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La animación adulta de Bart a Bojack

El final de Bojack Horseman permite mirar hacia atrás: la densidad emocional del show funda un paradigma para aquello antes conocido como “dibujitos”. Es el salto evolutivo de una revolución que comenzó hace treinta años con Los Simpson y que, varios hitos después, ha generado una edad dorada del medio que es el más poderoso acierto del fenómeno de las series.

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La animación adulta y su salto evolutivo. | cedoc

Todo comenzó con Los Simpson en 1987. Los Simpson cumplieron treinta años hace poco. Y lo cierto es que representaron un fenómeno pop dueño de una radiactividad cuyos efectos alteraron para siempre la TV y la forma de percibir el medio: se borraron las líneas en la arena sobre qué podía hacer y qué no un dibujito animado de este lado occidental del planeta (ya no se trataba más de los queridos Picapiedras o Mickey Mouse). Hoy el estreno en Netflix de la segunda parte de la sexta y última temporada de BoJack Horseman parece establecer un arco entre aquel comienzo amarillo, todo (lo mucho) que pasó en el medio y estos ocho episodios finales que alcanzan una densidad emocional que supera, con creces y con un sentido superlativo de humanidad, lo que había logrado transmitir la ya celebrada obra del showrunner Raphael Bob-Waksber.

El final de BoJack Horseman comprime en sí mismo ese recorrido de la animación para adultos nacida a finales de los años 80 y genera una nueva marca: ahora, definitivamente, los dibujos animados duelen tan fuerte como series como Mad Men o Breaking Bad. Y no lo hacen del modo que implica la nota de color “los dibujos ahora pueden decir lo que decían los actores”. Lo hacen de una forma que reconocen legados, posibilidades y virtudes para lograr una herramienta eficaz a la hora de buscar sentimientos universales. Ya lo dijo Bob-Waksber: “Decir que se es fanático de la animación es como decir que se es fanático del cine con actores. Carece de sentido. Hablamos de una técnica”.

Esa técnica tuvo mucha suerte durante la edad dorada de las series: los costos de la animación se hicieron más baratos (es hasta más económico que hacer una serie con actores), la cultura Comic-Con nunca tuvo los prejuicios de las generaciones anteriores con el medio y quisieron crecer con él (y esa sensibilidad devino mainstream), y la guerra de contenidos les dio libertad a los creadores para realizar, por ejemplo, shows sobre un caballo ex estrella de sitcom y su depresión, adicción y catarsis (y las de quienes lo rodean). Lo que Los Simpson fundaron se convirtió en la veta más personal de la nueva edad dorada de las series: sea la trituradora liberal de la realidad que es South Park o los primeros fundamentales pasos de Adult Swim (los contenidos no ATP de Cartoon Network), pasando por la vanguardia youtuber de Beavis & ButtHead o la hipérbole que es cada episodio de Rick and Morty, la animación para adultos ha generado una revolución que encuentra su Capilla Sixtina, la más poderosa prueba de sus cielos y su capacidad de conjugar imagen, insensatez y sentimientos, en el final de BoJack Horseman. Bob-Waksber sabe que aún hay límites: “Todavía existe, aunque se busca eliminarlo, el joven adulto varón como target de ventas. Ya no hay razón para que esa sea la norma. Ha llegado el momento de mayor experimentación”. Flaco favor le hace a este panorama la cancelación de BoJack Horseman y Tuca & Bertie, dos shows que mostraban nervios de época expuestos, analizados y comprimidos. Pero lo cierto es que analizar diez shows que son claves en los saltos evolutivos de la animación adulta desde  que Los Simpsons mandan permite entender el ciclo vital de una revolución que nunca se vio en la vida pop. 

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1 Los Simpson (1987 - Presente). La serie con más episodios de la historia refundó la animación y la comedia para siempre. Pasar un día sin una referencia a Los Simpson es una proeza y eso habla del legado cultural que representa la aún en el aire creación de Matt Groening. Todo cambió y la razón fue que aquí se prendió, como nunca antes, la licuadora de la cultura popular. La alta y la baja cultura trituradas y hechas elixir que todos pueden tomar: el sinsentido de antes (de SNL a Monty Python, de la Estados Unidos amarilla a una Alexandria de referencias) se mezclaba con la pacatería de la sitcom para dar como resultado una bomba nuclear que no deja nada en pie. Los Simpson lo hicieron todo antes.

2 Beavis and Butt-Head (1993 - 1997). Mike Judge aprovechó el momento de efervescencia de MTV en los años 90 para crear al perfecto dúo de idiotas que capturaba, veinte años antes, la cultura del posteo, del like, de “todo lo que pienso deben saberlo”. Y lo hizo tan solo soltando a dos miembros con honores del término “white trash”, que marca y remarca a los blancos apenas educados y de bajos recursos, a ver videos de música (y eso en la cara de MTV). Y después, paseándolos por el nihilismo de su mirada siempre dispuesta a patear en las costillas a cada representante de la Estados Unidos pura y dura. La estupidez como arma de doble filo, como gracia y guillotina de la mediocridad.

3 Daria (1997 – 2002). Un personaje de Beavis and Butt-Head que allí era una burla al público de MTV en los años 90 se convirtió en la protagonista de su propio show. Y más allá de ese vínculo, no hay dos shows que perciban el mundo de formas tan distintas. En la apatía de Daria, la chica protagonista, y la pluralidad de su secundario (sí, eran los arquetipos del subgénero “comedia en colegios” pero con variantes de diversidad que no se verían hasta 15 años después) fueron un retruco a la sitcom blanda de Disney o nuestras Cris Morenas. Era un absurdo que no fingía que todo lo que rodea a la juventud, sean sus hormonas o su cultura (o la que le quieren vender) peca de, aj, una agobiante normalidad.

4 South Park (1997 - Presente). Los Simpson sí lo hicieron primero pero nadie lo hizo como South Park. Con un collage simple y brutal a la hora de las animaciones, Trey Parker y Matt Stone configuraron un pueblo chico, un “absurdo que refleja la locura de Estados Unidos al instante” grande. Y es uno que no ha frenado su marcha ni sus fauces de termita: desde pedos hasta pedofilia, matanzas en secundarios hasta Mel Gibson antisemita, pasando por el bipartidismo. Nadie y nada queda a salvo de Parker y Stone. Su capacidad evolutiva es tan solo el reflejo de su pesimismo liberal: mientras Estados Unidos exista, el absurdo que potencia el show, su fuego (¿o era acidez estomacal?), no dejará de arder.

5 Samurai Jack (2004 - 2017). Un caso extraño: una serie que sí en un momento fue más infantil (sus primeras cuatro temporadas) volvió 13 años después para finalmente mostrar su épico desenlace. El papá de Las Chicas Superpoderosas y nombre crucial de la animación infantil reformateada por los contenidos originales de Cartoon Network, Genndy Tartakovsky, logró volver a su futurista Samurai Jack. Pero ahora quería ponerse serio y crear densidad, y así vemos y sufrimos el destino de Jack, en un relato que busca, desde su identidad visual y su fascinación por la grandeza a la hora de las peleas, generar algo muy distinto a la hora de la animación mainstream. Fue un retorno con gloria que todavía no sutura.

6 Harvey Birdman, Attorney at Law (2000 - 2007). Parte de la revolución de Adult Swim, la vertiente adulta de Cartoon Network, tuvo que ver con tomar aquello que había fundado infancias y reconfigurarlo hacia la comedia absurda. La animación barata devenida furia de comedia obsesionada con eso que evocaba y al mismo tiempo destronaba (y celebraba, porque así de esquizofrénico es el amor geek). Así nace Sealab 2021 y, más lejanos a esa veta, shows como Venture Bros. o Aqua Teen Hunger Force. Pero la medalla dorada va a la resinserción laboral de Harvey Birdman, superhéroe clase C de sábado a la mañana mutado en abogado de pacotilla que ignora su mediocridad, la locura que lo rodea, la decencia y varias demandas más.

7 Archer (2010 - Presente). ¿Quieren parodias de James Bond? ¿Pero quieren que esa parodia al mismo tiempo tenga ritmos de comedia similares a The Office o Arrested Development (sin el documental o la narración)? Bienvenidos entonces al reino siempre a borde del acoso sexual (se trate del Agente Archer o de su madre) de la rotoscopiada serie creada por Adam Reed. Lo que comenzó mojando, con potencia de géiser, la oreja de Bond y su mundo de efectividad y seducción devino un grupo ¿humano? que funciona y distorsiona cualquier género (las temporadas fueron alterando la premisa y simplemente generando nuevos escenarios laborales para estos personajes). No hay idiotez como la de Archer.

8 Rick and Morty (2013 - Presente). Dan Harmon y Justin Roiland generaron el dibujo que sería lo más cercano al punk para las nuevas generaciones. Tomaron, como alucinógeno, una premisa que abría la puerta al sci-fi animado (abuelo al estilo del Doc de Volver al futuro lleva en sus aventuras a nieto) para generar, después de lo que Harmon ya había hecho en Community, la serie meta que nada dejaba en pie. Así, a partir de viajes interdimensionales y la dinámica familiar que sabe de los mismos, la serie animada se ha convertido en hormiguero de sentimientos, géneros y reversiones. La entomología del pop del siglo XX nunca tuvo el corazón tan roto ni fue tan exhaustiva en su toque quirúrgico.

9 BoJack Horseman (2014 - 2020). Nada se esperaba de BoJack Horseman, que nacía como parodia de Hollywood gracias a un caballo parlante y bípedo (y narcisista, y violento, y peligroso, y así la lista) ex estrella de sitcom. Y dio todo. Un antihéroe humanista. No por su personalidad, claro, sino por lo que el creador Raphael Bob-Waksber le dio al show: se trató de BoJack, sí, pero también de todos los personajes secundarios. Y así, se fue construyendo desde la masculinidad tóxica del protagonista una comedia, y no tanto, cínica, sentida y honesta, que logró fibras menos épicas que shows como Mad Men pero mucho más cercanas y terrestres. Es la gran serie de la edad dorada de las series (no solo animadas).

10 Big Mouth (2017 - Presente). No es ATP. Pero debería serlo. Parte de la avanzada de Netflix a la hora de la comedia adulta, un factor clave para lograr pluralidad de productos (igual cancelaron Tuca & Bertie: mal, N, mal), el show de Nick Kroll debería funcionar como perfecta educación sexual. Usando el disfraz de los niños y niñas protagonistas y su pubertad, la serie se mete, sin miedo y con bultos enormes de comedia veloz (sea verbal o gráfica), en la sexualidad actual. Materia que, obviamente, no solo menores de 18 años se llevaron a marzo. Y su didactismo, que nunca se presenta como tal, permite disfrutar de una sensibilidad que sabe de nervios actuales y los que acarreamos desde adolescentes.