Faltan minutos para que salga al escenario de la sala AB del Centro Cultural San Martín y el camarín de Juana Viale está revolucionado. Mientras, responde, plancha, se maquilla y repasa algunas líneas junto a su compañera, Victoria Césperes. Para producir y protagonizar La sangre de los árboles se instaló de nuevo en Buenos Aires con sus tres hijos: Ambar, de 13 años, Silvestre, de 7, y Alí, de 3. El tiempo que le queda lo divide entre las grabaciones de Estocolmo (la miniserie producida por su hermano Nacho); el “Bailando”, donde viene de danzar clásico (con ropa hecha por un vestuarista del San Martín) y prepara ritmo libre y salsa en trío (sin la inclusión de Carlos Tevez, que no podría por sus compromisos con Boca). A la par, convive con el ruido del afuera por una supuesta crisis con su pareja, Chano Charpentier, o por los comentarios que hizo su abuela sobre el gobierno nacional, calificando a Cristina como una “dictadora”. “No los escuché, no puedo opinar”, asegura.
Entre tanta hiperactividad, cuenta que fue muy agitada la previa al estreno porque no pudo hacer un ensayo general en una sala, que si bien es similar a la Verdi, que la recibirá en agosto en Montevideo (adonde viajará con su coach para no descuidar ShowMatch), es mucho más grande que la que conocieron en su paso por Chile. Aunque ésa no es la única diferencia que encuentra de este lado de la Cordillera. “El público es bien distinto. El nuestro está más concentrado”, explica. Se la ve feliz dentro de una obra que tiene momentos duros, con dos supuestas hermanas, que no sólo atraviesan ese vínculo sino que además son potenciales amantes y amigas, capaces de discutir con acidez sobre cuestiones políticas y sociales.
—¿A qué sociedad creés que le puede costar más aceptar el texto?
—Son muy distintas. La más difícil es la chilena. La parte política es más difícil allí, porque se suele tocar de manera más cruda, con menos humor. Bueno, la parte de la relación de pareja también… El chileno es muy crítico, muy exigente como público, más con este tipo de obras.
—¿Sentís que evolucionaste como actriz?
—Aprendí mientras viví. Rodearse de gente linda, en el mejor sentido de la palabra, hace que uno pueda rendir mucho más. Así crecemos todos. Me ha tocado trabajar con actores que no son tan generosos y por ahí ellos se ven muy bien, pero a uno no lo ayudan. Este proyecto tiene otro tono. Nos sirvió mucho estando en Chile apoyarnos en esto y tener todos los días algo que hacer y construir. Tocamos temas muy profundos y los ensayos los terminábamos boyando… Gozo en el teatro, mucho más que otras de las cosas que estoy haciendo. A Estocolmo lo disfruté también.
—¿Y al “Bailando”?
—Disfruto los ensayos y aprenderme la coreografía. A lo que excede a eso no le presto atención. Igual, son todas elecciones personales. En nada de lo que hago la paso mal.
—Transitás por cosas bien distintas e intensas: un show como el “Bailando”, una miniserie policial y una obra de teatro íntima. ¿Te imaginas teniendo otro año como éste?
—En septiembre empiezo a rodar una película. Sé que por hacer tres no voy a hacer a medias una, pero no sé si con este nivel de exigencia podría subsistir. Va a explotar una parte de mi ser (ríe). Hace unos días terminaba la obra y me iba a ensayar baile hasta la una de la mañana, y a las 8 estaba grabando Estocolmo. Hace mucho que no tenía un ritmo tan intenso. Me gustaría mucho seguir haciendo teatro, cosa que en otro momento pensé que sería imposible, más teniendo tres chicos. Para llegar a esto hay muchísimo detrás, mucho tiempo de la vida de uno que se dedica a esto para que todo funcione. Pensé que no iba a poder, pero encuentro goce, sobre todo con la obra. Esto es como una familia. Hicimos este proyecto de cero, ningún sponsor nos bancó.
—El que les dio una mano fue Hernán Lombardi. ¿Cómo llegaron a él?
—Acá nos ayudaron un montón, pero antes fue la nada misma. A Lombardi lo conocía por mi abuela. Le presentamos el proyecto a él y a la directora del Centro Cultural, y les encantó. Nos dieron su apoyo y siempre estuvieron en contacto.
—En Chile dijiste que allá son más fieles con sus partidos políticos, y acá somos todos peronistas y después nos vamos ramificando. ¿Cómo te llevás con esa idea?
—Acá hay un gran abanico, un origen que se despliega en mil opciones. No me meto mucho en política, porque no sé muy bien cómo se maneja. No entiendo discursos tan bien armados que en pocos años se modifican tanto. Me interesa mucho que el partido que esté gobernando le dé apoyo al arte, porque eso hace crecer al país. Después hay temas de los que no puedo hablar porque los desconozco. A nosotros el Centro Cultural San Martín nos dio un gran espacio y banca para estar en una sala de 250 butacas. Es el Gobierno de la Ciudad y le agradezco a Lombardi que me dé esta chance. No podría hablar mal de una persona que me dio una oportunidad, lleve la bandera que lleve.
—Esteban Lamothe, tu compañero en “Estocolmo”, dijo que tu hermano es el próximo gran productor argentino. ¿Coincidís?
—Es un groso, le encontró el tono a lo que buscaba. La vida tiene ciclos y a veces te acerca más a unos familiares que a otros; en este momento estoy muy ligada a él. Muy en contacto, estamos los dos en la misma.
—Volviste a vivir a Buenos Aires. ¿Cuánto tiene que ver tu familia en eso?
—Volví porque estoy con el teatro, Estocolmo, el “Bailando” y la película… Dónde me asiente es circunstancial siempre (ríe). Uno arma vínculos en todos lados. Viví dos años en Chile e hice los míos allá. Estamos obligados a hacerlos; si no, seríamos ermitaños.
—¿Cuánto te afecta lo que salió mal en el pasado para volver a enamorarte?
—No sé. De mi visión de la vida, uno es lo que es por lo que vivió y es receptivo cuando tiene una apertura para serlo, para una pareja u otro tipo de encuentro. No sé si podría resolver todo de la misma manera. Son preguntas que te podés responder cuando vivís las cosas, no termina en una pareja nueva o vieja la apuesta. Es la vivencia, tu estado, el país donde uno está… No hay reglas.
Victoria Césperes: “Somos dos kamikazes”
Antes de estrenar en Chile y en Buenos Aires, Victoria Césperes tenía casi veinte trabajos en el teatro de Montevideo. “Haber estrenado en otro país te da la tranquilidad que trae el oficio, aunque la obra cambió bastante y el hecho de estar en el San Martín es redoblar la apuesta. Se vivió con mucho nervio estrenar, pero salió espectacular. Estamos superagradecidas por estar durante todo julio acá. Y por suerte, la receptividad es muy buena”, asegura la compañera de Juana Viale no sólo en teatro sino también en Estocolmo.
Aunque conozca de cerca el trabajo de Nacho Viale, siente que la experiencia que tiene el también productor de La patota poco le puede aportar porque siente que producir teatro no es lo mismo. “Somos actrices que además producen y es muy difícil encargarte de tu propio proyecto. Hacemos todo lo que podemos”, aclara. Para Césperes, “el teatro es el elixir de la actuación. Acá no hay artificios ni hilos, están las cosas que están porque hay trabajo. Para las dos fue un crecimiento y un gran desafío”.
—¿Sos la que más sufre la obra?
—Más que eso; para mí es un gran desafío. Quizá soy la que más sufre por los cambios del director, que son a último momento, pero también sabía que él trabaja así y como sé que va a quedar bien, me entrego. Es aprendizaje y creo que lo hacemos bastante bien (ríe).
—¿A Santiago te fuiste detrás de un amor?
—En mi caso se terminó dando así. Tenía dos valijas y nada más. También me la jugué por la profesión, porque uno puede ser actor en cualquier lado. Me tiré a la pileta. Somos bastante kamikazes las dos, nos jugamos mucho por una corazonada.
—Tomando eso en cuenta, que viviste en todos los países por donde transitará la obra, ¿sorprendió la agresividad entre los pueblos durante la Copa América?
—El fútbol tiene ese lenguaje. A nosotras Chile nos abrazó y nos dio una gran oportunidad, pero en el fútbol juega la pasión. Todo bien con Chile.