La influencia de la posmodernidad en la educación favorece el surgimiento de la identidad digital académica, es decir el desarrollo de nuestra presencia como investigadores en el ámbito digital. Esto significa socializar el conocimiento, haciéndolo más accesible.
El sociólogo Bauman elige una metáfora para representar los desafíos de los tiempos que nos toca vivir. Explica que vivimos en contextos líquidos, con altas dosis de incertidumbre y faltos de contención externa. Lo líquido tiene la propiedad, entre otras, de filtrarse y adquirir diversas formas, flexibles a los contextos. Esta situación de liquidez podría habilitarnos espacios de mayor libertad y protagonismo, sin necesidad de grandes inversiones. El fortalecer nuestra identidad colaboraría en la búsqueda de un significado para nuestra vida, el dejar una huella, una humana aspiración que ha persistido por siglos.
Por otro lado, es interesante recordar que, desde sus comienzos, Internet fue desarrollada para utilizarse con fines investigativos y que, luego, con el paso del tiempo, ese objetivo fue cambiando. En cuanto se hizo accesible logró ampliar oportunidades. La web ha evolucionado, brindando la posibilidad de establecer diálogos, así como la creación de contenido de manera simple y en múltiples soportes, que en el caso de los académicos implica mayor nivel de responsabilidad, búsqueda de calidad y visibilidad del trabajo.
La identidad digital existe gracias a las TICs. Las tecnologías de la información y la comunicación se encuentran integradas, atravesando las diversas tareas que llevamos a cabo en la esfera personal y profesional. Area y Pessoa establecen que ser alfabeto, en los contextos actuales, implica construir nuestra identidad digital. Lo digital posibilita una actitud de aprendizaje a lo largo de la vida. Por esto, ese ámbito puede ser visto en forma optimista, como un espacio para igualar oportunidades y abrirnos a nuevas opciones, que crean conexiones y futuro.
Es interesante destacar que, para lograr los objetivos de desarrollo sostenible planteados desde la ONU, en especial los relacionados con la educación y el acceso a la información, la identidad digital académica puede ser clave. Esta identidad de quienes investigan, en el espacio digital, implica diferentes aristas, no sólo la creación de perfiles en redes sociales, tanto generalistas como especializadas, sino la acción de compartir con otros nuestros contenidos y el entramado de quienes nos nutren con sus ideas.
Una aproximación rápida podría hacernos creer que esta visibilidad está relacionada con el ego y la arrogancia. Conceptualmente, para comprender el alcance, debemos remontarnos a los valores que deberían sustentarla. El primero y fundamental implica la generosidad, porque en esencia quienes investigamos lo hacemos para mejorar la calidad de vida de las personas que integran la sociedad. Es decir, la consigna sería: tengo algo para aportar, y si me quedo en silencio, la sociedad pierde aprendizajes. El segundo valor se relaciona con seguir aprendiendo, y para esto necesitamos acceder libremente a las investigaciones de otros. El tercero y no menos importante implica la integridad, es decir visibilizar los hallazgos compartiendo no sólo resultados sino explicando el camino transitado, para que otros puedan tomar esos resultados y seguir avanzando.
Hall indica que la labor académica, es decir investigar o enseñar, se está transformando en un commodity, con gran foco en indicadores numéricos, dejando de lado la calidad y el disfrute por la generación y difusión del conocimiento.
Me gustaría compartir algunas recomendaciones para una gestión exitosa de la identidad digital académica. Darnos de alta en ORCID (que es una organización sin fines de lucro que nos otorga un código alfanumérico único de identificación). El siguiente paso es ir buscando ámbitos en los cuales se encuentre la comunidad con la que nos vinculamos, pertenecemos o donde queremos lograr impacto. Con este propósito, el surgimiento de las redes sociales académicas como Reserchgate o Academia.edu son un buen lugar para comenzar. Sin dudas, gestionar nuestra presencia implica tiempo y esfuerzo hasta que desarrollamos el hábito.
Entonces, ¿por qué crear un perfil como investigador puede ser una buena idea? Porque podremos dar a conocer nuestra actividad investigativa, haciendo accesibles los conocimientos creados y contribuyendo así al aprendizaje para más personas.
(*) docente de la Escuela de Hotelería y Turismo de la Universidad de Belgrano