En la última misa que ofreció como Papa, Benedicto XVI reconoció la existencia de una batalla facciosa en el interior del Vaticano que, según los expertos, fue el motivo real de su histórica renuncia. El “Papa renunciante” –como ya lo bautizaron los medios italianos– se quejó del “rostro desfigurado de la Iglesia” por las “divisiones en el cuerpo eclesial” y llamó a los cardenales a “superar rivalidades e individualismos” y a abandonar “actitudes que buscan el aplauso”.
La durísima prédica de Joseph Ratzinger no sorprendió a los vaticanistas que venían anunciando, que detrás de los motivos oficiales de edad y salud esgrimidos sobre la renuncia papal, se escondían otros más oscuros vinculados a un cisma entre dos sectores cardenalicios que se disputan la sucesión del Santo Padre incluso desde antes de que su dimisión fuera una posibilidad cierta.
En los últimos meses, esa lucha intestina sin precedentes en la Santa Sede había puesto en jaque a hombres de máxima confianza de Benedicto XVI y había ventilado documentos escandalosos de los palacios vaticanos, en el caso de filtraciones masivas conocido como VatiLeaks. Los archivos revelados daban cuenta de sospechas de corrupción en las licitaciones inmobiliarias del Vaticano y de manejos financieros irregulares en el Banco Vaticano.
Detrás de la fuga de documentos existe una guerra palaciega entre dos sectores de los purpurados. Las filtraciones habrían sido sólo un capítulo de una “rebelión de monseñores” contra Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano y mano derecha de Ratzinger. Atrás de la embestida estaría la mano de Angelo Sodano, un influyente veterano diplomático que antecedió a Bertone en su cargo y sirvió a Juan Pablo II durante más de 15 años.
Cuando asumió, todos esperaban que Ratzinger condujera un papado de transición. Pero el Papa alemán se propuso sanear la imagen de la Iglesia, afectada por numerosos casos de pedofilia y corrupción, y avanzó con investigaciones incómodas para algunos miembros de la “vieja guardia” de la curia romana. Bertone fue el artífice de esa política de mano dura. Aunque no había hecho carrera dentro del cuerpo diplomático del Vaticano, el Papa lo escogió en 2006 para la Secretaría de Estado porque había trabajado bajo su órbita cuando era cardenal.