OPINIóN
Nuevo aniversario

Reformando hacia el futuro

Se recuerdan 102 años de la Reforma Universitaria de 1918. Fue un proceso democratizador en el país y en la vida del nivel superior, en particular

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faro. El sistema superior argentino es la política de Estado más trascendental. | cedoc perfil

Este año estamos celebrando un nuevo aniversario de la famosa Reforma Universitaria de 1918. Hace 102 años, la historia argentina cambió su curso y decidió adentrarse definitivamente en el sendero de la modernidad. En un acto de audaz vanguardismo y desafío al status quo, la juventud estudiantil se entregó a las calles cordobesas para intentar concretar sus añoranzas de una realidad distinta y mejor.

Hace 102 años, la historia argentina cambió su curso y decidió adentrarse definitivamente en el sendero de la modernidad.

Su sueño era de avanzada y muy moderno para aquel entonces. Las banderas que elevaron aquel estallido del 15 de junio de 1918 proponían un liderazgo democrático, transformándose sin buscarlo en la cabeza de playa de un profundo cambio en nuestra historia conservadora y dogmática. Con una claridad y sentido histórico destacable, manifestaron romper la “última cadena con una dominación monárquica y monástica”. Y así, constituyeron un nuevo “grito de libertad”, una nueva independencia en nuestro territorio. Los anhelos de ese 15 de junio, y la osadía de permitirse soñar una realidad distinta, se convirtieron -hoy, a 102 años- en nuestra estructura y “normalidad”. Ese día terminó de cambiar el Siglo en nuestro país y simbólicamente se inauguró el Siglo XX moderno.

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La Reforma Universitaria implicó un proceso democratizador en nuestro país en general, y en el gobierno universitario en particular. Se cambiaron los estatutos y leyes universitarias, quitando toda forma de control y penetración religiosa, e instaurando una institución pública, laica y por sobre todo científica. Además, instaló un cogobierno, en el que los estudiantes comenzaron a participar en la decisión universitaria. Habilitó la autonomía y autarquía universitaria, la extensión universitaria, la periodicidad y libertad de las cátedras y los concursos de oposición. A su vez, contribuyó a fundar las bases de nuestra democracia moderna. Una democracia en la que no hay terceros excluidos, ni decisiones dogmáticas, ni silencios a la ciudadanía. Un régimen político en el que todos forman parte del todo. Un procedimiento de toma de decisiones política que siempre debe ser argumentativo, científico, racional y empírico, donde el diálogo y el debate público constituyan los únicos vectores hacia la verdad.

Aquel junio de 1918 se inmortalizó una declamación en la que entendimos que nuestros “dolores actuales representan las libertades que nos faltan”. Entendimos que la libertad no es un principio natural, sino que es un valor por el que debemos luchar y defender cada día, en cada acto de gobierno. Los jóvenes del invierno del ´18 nos ilustraron en su lucha la necesidad de garantizar a cada minuto la libertad a pensar distinto. Ellos edificaron los cimientos que derrocaron el pensamiento único, y habilitaban una posibilidad sustantiva de encontrarnos en nuestras diferencias. Así, se allanó un mecanismo para un gobierno plural, de lucha constante contra el pensamiento único y la ilusión de una verdad objetivamente superior a otras.

Los jóvenes del invierno del ´18 nos ilustraron en su lucha la necesidad de garantizar a cada minuto la libertad a pensar distinto.

Hoy, en este momento de aparente suspensión de la historia, de coyuntura crítica donde la humanidad se detiene a repensar sus formas, nos debemos una serie de preguntas no menores. ¿Estamos honrando aquella lucha de 1918? ¿Seguimos trabajando a cada minuto, en cada decisión política, por la defensa de las libertades y la búsqueda de la pluralidad? ¿Seguimos construyendo día a día una sociedad más igualitaria, con verdadera paridad y accesos ecuánimes? ¿Estamos a la altura de aquellos que se animaron a soñar un mundo distinto y tuvieron el coraje de salir a la calle para conseguirlo?

Hoy más que nunca entendemos la importancia del conocimiento, la educación, la argumentación y la discusión en el espacio público y en las decisiones políticas. Si hay algo que nos enseña aquel hito de comienzos del Siglo pasado es la necesidad de distanciarnos de la falsa idea de poseer la única verdad, y lo fundamental que es encontrarnos con el que piensa distinto. Y la Universidad argentina es el símbolo de eso. Es progreso, democracia y democratización del espacio público. Por eso debemos defender la Universidad pública, laica, gratuita, cogobernada y universal. Y defenderla no solo con la pluma, sino también con acciones concretas y con el presupuesto necesario para que esta funcione. Porque en cada discusión académica en las aulas (reales o virtuales), en cada voluntario universitario que sale a tomar la fiebre o a ayudar a un adulto mayor, en cada decisión informada que se toma, en toda nuestra vida, vemos el legado de aquellos hombres y mujeres que no se conformaron con lo que los gobernantes les dijeron y buscaron ese oxígeno vital y natalicio que solo lo da la libertad y la democracia. Aquel junio de 1918 aprendimos la necesidad de luchar cada día para contar en el país “con una vergüenza menos y una libertad más”.

*Diputado Nacional. Ex Presidente de la Federación Universitaria Argentina (FUA).