OPINIóN
Pandemia de coronavirus

Qué nos pasó

En nombre de la salud morirán millones de personas en todo el mundo.

Coronavirus en Bélgica. 20200428
BELGICA. Es el país de Europa con más muertos por habitante | AFP

La mayoría de los gobiernos occidentales, que critican a China por su régimen antidemocrático, copiaron las medidas de confinamiento tomadas por ese país para contener la dispersión del coronavirus en Wuhan. En mayor o menor medida se decidió un encierro sin precedentes en la historia mundial.

Al día de hoy no sabemos cómo los chinos frenaron la dispersión del virus. Ni siquiera sabemos si la frenaron. Hemos transcurrido esta cuarentena escuchando contradictorias verdades de sanitaristas, médicos y científicos, que tomaron prácticamente la dirección y el control de la política en el mundo y en la Argentina.

Datos estadísticos inciertos. Tasas de mortalidad que variaron entre 0,17 y 20 por ciento. Barbijos sí. Barbijos no. ¿Temperaturas altas o bajas? ¿Los curados son o no inmunes? Pronósticos de picos y curvas que nunca sucedieron. Estas son solo algunas de las contradicciones de este tiempo.

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La estadística aun no explica cuántos de los muertos con Covid-19 (a la fecha se computan 234 mil en todo el mundo) tenían o no enfermedades precedentes tan graves, que pudieran haber causado sus muertes con cualquier otra gripe o agravante.

Tampoco contamos aún con una explicación certera sobre por qué los países han reaccionado en forma tan disímil al virus, con ratios muy distintos en la cantidad de fallecidos por cada millón de habitantes. ¿Tiene que ver con los diferentes niveles de aislamiento o más bien con la capacidad de sus respectivos sistemas de salud? No lo sabemos.

Sí sabemos, en cambio, que mueren todos los años entre 300 mil y 500 mil personas en el mundo por gripe. Y que, en algunos años, la influenza llegó a matar a cuatro millones de personas. También sabemos que, al 1 de mayo, la cantidad de personas fallecidas en la Argentina sobre el total de test realizados era de 0,35 por ciento y, tomando al total de los argentinos, de 0,00048 por ciento, según un estudio del consultor Daniel Gerold.

Sabemos que la cantidad de personas fallecidas en la Argentina sobre el total de test realizados era de 0,35 por ciento y, tomando al total de los argentinos, de 0,00048 por ciento

En un excelente artículo, Carlo Caduff, antropólogo de la Universidad Berkeley de California, y profesor del departamento de Salud Global y Medicina Social en el King´s College de Londres, sostiene que, finalmente, no sabemos casi nada de este virus. Si su expansión fue frenada por el encierro o porque agotó en sí mismo su capacidad de contagio en una determinada población y salió a buscar otras poblaciones susceptibles.

Y lo cierto es que, aun sabiendo poco, la mayoría de los líderes del mundo, actuaron con medidas extremas, como si supiéramos. Discutiendo casi nada sobre los costos sociales como consecuencia de cerrar el mundo (y su economía) por tiempo indeterminado. Algunos, en cambio, intentaron negar totalmente la gravedad de la pandemia y, muy pocos, tomaron medidas cautelosas sin someter a la ciudadanía a un estado policial.

De este abordaje extremo no se puede responsabilizar a los médicos y sanitaristas. Como cuando teníamos gripe de chicos, es su responsabilidad indicarnos reposo y sugerir que nos quedemos en cama. Por eso son médicos o infectólogos, y no políticos.

Sí son corresponsables algunos medios, actores fundamentales para convertir al pánico social en la gran pandemia de todas. La presión de la opinión pública sobre los dirigentes llevó a muchos de ellos a la parálisis, al temor por tomar decisiones que fueran en contra del unísono reclamo por el encierro. También, como sostiene Caduff, la curiosidad de algunos políticos por experimentar un autoritarismo celebrado por la mayoría de la población. Y, claro, el miedo a dejar en evidencia el deterioro y la insuficiencia de los sistemas de salud de una buena parte de los países desarrollados y en desarrollo.

Se instaló un nuevo lenguaje y hasta una nueva cultura para involucrar a toda la población en este encierro y hacer de ello algo épico: los que se quedan en casa son héroes de la batalla para controlar la pandemia, soldados de una guerra contra un enemigo invisible, los valientes contra la enfermedad para “achatar la curva”. Hay que cuidar a los abuelos, como si cualquier persona mayor tuviera que serlo. Obligar a “jóvenes de 65” a sentirse viejos.

La moralidad quedó del lado del miedo de la sociedad. Quienes osan cuestionar las medidas extremas y la falta de una visión holística para abordar la pandemia, son virtualmente expulsados en los chats de amigos y parientes. Surgió una nueva grieta que nada tiene que ver con la preexistente. Como muestra de ello, políticos relevantes de un lado y del otro, los gobernadores de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y de la Capital por ejemplo, se encuentran todos en un mismo barco. ¿Quién lo hubiera imaginado?

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Hay algo que sí sabemos. Mientras contamos uno a uno los muertos (en su mayoría mayores de 75 años) por o con coronavirus, porque se hacen visibles a la política y a los medios, no contamos los miles de muertos por otras enfermedades, y mucho menos los que van a morir por hambre y pobreza extrema como consecuencia del parate más descomunal de la economía mundial, que en la Argentina arroja una caída sin precedentes del Producto Bruto Interno y permite a algunos pronosticar que del 35,5 por ciento de su población sumergida en la pobreza, podríamos pasar al 54 por ciento. No hay Estado, por más activo y solidario que pretenda ser, que pueda resolver esta situación.

En nombre de la salud se dejó a millones de personas sin trabajo en todo el mundo (según las Naciones Unidas, serán mil millones) y, por lo tanto, sin ingresos, sin comida, sin acceso a la salud básica, sin educación. Solo un porcentaje pequeño de la sociedad mundial puede atravesar el confinamiento en lindas casas con jardín. Otros están desesperados. Muchos también encerrados con niños que no van a la escuela, cuando en todo el planeta no hay una estadística de mortalidad que justifique el encierro de niños y adolescentes por el coronavirus.

La economía no es ni buena ni mala, es simplemente el instrumento que puede usar la política para resolver estos desafíos. El covid-19 va a pasar o, como con tantas otras enfermedades, habrá que aprender a convivir con ella. Lo más grave, es lo que viene, lo que quede cuando pase el tsunami.

Cómo salir en forma escalonada y rápida de este parate letal es ahora el desafío. ¿No sería importante complementar las miradas de sanitaristas y de infectólogos, valiosas por supuesto, con un comité de expertos interdisciplinarios, y de distinto arraigo político? Proyectos e ideas sobre cómo levantar el país con visión, con producción y trabajo.

Ojalá aprovechemos este dramático momento para resolver algunos problemas endémicos de la Argentina vinculados a la descomunal concentración de la riqueza y a la ineficiencia estatal. Solo en este momento excepcional son factibles los consensos políticos, sociales y económicos necesarios para tamañas transformaciones.

Y eso se hace con un proyecto de país, planes económicos, reformas estructurales impositivas y laborales, aplicación global de las nuevas tecnologías al aparato estatal, estrategias de crecimiento para los sectores productivos, atracción de inversiones, generación de empleo formal. Prepararnos para ser un país exportador, dado que tenemos mucho de lo que el mundo va a necesitar.

Es cierto que las crisis ofrecen nuevas oportunidades. Pero, para que eso pase, hay que crear futuro y, para crear futuro, hay que generar credibilidad.

*Socióloga.