ESPECTACULOS
Erica Rivas

La artista que se mantiene lejos de todas las etiquetas

La actriz estrena la película de género Bruja. Asegura que no usa de modelo trabajos de sus colegas para no perder originalidad. Su preocupación por la violencia familiar y la trata de personas.

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Acompañada. Para su papel en el film, Rivas tuvo una coach especializada en lo esotérico, Salomé. | aballay

Actriz versátil y con un prestigio muy bien ganado, Erica Rivas asume ahora un desafío importante: el de ponerse en la piel de una bruja, un papel riesgoso e inusual que interpreta en una película que tiene otra particularidad: la participación de Miranda, su hija, fruto de la relación con el popular actor Rodrigo de la Serna.

Bruja es un thriller que cuenta la historia de Selena, una madre soltera que vive con su hija Belén en una chacra modesta y alejada del ruido urbano. Domina el arte de la magia, un recurso que le será muy útil a la hora de enfrentar un drama duro e inesperado.

La película, que se estrenará el 12 de septiembre, fue dirigida por Marcelo Páez Cubells, un profesional que sumó experiencia trabajando en productoras de Hollywood, escribió el guión para la adaptación cinematográfica de la historieta de Roberto Fontanarrosa Boogie, el aceitoso y debutó con una ópera prima titulada Omisión, en la que contó con el aporte de un elenco poderoso: Carlos Belloso, Gonzalo Heredia, Eleonora Wexler y Lorenzo Quinteros.

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¿Qué tiene en cuenta Rivas para elegir un papel? No hay un patrón único, como bien explica ella: “No tengo una lógica inamovible, la verdad. Cuando me llegó la convocatoria para esta película, dije: ‘Ya que se llame Bruja es un montón!’ (risas). Pero me gustó la idea. Es una historia que se enfoca en un tema muy relevante para los adolescentes y también en lo que le pasa a una mujer que, a partir de un hecho muy complicado que involucra a su hija, se reencuentra con una identidad y unos saberes que provienen de otras generaciones”.

—¿Viste películas con brujas, o no solés tomar otros trabajos como referencia?

—No suelo usar modelos, pero no porque no me inspire el laburo de otras actrices. Trato de ser una buena observadora de rasgos propios y ajenos en mi vida cotidiana para potenciar la imaginación a la hora de crear un personaje. El registro más habitual para un papel como este es el de las brujas que vimos muchas veces, esas brujas nórdicas de los relatos fantásticos. No hay mucho más que eso... No sabemos bien qué hacían, y los conocimientos sobre plantas autóctonas que tenían, por ejemplo, no nos llegaron. La película plantea que ese conocimiento, silenciado por la historia y la literatura, debe tener un lugar en el cuerpo y en la imaginación.

—Tuviste una coach para este papel.

—Sí, se llama Salomé y me ayudó un montón. Es muy interesante expandir el conocimiento brujeril para no quedarnos con el eslogan de las marchas: “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”. Yo creo que deberíamos hacer talleres de brujería, de telepatía... De todo lo que intuimos que nos puede abrir posibilidades. Hay gente muy estudiosa, muy dedicada, como Salomé. Ella tiene una enorme bibliografía y una experiencia personal muy enriquecedora. Yo no tengo ningún poder de bruja. Creo que Miranda tiene un poco más. A mí no se me presenta ningún espíritu (risas).

—¿Cómo resultó la experiencia de trabajar con tu hija?

—¡Muy buena! Es una actriz superintensa, muy impredecible, muy expresiva, muy “Rodriga”, diría yo. Miranda es muy sensible, y eso se nota en su trabajo. Es como una actriz de cine mudo, me encanta.  

—En el teatro tenés más chances de trabajar bien un papel porque hay más tiempo para ensayar. ¿Cómo se resuelve eso en la dinámica del cine?

—Se sabe que en cine no se ensaya con la misma intensidad que en teatro, hay menos tiempo. Los períodos de investigación y ensayo que yo propongo son muy largos para un director de cine.

—¿Y no corrés el riesgo de que se debilite tu trabajo?

—Como actriz de cine tengo que poner el trabajo en otra perspectiva. Obvio que me gustaría prepararme más, con una coreógrafa cuando hace falta, por ejemplo, o con un proceso de investigación más largo... Pero eso es inviable en una película.

—Sobre todo hoy, que se hace todo en menos tiempo por las restricciones presupuestarias del cine nacional.

—Claro. Pero ojo que una película no se hace en tres semanas, eh. Se filma en tres semanas, que es otra cosa. Después uno puede dedicarle un tiempo previo de preparación también. Hay que investigar para poder entrar de lleno en el mundo que propone una película.

—Pero eso no debería depender de la voluntad de la actriz, ¿no?

—Obvio que ese proceso debe estar contemplado y debe ser remunerado. Da la impresión de que no es el escenario actual para las producciones argentinas. Está claro que necesitamos de políticas de Estado y también que haya instituciones privadas que aporten al desarrollo cultural. Igual me pregunto hasta dónde es bueno que la cultura entre en un sistema capitalista. Serían siempre los mismos haciendo las mismas cosas. A César González, un cineasta popular muy talentoso, el Incaa lo apoyó con una sola película. Y tiene siete... Lo más loco es que las autoridades nos dicen que está pasando algo que en realidad no está pasando. Nos dicen que está todo bien, nos mienten en la cara. Es todo bastante psicótico.

—Hay una crisis que excede a la producción de cine y se está haciendo cada vez más evidente, ¿no?

—Sí, de eso no hay dudas. Pero a mí me da un poco de vergüenza opinar de todo. Siento que estoy en un lugar raro... Los que nos dedicamos a la actuación no somos personajes tan importantes. No podemos hablar de todo y decir siempre cosas importantes e inteligentes. Lo mejor que puedo decir lo digo actuando. Y después tengo contradicciones, como todos. Pienso algo hoy y otra cosa mañana. A veces me dicen “en una entrevista de 1993 opinaste que...”. Me gusta hablar de temas de actualidad, pero no tanto en público.

—¿Qué planes tenés de acá a fin de año?

—Voy a hacer Matate, amor en noviembre, porque Marilú Marini vuelve al país en octubre para hacer Sagrado bosque de monstruos en el Cervantes y aprovechamos para reponer esta obra, con la que nos fue superbién. Vamos a ver cuántas funciones podemos hacer. Vengo de filmar El prófugo, de Natalia Meta, con Nahuel Pérez Biscayart y Daniel Hendler. Fueron jornadas de dieciséis horas las de esa película. Me voy a Toronto a acompañar el estreno internacional de Los sonámbulos, de Paula Hernández. Vuelvo para el estreno de Bruja y me voy de nuevo, al Festival de San Sebastián.  

—¿Le escapás a la televisión?

—No lo diría de esa manera. Yo tuve la suerte de estar en un éxito como Casados con hijos, que me permitió dedicarme de lleno al teatro y al cine independiente. Me dio aire para eso. Si no, hubiera tenido que elegir menos y agarrar otros trabajos en televisión que no me convencían del todo. Veo actores que hacen esos laburos muy bien, pero yo no me sentiría del todo cómoda si los tuviera que encarar. Necesito más preparación, no soy buena improvisadora... Ojalá que pueda seguir eligiendo.  

Labor docente

Antes de empezar cada entrevista personal, Erica Rivas le entrega al periodista de turno un volante con información útil para las víctimas de violencia familiar y trata de personas. El objetivo es generar conciencia de esos graves problemas que persisten en la Argentina, aun cuando hay políticas oficiales para combatirlos: las líneas 137 (para denuncias de violencia familiar) y 145 (trata, que incluye explotación laboral y sexual) se crearon en 2012, pero existe una ley desde 2008, el año en el que se creó el programa nacional de rescate. “Yo acompaño esta política porque este trabajo al que está abocada mucha gente aún no está del todo visibilizado. Merece un lugar mucho más destacado”, sostiene la actriz. “Y la ficción también es un mecanismo eficaz para difundir este mensaje. Yo me comprometo por eso, no por una necesidad personal de pararme arriba de una mesa y me aplaudan. Necesito pensar que lo que hago sirve para ayudar a que el mundo esté un poquito mejor”.