COLUMNISTAS
a 170 años de la muerte del libertador

El legado del viejo soldado de la independencia

Una reconstrucción de cómo evaluaba en sus últimos días San Martín dos de sus grandes decisiones: el “ostracismo voluntario de su patria” y deponer todo interés personal en pos de la revolución americana.

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Encuentros. Con Bolívar, en Guayaquil. Domingo Sarmiento lo recibió en 1847, y dos años antes había conversado con Florencio Varela. Con ellos habló de aquellos primeros años de las luchas por la independencia. | cedoc

En 1842, San Martín confesó al general Prieto: “Mi vida sigue como siempre, enteramente aislado en el campo, y solo reducida a la sociedad de mi familia; pero este sistema, que para otro sería insoportable, es el que hace mi felicidad; lo que prueba que en muchas cosas, la dicha no es bien real, sino imaginario”.

Para entonces, tenía 64 años por lo que esa suerte de balance de vida ponía de manifiesto su convicción sobre su contribución a la independencia de medio continente, y la decisión infranqueable de no admitir ningún cargo público, una vez tomada la decisión de abandonar Lima, y la escena pública sudamericana.

La carta a Prieto era posterior a la cursada al chileno Zañartú, a quien había expresado la enorme satisfacción que le había producido la invitación del presidente Bulnes de abandonar Europa, y regresar a América (...)  Pero como ya lo había hecho con Rosas, el general rechazó la invitación no sin antes valorar, como lo ya lo había expresado, la excepcionalidad chilena en el conjunto de las naciones vecinas, las ventajas de su clima y el rosario de amigos, condiciones que le permitirían reconciliar “los recuerdos de nuestros pasados” con los “males de la vejez”.

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San Martín hizo expreso su deseo que no se celebraran ni ritos ni ceremonias religiosas al momento de su muerte

También como antes, San Martín presentó sus excusas por asuntos de salud y justificó su decisión en los compromisos que debía asumir ante la muerte de su “bienhechor”, Alejandro Aguado, quien había fallecido súbitamente en España el pasado 14 de abril (…) El impacto de la muerte de su amigo, y el propio repaso de su ciclo de vida, lo invitó a redactar su testamento en 1844 en el cual pasó revista a los grados militares cosechados en América sin hacer ninguna mención de su historia militar al servicio del poder español.

Hizo expreso su deseo que no se celebraran ni ritos ni ceremonias religiosas al momento de su muerte, que su sable fuera entregado a Juan Manuel de Rosas en reconocimiento de la defensa nacional, y que el estandarte de Pizarro fuera devuelto al Perú.

Al año siguiente, volvió a verse con Juan Martín de Pueyrredón en Roma con quien no había mantenido ningún intercambio epistolar desde 1819 (…) Hay escasos registros de aquel encuentro de los que tampoco emanan evidencias de lo que conversaron. San Martín sólo mencionó algunos paseos compartidos, y el asesoramiento recibido de Posadas para comprar un busto de Napoleón en los negocios de anticuarios próximos al hotel Minerva, donde se alojaba, ubicado en los alrededores de la plaza Navona.   

En aquellos años, también recibió la visita de los principales exponentes de la generación de románticos argentinos que habían conocido el exilio en Montevideo y en Chile. Juan Las Heras fue quien le escribió por única vez después de la fatal coyuntura peruana de 1821 en la que se había visto envuelto en la conspiración que pretendía poner límite al monarquismo sanmartiniano. En la epístola no había reproches. Sólo le presentaba sus respetos para recomendar a los jóvenes que habían vitalizado la Comisión de emigrados argentinos que se había encargado de fundar.

La carta dirigida al mariscal Castilla constituye una pieza documental vertebradora en la historiografía sanmartiniana

La recuperación del pasado revolucionario, y el manto de olvido necesario para forjar la mitología nacional, hacía necesario tomar contacto con el único general sobreviviente del “gran parto del siglo XIX”. En atención al pedido del viejo guerrero del regimiento n° 11 que había combatido en Chacabuco y Maipú, y cuyo coraje había permitido recoger los restos de Cancha Rayada, San Martín conversó con Alberdi en 1843, y con Florencio Varela en 1845.

Recibió a Sarmiento en 1847 y confesó a Félix Frías sus últimas impresiones sobre el porvenir venturoso de América. Para entonces, también recibió visitas de representantes consulares sudamericanos residentes en el Viejo Mundo, y a través de ellos supo de la discreta red de homenajes realizados en Montevideo, Santiago de Chile y Lima (…). En esos años también agradeció el “honroso recuerdo” hecho por el gobernador de Buenos Aires ante la Legislatura en virtud de “sus méritos y esclarecidos servicios” que ni la Confederación argentina, ni toda la América podían olvidar, que se hizo extensivo hasta 1850 (…). 

Esa atmósfera conmemorativa en la que el tiempo presente convertía el pasado revolucionario en fragua de las mitologías nacionales, sería la que lo incitaría a escribir, en primera persona, las principales notas justificatorias de su vida pública. Para hacerlo recurrió al género que mejor conocía, el epistolar, y tuvo como destinatario al presidente del Perú, el Mariscal Ramón Castilla, con quien había intercambiado opiniones sobre el dramático saldo de las guerras que sucedieron a las independencias.

10 frases de San Martín que hicieron historia

Allí consignó que la política seguida en su periplo libertador había dependido más de “la suerte y las circunstancias” que del “cálculo”, y se había basado en “dos puntos”: eludir mezclarse en la lucha de partidos en Buenos Aires y “mirar” a los estados americanos como “estados hermanos” -o independientes- sin apelar a la fuerza militar como herramienta de “conquista”.

Ese doble argumento, que erigía su vocación independentista por sobre algún interés de arbitrar la política de los nuevos estados, y que recogía la experiencia política posterior de las naciones que había contribuido a formar, le permitía recapitular las condiciones que lo llevaron a abandonar el teatro peruano sin haber concluido la empresa libertaria, a sabiendas de afectar “su honor y reputación”. Como no podría ser de otro modo, allí aludió a la entrevista que mantuvo con su respetado rival en Guayaquil, y consignó: 

“Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndole puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando no era otro que la presencia del general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera terminado en todo el año 23. Pero este honroso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá calcular y que no está al alcance de todos poderlos apreciar”.    

Por cierto, la memorable carta dirigida al mariscal Castilla, publicada en la Opinión de Lima (1878) constituye una pieza documental vertebradora sobre la cual la historiografía sanmartiniana hace descansar el núcleo duro de su testamento público. Pero ese ejercicio de memoria política, como todo acto de memoria, resultaba necesariamente selectivo o incompleto restringiendo el legado al vector militar e independentista del Libertador americano.

En 1848 su hija lo hizo retratar con las nuevas tecnologías para capturar imágenes, el daguerrotipo, por el cual se conservó la imagen del San Martín anciano.

En tanto, la incomprensión o, en otras palabras, el no reconocimiento de sus contemporáneos de la decisión de 1822 era semejante a las motivaciones que habían justificado el “ostracismo voluntario de su patria”. Con esa expresión de cuño propio que había hecho expresa a Guido, San Martín modelaría las razones que lo excluyeron del ensayo republicano en el Río de la Plata haciendo alusión a que su trayecto revolucionario no lo hacía “imparcial” entre los partidos rivales, y que su influjo militar despertaba desconfianzas ante una eventual sustitución del “orden legal y libre”. 

Con todo, el tono o registro de la escritura política sanmartiniana entre la clausura de su “carrera pública” en suelo americano, guardó estrecha conexión con el arbitrio selectivo realizado sobre su propia correspondencia que se completó luego cuando delegó a su descendencia depositarlos en un historiador para que hiciera de ellos el esqueleto erudito de la historia de la emancipación de medio continente. Y aunque la voluntad sanmartiniana quedó en suspenso hasta que finalmente su yerno Mariano Balcarce, ya viudo, cedió el valioso archivo a Bartolomé Mitre, la certeza de que sus papeles personales brindarían evidencias firmes para escribir una historia de la independencia americana había hecho confesarle a Sarmiento en 1846: “tengo escrito, mis papeles están en orden”.  

Sobre esa línea genealógica del recuerdo filial y familiar, sería su hija quien intervendría decididamente en los últimos años de vida de su padre, y al momento de su muerte. En 1848 lo hizo retratar con las nuevas tecnologías para capturar imágenes, el daguerrotipo, por el cual se conservó la imagen del San Martín anciano.

La historia del General José de San Martín que no conocemos

En 1850, al momento de su deceso, la decisión de preservar sus restos se tradujo en la contratación de servicios funerarios destinados sólo a cadáveres célebres. Aunque el complicado tratamiento constituyera una práctica frecuente en la Europa del siglo XIX, y el deseo del difunto según su testamento de 1844 era que su corazón descansara en el cementerio de Buenos Aires, resulta probable que Mercedes hubiera imaginado un funeral público semejante al que tuvo Napoleón I cuando sus restos fueron trasladados a París en 1840 (…) 

En tanto, la noticia necrológica realizada por su confidente y amigo francés, André Gérard, el bibliotecario y propietario de la casa que había alquilado en la villa marítima para esquivar la furia de la plebe parisina, recogió la clave autobiográfica construida por el general, y la lectura sarmientina (y argentina) que volvía a oponer su figura a la de Bolívar realzando las dotes guerreras del venerable difunto, y subrayó lo que sería una constante en el contraste de su legado con el del Libertador del Norte:  el de haber puesto su “genio político” al servicio de la independencia declinando toda aspiración de anteponer el interés personal al trayecto de la revolución republicana.

*Historiadora (Conicet-UNCuyo). Fragmentos de su libro San Martín. Una biografía política del Libertador.