El mundo asiste a una aceleración de tendencias en materia económica. La pandemia fue un catalizador para acrecentar movimientos ya previos pero inexorables. Movimientos que guían inversión, producción y comercialización en todo el planeta.
Pueden destacarse, ente ellos, siete tendencias relevantes que se afianzan en las economías que más éxito tienen en el nuevo tiempo: el cambio tecnológico, la globalización productiva, la consolidación de la economía del conocimiento, la creciente exigencia de cumplimiento de estándares cualitativos –de origen público o privado–, la incidencia de la geopolítica en los negocios y la prevalencia de las empresas como principales actores.
Todo ello se aplica en todos lados al escenario global, al regional y aún al local.
En este marco, está ya claro que sin empresas calificadas no hay inversión, empleo, evolución tecnológica, acceso a divisas, crecimiento económico ni recaudación fiscal. Porque son las empresas las organizaciones que se adaptan al nuevo tiempo más rápidamente y las que actúan mejor en ese escenario de tendencias referidas.
La Argentina, es sabido, padece desde hace años cuatro grandes problemas que desalientan una buena economía: una macroeconomía desordenada y desequilibrada; un marco institucional debilitado y distorsionado que impide la plena vigencia de derechos y garantías; un entorno regulativo congestionado y obstructivo; y una cerrazón económica que nos aleja de la nueva globalidad. Dicho sea de paso, esa nueva globalidad se consolida (al revés de lo que algunos predijeron cuando comenzó la presente pandemia, hace un año) y hace de los que más interactúan en el mundo, los más exitosos.
Pero esa globalidad ya no es aquella que podía medirse a través de los meros intercambios de comercio internacional tradicional, porque asistimos a lo que puede calificarse como “globalización hexagonal”. Seis flujos interactivos e internacionales, sistémicamente vinculados, se retroalimentan: el comercio transfronterizo de bienes; el de servicios (más dinámico que el de bienes); la inversión extranjera directa; el financiamiento internacional de proyectos productivos en empresas privadas (especialmente los más innovativos); el creciente tráfico global de datos, información y conocimiento (el factor más relevante de la nueva globalización); y las nuevas migraciones que en muchos casos son telemigraciones (que hacen de los trabajadores más calificados actores crecientemente mundiales).
Así, todo lo local es global y todo lo global es local. Y en este marco, no contar con empresas modernas y activas es someterse a una debilidad casi fatal.
Según el Boletín de Seguridad Social de AFIP hubo a fines de 2020 (fin de la segunda década del siglo) unas 523.000 empresas empleadoras en Argentina. Esa cantidad es casi 10% menor que la que esa fuente registraba en 2011–cuando comenzó la década–. Aunque el portal oficial “gpsempresas” informaba en 2017 que eran 609.000 empresas las empleadoras en Argentina. En ese caso el descenso desde 2017 fue de 13%.
Este descenso es consistente con la caída en la cantidad de empresas internacionalizadas en Argentina: el mismo portal antes referido da cuenta que entre 2007 y 2019 la cantidad de empresas exportadoras en Argentina descendió 36% (desde unas 15.000 a unas 9.500).
Esta dificultad competitiva se observa palmariamente en otros indicadores como el que muestra que (según fuentes extraoficiales) en 2019 –el último año antes de la pandemia– solo trece empresas exportaban por más de 1.000 millones de dólares en el año en nuestro país, mientras apenas 59 empresas exportaban por más de 100 millones de dólares anuales.
Lo que, a la vez, es consistente con la escasa cantidad de empresas multinacionales con matriz en Argentina (solo siete entre las mayores 100, según estudios privados).
Pero el problema no es solo de cantidad de empresas, sino que la reducción en el número de actores productivos muestra un problema cualitativo: la economía es crecientemente más global (y no menos) y Argentina no acompaña esa tendencia.
Los exitosos en el planeta desarrollan atributos: estrategias adecuadas; creciente participación del capital intelectual en la inversión, producción y comercialización; moderna inserción externa –pero no ya en “mercados” sino en las redes internacionales de innovación (“global innovation networks”) a través de alianzas sistémicas virtuosas–; calificación de la producción con los llamados nuevos intangibles, propios de los avances tecnológicos a la producción de bienes y servicios.
Pero Argentina se desacopla de la globalidad. Y éste no es un suceso sino un proceso. Y no es un problema que afecta solo al “sector externo” sino a todo el sistema. En las recientes dos primeras décadas del siglo XXI (aun antes de la excepcional pandemia planetaria) las exportaciones de bienes y servicios mundiales totales crecieron 215% pero las Argentinas lo hicieron en solo 150%. Y –como para confirmar la tendencia (y constatar que el problema para nuestro sector externo el año pasado no fue el Covid)– en el complejísimo y pandémico 2020 las exportaciones totales mundiales cayeron 5,5% pero las Argentinas lo hicieron un 16%.
Será difícil lograr inversión, producción, calidad, empleo, exportaciones, sin una modificación: en el mundo no son relevantes ya los productos sino las empresas. Y especialmente las que logran la principal virtud de la época, que es la adaptabilidad al cambio permanente (según explica Rita Gunther Mc Grath).
El planeta ya ejecuta los escenarios postpandemia. Están ocurriendo procesos críticos por un cambio sustancial que afecta esencias de los procesos sociales y debilita crecientemente a muchas organizaciones: la familia, los sindicatos, las escuelas, las iglesias, hasta el propio estado nacional. Pero las empresas parecen responder mejor al desafío a través de innovaciones, inversiones, descubrimientos, adaptaciones. Y hasta crean nuevos espacios públicos no estatales a través de lo que G. Parahlad llama ecosistemas, haciendo referencia al valor de la gestión y organización de factores, la creación de un clima común y de métodos y fines compartidos, y la retroalimentación productivo-comercial con aliados.
Es lo contrario de lo que vemos acá con una constante puja entre política y empresas.
Dice José María Peiró que cuatro factores son críticos para el ambiente de las organizaciones: los grados de estabilidad, simplicidad, aleatoriedad y acceso a recursos. Argentina, al afectar estructuralmente el ambiente, impide el desarrollo de los motores que generan en el planeta hoy las respuestas a las nuevas necesidades.
Sea porque desalienta organizaciones virtuosas, o porque consolida artificialmente a las que no lo son, o porque incentiva a la salida del sistema a muchas de ellas, o porque obstruye el proceso de creación de nuevas.