OPINIóN
Monarquía en aprietos

Juan Carlos I, eje del régimen español que comenzó en 1978

El escándalo que rodea al rey emérito visto a la luz del catalanismo que quiere divorciarse de España.

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El ahora rey emérito firma la Constitución del flamante régimen democrático español. | Cedoc

Aun sin ser periodistas -o precisamente por ello- recurrimos al enfoque holístico de los sucesos para tratar de entender por qué suceden las cosas y, en límite, para saber si lo que aparenta suceder es, en realidad, lo que de verdad está sucediendo en España.

Aquel enfoque integral de los fenómenos encuentra anclaje en mi formación de base, la filosofía, a la sociología y la psicología, herramientas útiles para entender desde una mirada más compleja y abarcativa las situaciones que reclaman atención. El lector juzgará acerca de la felicidad o infelicidad, de la eficacia o ineficacia de este cometido.

España, hoy en día, se debate entre sostener el sistema institucional plasmado en la constitución de 1978 o abrirse al reclamo -presumiblemente amplio- de una sociedad que quiere vivir de otra manera.

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La realidad española de hoy, por compleja y dramática, puede -y tal vez debe- ser leída en términos extrapolíticos, por caso, incoporando al análisis el concepto lacanaiano de "imaginario", es decir, ese lugar de las ilusiones del yo, de la alienación y de la fusión del sujeto con el cuerpo de la madre. Veamos:

Lo último que nos deparó el proceso político en Catalunya fue una resolución del conflicto transitoria y basada en una violencia represiva fuera de toda medida y proporción. Claramente se estaba defendiendo allí algo más que "el orden". Y ese algo más se resume en un apotegma remanido: la "unidad indisoluble de España".

Hay una pregunta que bien puede ilustrar el tema en cuestión: ¿qué es lo que hace que unos matrimonios puedan divorciarse en paz pero que impone que la separación de otros sea una batalla campal?

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Creemos que, en el primer caso, las cosas ocurren civilizadamente porque los protagonistas del divorcio se han manejado con franqueza, realismo y objetivaron el problema. Ambas partes han asumido que la cohabitación y la comunidad de bienes son inviables y perjudiciales y, por ende, hay que ponerles fin. En el segundo caso, en cambio, subjetivizan el problema, y es una agresión directa a su integridad, a la imagen que formaron durante tiempo con sus amigos o parientes. El problema es la rotura o caída de lo que quisieron mostrar, genera un desmoronamiento al narcisismo provocando una gran violencia interna que la expandimos al ex cónyuge.

La metáfora, así, nos invita a pensar.

I.- ¿Por qué la violencia del 1 de octubre, cuando los civiles iban a votar? ¿Era necesaria? Podían, en ese momento, quitarle valor legal al acto eleccionario. Pero fueron más allá. Cruzaron un límite. Reprimieron, necesitaron encarcelar y golpear a gente indefensa. Eran los golpes con que el odio tomaba nota de que los catalanes, con su expresión democrática y con plena libertad de conciencia, estaban "destruyendo mi concepción de unidad territorial, mi territorio, mi imagen difundida". Lo cual era una alucinación, por cierto, pues lo que el odio denomina "unidad territorial" es irrelevante en la medida en que es una unidad que se asienta en la pura violencia, en tanto que la unidad que verdaderamente importa, que es la espiritual y cultural, esa no ha existido jamás y sustenta el anhelo, perenne y eterno, de independencia y libertad.

II.- El discurso del Rey Felipe VI. Un discurso con el que sólo miró a una parte de la sociedad y no le interesó dejar afuera a gente que supuestamente eran sus súbditos.

III.- Los Guardias Civiles, que al ir a Catalunya cantaban: “a por ellos…”, dando por descontado que ya no son parte de un todo. No son parte de ese cuerpo social. Son los enemigos de mi imaginario colectivo.

IV.- Un juicio a los políticos independentistas donde no se comprobó que hubiera violencia o malversación de fondos. Igualmente fueron presos.

V.- Un comisario Villarejo, hoy preso, que inventaba pruebas para dañar a independentistas.

VI.- Dicho comisario con la amante del rey, lo cual es otra prueba, por si faltaba alguna, de cuál es la catadura moral del "emérito", nada ajeno, por cierto, a estos enjuagues.

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Lo del padre del rey de España oscila entre lo patético, lo vergonzoso y lo delictivo. Si ocurriera entre los pobres sería noticia policial. Por caso, un padre en el conurbano bonaerense, que tiene historia de infidelidades constantes con su esposa, que la plata la gana de una manera no legal, que hace mucho tiempo no vive con su familia y que decide cazar animales que están prohibidos. Los trabajadores sociales se acercarían a esa familia como a una familia disfuncional.

Y si le agregamos que ese “Pater Familiae”, condecoró -como Jefe del Estado español- a 54 genocidas argentinos e hizo grandes negocios con criminales de similar ralea, ¿cómo llamaríamos a esto?

Los grandes partidos del Estado español, el PP y el PSOE, no dudan en ningún instante en defender a ese Pater Familiae en nombre de la defensa de la Constitución, y vemos como arrastan a Unidas Podemos a callar o a decir: “los trapos sucios se lavan en casa”. Claramente mantengamos el imaginario.

Hay verdades que el siglo XXI viene gritando a voz en cuello y en estentóreo diapasón: el ciudadano reclama una vida más digna, más transparencia con los dineros de sus impuestos, el cuidado de la educación, y la salud pública. Seguir sosteniendo un imaginario que ubica a la "figura del rey" en el lugar de la virtud y que alimenta la ilusión de que ello nos hará más completos y, por ello, más felices, es una falacia.

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Claramente el "emérito" sólo miró por sus negocios, y nunca dudó en ser lobista con cualquiera. Lo penoso es que ciertos políticos no se den cuenta de que seguir sosteniendo un imaginario alejado de la realidad será caer en una situación difícil de recomponer.

Todo muestra hoy, en España y en Catalunya, que el régimen del ’78 camina por un desfiladero.

*Presidente Mutual Catalana.