ESPECTACULOS
31 minutos

“Todo cobra vida si le das humor, alma y un relato”

La productora ejecutiva y social de Aplaplac, Alejandra Neumann, habla del estreno de Calurosa Navidad en Prime Video y revisa la esencia de 31 minutos: humor absurdo, humanidad y una creatividad sin fronteras.

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Suceso. El equipo de 31 minutos obtuvo el Récord Guinness a la mayor cantidad de marionetas presentes en una alfombra roja, un despliegue que reafirmó la magnitud y el carácter colectivo del proyecto. | GZA. prime video

31 minutos vuelve una y otra vez porque su mezcla de humor absurdo, ternura, lectura filosa del mundo y una humanidad sin moralejas formó un vínculo generacional imposible de imitar. Con Calurosa Navidad, su nueva producción original para Prime Video, ese universo artesanal –capaz de convertir una lata, un calcetín o una pieza de metal en un personaje memorable– vuelve a expandirse. Alejandra Neumann, productora ejecutiva y social de Aplaplac, revisa la historia, la materialidad del proyecto y el espíritu horizontal que sostiene dos décadas de trabajo colectivo. Su mirada ilumina aquello que 31 minutos mantiene intacto: la capacidad de hacer comedia sin cinismo, confiando en que cada objeto puede ser títere y cada personaje, por absurdo que sea, puede revelar algo profundamente humano.

Tras dos décadas de existencia, 31 minutos logró algo extraño: seguir siendo fiel a sí mismo sin repetirse. Esa coherencia se explica en su origen artesanal, en la libertad creativa del equipo y en la convicción de que el humor absurdo puede convivir con una sensibilidad profundamente humana. Con esa lógica, es casi natural que la comparación con Los Muppets aparezca una y otra vez. La misma Neumann dice: “De todas maneras. Pedro y Álvaro son amigos desde hace muchos años y ya venían trabajando juntos en proyectos de humor muy irónico, casi irreverente, con esa idea de que las cosas son como son y no hay que disfrazarlas. Cuando eso se trasladó al universo de 31 minutos, que tiene fantasía, personajes con virtudes y defectos humanos, lo que hicieron fue llevar esa misma honestidad al mundo de los títeres. Los personajes sienten cosas reales, no están edulcorados ni exagerados: incluso el villano tiene un momento de sensibilidad. Esa verdad, sumada a la fantasía, definió todo lo que vino después”.

Esa mezcla entre humanidad y absurdo es uno de los rasgos que permitió que el programa se volviera una herramienta emocional para distintas generaciones. A diferencia de otros contenidos infantiles, 31 minutos nunca apostó por bajar línea. Y, sin embargo, terminó mostrando caminos posibles para crecer.

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—Una de las magias de 31 minutos es que no enseña desde un lugar didáctico, pero sí muestra cómo se es humano. ¿Cómo lo ves vos?

—Creo que 31 minutos nunca quiso “enseñar” nada, pero sí te muestra cómo son las cosas. Los personajes viven situaciones que cualquiera podría vivir. No hay esa voz adulta que dice: “chicos, escuchen”. Sin embargo, si un niño lo ve, inevitablemente algo absorbe: cómo reaccionar, cómo enojarse, cómo volver a ponerse de pie. Hay una humanidad constante, una idea de resiliencia muy simple y muy bonita: somos humanos y podemos pasarlo bien igual.

—Con los años, la imagen visual del show quedó tan marcada como su humor. La materialidad de 31 minutos –sus hilos, texturas, objetos reciclados, mezclas improbables– se convirtió en una identidad estética reconocible en todo el continente. Y nada de eso fue resultado de un plan sofisticado: nació de la libertad para convertir cualquier cosa en un personaje. Hay una estética muy particular: ese “bazar latino” de títeres, texturas y materiales. Jamás renegaron de eso. ¿Qué significa para ustedes esa materialidad?

—Ahí está la idea primigenia: cualquier cosa es títere. Lo que un niño hace con un juguete, nosotros lo llevamos al extremo. En el Museo 31 minutos hay una sección que se llama “Todo es títere” y es literal: cualquier objeto que puedas mover y al que puedas darle personalidad se vuelve un personaje. Muchos de los títeres son latas, objetos rústicos, piezas fijas. No importa: si le das humor, relato, vitalidad, cobra vida. Esa libertad creativa es un sello.

El corazón del proyecto, sin embargo, siempre fue su equipo. Parte del impacto emocional que genera 31 minutos proviene de la forma comunitaria en que trabajan. No hay jerarquías rígidas: hay un movimiento constante donde la creatividad surge desde cualquier rincón del set. Neumann lo ha visto durante décadas: “El equipo. Hemos cambiado algunas personas, claro, pero lo que nos sostiene es un verdadero trabajo en equipo. Nada es vertical, no existe esa idea del director como figura todopoderosa frente a un set paralizado. Todos pueden aportar, y cuando alguien nuevo llega le toma un tiempo entender que de verdad puede decir algo. Pero cuando sucede, es increíble. Esa horizontalidad es inspiradora para todos”. El impacto generacional es otro fenómeno que se volvió inseparable de 31 minutos. Las canciones, los personajes y las historias ampliaron su vida natural y pasaron de manos en manos. Calurosa Navidad llega justo en ese punto donde un legado se renueva sin perder su esencia.

—31 minutos se volvió un puente generacional: quienes lo veían hace veinte años hoy lo comparten con sus hijos o sobrinos. ¿Cómo viven esa continuidad?

—Es emocionante. Esta película la van a disfrutar las generaciones de siempre y las nuevas. Es una película familiar para reír, reflexionar y recordar la esencia de la Navidad. En ese sentido es clásica. Y también es muy 31 minutos: absurda, tierna, honesta.

Y, aunque dos décadas parecen suficientes para volver rígido cualquier proceso, en Aplaplac ocurre lo contrario: la dinámica de trabajo sigue siendo una mezcla de caos creativo, colaboración profunda y un entusiasmo que desarma cualquier idea de producción tradicional. ¿Hay alguna anécdota o imagen que condense lo que son como equipo? Neumann: “Más que una anécdota, hay una imagen. En las giras, de repente ves al director subido a colgar una tela para tapar algo, a mí como productora ejecutiva armando estructuras, a los titiriteros moviendo equipo. Todos hacemos todo. En Chile le decimos “circo chamorro”: ese caos donde cada persona aporta lo que puede para que todo salga bien. Esa imagen representa lo que somos hace veinte años y lo que seguimos siendo”.