Elige como ámbito para la entrevista el teatro que comparte con Clara Pando, Patio de Actores,
insertado en pleno Villa Crespo. Allí despliega su energía que parece suave, casi tenue, pero que
sorprende con la firmeza con la que sabe defender sus ideas. Reconoce que fue soberbia y asegura
que “la gente se prueba con el éxito y el dinero”.
—
¿Por qué eligió el apellido Yusem y dejó de lado el paterno
(Sofovich)?
—Cuando debuté a los 15 años como bailarina, vivía mi tía Luisa Sofovich, casada con
Ramón Gómez de la Serna, y ella tenía mucha difusión como escritora. A esa edad decidí dejar el
apellido de mi padre (Bernardo Sofovich) y elegí el de mi madre. Después lo lamenté por lo que él
sufrió. Mis primos aún no habían aparecido en el ambiente artístico.
No me veo con Gerardo, en general con los Sofovich
me veo poco, aunque la familia quedó bastante reducida.
Siempre fue una familia brava, los Yusem siempre fueron más
afectivos. Mi padre fue artista contrariado, pero me educó para el arte
. Aprendí a leer con textos de Borges. A mi casa venían artistas y
políticos. Por eso no fue casual que me casara con Horacio Verbitsky.
—¿Y su hijo?
—
Es un científico que vive en Estados Unidos. Uno de los tantos que
fueron expulsados por el país. Esta es otra de las heridas que Argentina produce. Se fue en
2001, poco antes del corralito.
Hay muchos desaparecidos en mi familia y él creció en el
miedo.
Me duele
como ciudadana, porque se educó aquí, en escuelas públicas
y universidad estatal. Se doctoró en Química Biológica y siempre me pregunto cuánto nos costó a
todos su educación, para después no poder darle un sueldo digno como profesional. Recuerdo que le
escribí en un e-mail: “No sé si te das cuenta de la magnitud de esta crisis”. Y él,
como buen hijo de su padre, me contestó: “Cómo no voy a tenerla si me despierto cada día en
un país que no es el mío”.
—Tras cinco años se anunció su retorno al escenario
oficial, en el teatro Regio, en abril de 2007, con una obra de Arthur Miller...
—Me convocó Kive Staiff. Desde 2002, con
Lo que va dictando el sueño de Griselda Gambaro, que no
estaba en el Complejo Teatral San Martín. No hubo razón, simplemente fue un paréntesis. Reconozco
que estaba mal acostumbrada, porque todos los años o año por medio dirigía allí.
—Ganó el último Premio ACE como directora por
La malasangre, ¿se sintió halagada?
—Al recibirlo sentí que estaban premiando y recordando las dos puestas de la obra, la
de 1982 y la de 2005. Aquella primera significó un acto de heroísmo, ahora ya no. Hay pocas obras
que resisten tanto tiempo... Casi 25 años y esta reposición demostró que
Lamalasangre
es una gran obra, perfecta, para cualquier época y momento. Ya no
se asociaba con la dictadura, pero se lo podía vincular con cualquier familia o persona
autoritaria.
—
¿Cómo funcionó en la gira?
—Hicimos seis meses sobre todo por el Norte, centro y litoral de Argentina, Sur poco,
porque es muy caro, desde el hospedaje hasta la comida.
Tuvimos un productor de lujo, Santo Biasatti, que nos consiguió
hoteles de cuatro estrellas, con habitaciones individuales.
—¿Contar con figuras televisivas como Joaquín Furriel y
Carolina Fal influyó en la asistencia de público?
—Cuando empezamos no estaban trabajando, pero la última parte se notó mucho, porque el
público iba a verlo a Furriel. Cuando estrenamos en enero, en el Regina, no existía esta locura de
Montecristo. Un día en Mendoza tuve la mala idea de
caminar por la Peatonal con Joaquín y fue un infierno.
—¿Siente que no le permiten experimentar?
—Estoy encasillada. No se me permite lo que a otros.
Hace años que estoy en el medio. Hice mucho teatro oficial y
siento que quedé
corrida del lugar del experimento y cuando lo hago no se me
acepta.
El público me deja, es el periodismo el que me lo
cuestiona. Me pasó el año pasado con
El caso Vania, tenía una deuda con Chejov, autor al que
siempre sentí muy cercano, y me destruyeron.
—¿Cuáles son las ventajas y desventajas del teatro
oficial?
—A mí me parece muy bueno, porque es un servicio que le presta el Estado a la
comunidad. Esto viene de la Revolución Francesa y afortunadamente nosotros tenemos ese modelo, al
igual que otros países de Europa, mientras que en los Estados Unidos no existe. Me gusta trabajar
para esa clase media baja, que es la que va al teatro oficial por razones económicas. Es el público
al que quiero servir, sin dejar de lado la estructura organizativa, que casi no existe en el teatro
comercial, ni el independiente, donde todo es a pulmón. Siempre tuve libertad. Kive Staiff nunca me
impuso un elenco, siempre dialogamos.
—¿Cómo evalúa al teatro desde los 70 hasta hoy?
—Primero fue resistencia y refugio ético y estético, después se abrió como toda la
sociedad. Siento que se las ingenia. No es una actividad peligrosa como otras. La censura que se
vivió en el cine o en la televisión no la tuvimos en el teatro. Lo lamento, pero no sufrimos tanto
como los obreros, los estudiantes y los periodistas.
—¿Hay más proyectos para 2007?
—Voy a hacer una obra de Carlos Domínguez y Jorge Boccanera, que se llama
Polski, también llevaré al escenario una versión de
La
secretaria de Hitler, basada en un documental del que
conseguí los derechos. Es un unipersonal que interpretará Georgina Rey. Empezaré el 2008 con
Dakota de Jordi Galcerán (autor de
El método Grönholm). Es un texto comercial, pero muy
bueno, tendremos que tener la sala, por ahora sólo cuento con los derechos y la productora, me
faltan el elenco y el teatro. A mí me encanta estar en los tres circuitos (independiente, estatal y
privado) y esto no me lo perdonan. Cada uno tiene su código y me gusta poder resolver cada uno y no
quiero que me corran de ninguno.
—¿Tiene decidido su voto para fines de 2007?
—Absolutamente.
Creo que este gobierno tiene muchas cosas buenas, más que
malas. Se lo critica a Kirchner por autoritario, pero nos olvidamos que los argentinos lo
somos. No me importa que lo sea; De la Rúa no lo era y mirá cómo le fue. Nosotros necesitamos la
autoridad, además este presidente se enfrenta a intereses muy poderosos, y si no tuviera este
carácter, lo bajarían de un hondazo en dos minutos.
—
¿No te importaría que la candidata fuera Cristina?
—
Preferiría a Néstor, pero a ella le tengo mucho respeto. Le
seguí su carrera parlamentaria y recuerdo discursos maravillosos. Ella tiene su propia identidad
política. Yo lo voté, porque lo vi en toda su campaña. Siento que la Argentina en estos años de
democracia supo crecer, nos falta muchísimo, pero nos veo mejor. Ya no se escucha el “que
vuelvan los militares”. No hay que olvidar que nos mataron a toda una generación que debería
estar en política.