos quisieron adueñarse de la paternidad de Dante y trasladar la tumba a Florencia. Sin embargo, fuentes de la época destacan que Ravena un centro muy pequeño y marginal comparado con Florencia no estaba dispuesta a devolverla ni por su peso en oro.
Ravena tuvo por otra parte un impacto concreto en la obra de Dante. No solo le dio al poeta la tranquilidad necesaria para completar su obra sino también la inspiración para describir un lugar tan indescriptible como el Paraíso. Dante contaba en Ravena con la que era la mejor ilustración posible en esa época de la gloria de Dios: los mosaicos bizantinos relucientes de oro y azul. De allí el poeta toma las imágenes de Costantino, de la gran cruz de piedras y estrellas. Entrar en las basílicas y los mausoleos de Ravena al atardecer, cuando la luz filtra a través de las ventanas, nos permite no solo entender a Dante sino entrar realísticamente en el Paraíso y sentir con profundidad el “espíritu de luz” que recorre los últimos cantos del Paraíso.
Dantedì
Gracias a la colaboración estructurada con Connectar y Campus Italiano, en ocasión del “Dantedì” el Consulado General de Italia en Buenos Aires promovió en las redes sociales una iniciativa de acercamiento a los lugares en los cuales Dante Alighieri vivió y escribió: el “Dante Challenge” de estos últimos días, un itinerario italiano con expertos del poeta, entre ciudades famosas como Florencia y Roma, y pueblos menos conocidos como la estancia de Gargagnago “residencia de la última descendiente de Dante, la Condesa Massimilla di Serego Alighieri” y el Museo Dantesco Lunigianese en Toscana. El Consulado General propuso este viaje literario como celebración del padre del idioma italiano y con el fin de involucrar al componente juvenil y escolar de la colectividad italiana, a través de entrevistas y producciones de videos sobre los sitios de la vida literaria de Dante.
Los descendientes
Tras ser exiliado de Florencia, Dante encontró refugio en Verona, en la corte de la familia della Scala, señores de Verona, primero Bartolomeo y más tarde Cangrande. Permaneció en Verona al menos siete años, y allí escribió gran parte de la Commedia. Pietro Alighieri, hijo de Dante, compró una finca en Valpolicella en 1353. A partir del siglo XVIII, la agricultura se desarrolla en la finca como ciencia y arte, donde cada cultivo se encuentra en su hábitat natural. En los años veinte, Pieralvise Serego Alighieri creó la Escuela de Agricultura de Gargagnago para replantar las vides autóctonas de la zona La bodega sigue en uso.
*Experta en agroindustria. https://consultoraconnectar.com/