En el año 1949, el escritor Joseph Campbell publicó el libro El héroe de las mil caras. Allí habló del monomito o del viaje del héroe: había patrones que compartían los protagonistas arquetípicos que se caracterizaban por atravesar obstáculos y salir airosos. Así como unos años antes Propp había enumerado las características de los cuentos (en su texto Morfología del cuento), Campbell armó una especie de esquema con formato de reloj. Un camino circular en el que se pueden distinguir diferentes etapas. El héroe, que al comienzo de la historia no lo es, avanza para finalizar la trama convertido en el más grande de todos. Un poco como Messi, ¿no? ¿Lo vemos?
Hay ciertas variantes, que son propias de cada situación, pero el héroe parte siempre de su mundo conocido, ese que le da confort. Desde allí es que recibe el llamado a la aventura; en este caso, pensemos en Qatar, no geográficamente sino en lo que representó a lo largo de este mes (in)tenso: la sede de la Copa del Mundo. Messi encaró junto a su banda con la cinta del Capitán en el brazo, marcando dentro y fuera de la cancha los pasos a seguir.
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Una vez vencido el primer miedo –ni vale la pena nombrarlo: Messi no lo tuvo-, se acepta el inicio del viaje de la mano del mentor. ¿Qué otro sino el Gran Lionel Scaloni, el DT Campeón que nos dejó festejar a todos los sub-36 una Copa del Mundo por primera vez en nuestras vidas? Y así sí, entonces, de lleno al mundo desconocido. Allí es que comenzará la aventura, sin las comodidades del contexto habitual. Hay una salvedad: Messi, claramente, no llegó como desconocido. Y una pizca de épica encima creo que había logrado. Pero, exitistas como somos, faltaba todavía la cereza del postre, ¿verdad? Ahora sí tenemos el pleno.
Ya en el mundo extraordinario, explica Campbell que comienzan las hazañas. Estos son los obstáculos, que al principio son leves, pero le cuestan al protagonista (lo bueno es que a esta altura ni nos acordamos del partido inicial con Arabia Saudita); para finalmente entender el juego e ir buscando desafíos mayores. Así llega la gran hazaña: es el enfrentamiento final, la prueba más difícil de todas. Creo que la podemos llamar Francia en este caso.
Una pequeña PD anticipada con guiño argento, de la mano de Oesterheld: el héroe arquetípico recibe algo de ayuda, pero labura solo. Messi logró darle una vuelta de tuerca a este monomito y es, un poco, un héroe colectivo. Que se sabe parte de un equipo, de un grupo que lo sostiene y lo apoya. El triunfo es de todos. La gran hazaña la lograron los 26, incluso aquellos arqueros que no tuvieron minutos de cancha, porque la fortaleza se construyó en bloque. Y el mentor de Messi, Scaloni, también supo acompañarse por un cuerpo técnico excelente.
Después de ese 3-3 injusto, que no refleja lo que fue el juego, vinieron los penales. Sufrimiento de por medio, algunos ojos cerrados y refuerzos de cábala que se ajustaron a las pantallas de todo el país para poder gritar, juntos, “campeones”. Así se llega –así se llegó- a la transformación del héroe. Si algo le faltaba a Messi era darle el beso a la Copa del Mundo, la imagen más anhelada por un pueblo entero.
¿Cómo termina el periplo heroico? Con la vuelta al mundo conocido. ¿Había otra manera de culminar la celebración que no fuera desbordando las calles argentinas? ¿Era posible que el plantel campeón no pasara a saludar –así sea desde el cielo en helicópteros- al pueblo expectante y feliz? Claramente no. El homo argentinus es pasional: nos corre sangre por las venas. Bienvenidos, campeones, y festejemos todos juntos.
La vuelta del héroe a su mundo ordinario se hace con el elixir. Por supuesto, ese trofeo que ansiábamos tanto, que por más de tres décadas se deseó con fuerza y esperanza. El premio lo consigue el héroe, sí, pero lo ofrece y lo comparte con su pueblo, con todos aquellos que lo veneran y lo eligen como la persona que tiene que ir a la cabeza, la guía, el norte.
Gracias, campeones, por hacernos parte de un triunfo tan grande.