OPINIóN
37 AÑOS DE democracia

Democracia y pobreza: una ecuación difícil

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| Cedoc

Los tres principales líderes fundacionales de la primera etapa de la democracia argentina detectaron tempranamente el fenómeno. Raúl Alfonsín lanzó el Programa Alimentario Nacional. Eduardo Duhalde, quien venía observando con atención la torsión social desde el conurbano bonaerense, se abocó a racionalizar la promiscuidad habitacional de las tomas territoriales. Y Carlos Menem derrotó a su rival en la interna justicialista de 1988 afiliando masivamente a los vecinos de los nuevos asentamientos suburbanos. Pero los tres subestimaron la gravedad de la silenciosa desintegración social comenzada a principios de los 70. 

Hacia el ocaso de la última dictadura todos los miembros de la Asamblea Multipartidaria eran contestes de que el golpe de 1976 había sido el oportuno momento elegido por “la oligarquía” de disolver el país industrial restaurando la factoría agroexportadora vigente hasta 1930. Un grosero error de diagnóstico que perdía de vista el agotamiento del fisco sobre el que se sustentaba la economía semicerrada, agravado por el contraproducente expediente de la deuda externa desde 1977. 

El gran momento de remover las trabas de nuestro desarrollo fueron precisamente los primeros 70. Diez años después, los daños sociales de una reestructuración salvaje resultaron irreparables. De su irreversibilidad recién se tomó conciencia hacia fines de los 90; justamente en vísperas de la colosal crisis de diciembre de 2001.

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Un nutrido elenco de cientistas sociales venía dando cuenta de los contornos de la nueva pobreza. Sin embargo, desde mediados de los 2000 la mayoría termino convencida de que el retorno del proteccionismo distributivo estaba reindustrializando y reintegrando a la sociedad. La propia cotidianeidad de la vida en los centros urbanos desmentía de diversas maneras ese supuesto que abarco a buena parte de la intelligentzia progresista.

Desde el ocaso de su “modelo” hacia fines de los 2000 lo que sí consumo el kirchnerismo fue el perfeccionamiento de la maquinaria asistencialista consolidando una ciudadanía social de baja intensidad merced a un costoso y complejo aparato de cooperativas que le confirieron réditos electorales y financieros insospechados. Simultáneamente, el relato descubrió las virtudes intrínsecas del “ser pobre” como una moral superior. Una notable coartada conservadora que sedujo, como en los 70, a millones de jóvenes de clase meda educada.¿Podrá revertirse la situación de este tercio crítico de la población del país? Sí, si este creciera en los próximos quince años a una tasa promedio de un 3,5% anual. Una macroeconomía ordenada que extirpe definitivamente el cáncer inflacionario podría devolver a la mitad de los pobres la posibilidad del ascenso social reorientando recursos hacia el núcleo duro de indigentes apuntando fuerte a recapacitar a sus hijos desde el nivel preescolar en las nuevas tecnologías. 

Pero para ello se requiere de condiciones políticas en las antípodas de las actuales; por ahora, más que remotas.

*Historiador.