OPINIóN
Crisis sobre crisis

Necesitamos con urgencia un horizonte estratégico

Debemos acoplarnos a un mundo posindustrial con la determinación política, inteligencia y estabilidad de objetivos que el país no tuvo en el último medio siglo.

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Cierre. El brutal impacto de la pandemia, y las crisis anteriores, sólo podrá ser superado con amplios consensos. | nestor grassi

“Lo que se pierde en subida no se recupera en la bajada”. El respaldo de cinco títulos mundiales de Fórmula 1 del Chueco Fangio resalta el valor del adagio. Nuestro país hoy lo está experimentando, con sangre. 

El manual de casi todos los economistas, salvo el de algún que otro terraplanista, dice que en un contexto de depresión económica como el originado a escala mundial por el coronavirus, el margen de maniobra para la mano visible y la iniciativa urgente del Estado es prácticamente ilimitado. En particular, para la expansión del gasto público. A la cabeza están Alemania, Francia y Estados Unidos con paquetes de estímulo que representan, en orden decreciente, desde un 20% a un 10% del PBI. Nosotros miramos este espectáculo con la ñata contra el vidrio. Sin perjuicio de la magnitud económica que oscila alrededor de un lejano 3% del PBI, muchos compatriotas experimentaron la debilidad de nuestras arcas estatales recibiendo solo tres ingresos de emergencia de $ 10 mil. En la Argentina del presente, apenas un chango de supermercado, ¡sin abusar con las marcas, eh! 

Historia. Esto no debería martirizarnos. Algunas grandes potencias occidentales también vivieron esta situación en el pasado. La depresión económica causada por la crisis financiera de 1929 sorprendió a una Alemania devastada tras la Primera Guerra Mundial. Llovido sobre mojado. Fue el clima ideal para que se incubara el huevo de la serpiente, in memoriam Ingmar Bergman. Crisis sobre crisis. 

De algún modo, Argentina experimentó ese proceso destructor en 2001. No debe repetirse algo similar. Preservar la integración social es una misión primordial del liderazgo político. Más aún, según una encuesta reciente de Zuban Córdoba, el 70% de los argentinos creen que el Estado debe actuar para solucionar los problemas económicos y sociales. No podemos caer en facilismos promovidos desde algunas usinas de mal llamado liberalismo, pero tampoco pasar por alto que no están a nuestro alcance las recetas expansivas clásicas aplicadas por algunos países. En especial, Estados Unidos abordó la salida de la depresión ocasionada por aquella primera gran crisis financiera del siglo XX, a través de una batería de poderosas iniciativas estatales englobadas bajo la bandera del “New Deal”. Para muestra sobra el magnífico hito de la Autoridad del Valle del Tennessee. Ese tipo de políticas resulta inescindible de un proceso previo de acumulación de riqueza que, para la gran potencia emergente en aquella época, implicó llegar a la antesala de la crisis del 29 tirando manteca al techo, en el marco de los “locos años 20”. Por el contrario, aun no revistiendo la gravedad de la debacle alemana de entreguerras, Argentina entró a la catástrofe del Covid-19 con una parálisis económica de una década, pero dentro de una saga negativa de largo plazo aún peor, es decir, un estancamiento del ingreso per cápita desde mediados de la década del 70 que exige, a los gritos, la definición de un nuevo modelo de acumulación económica. 

En términos comparativos, Argentina requiere un Estado activo como el emergente de la crisis de 1929 pero, en simultáneo, encarando en caliente un proceso de reformas profundas como el disparado por la crisis petrolera de 1973, instancia donde muchos países avanzaron en la revisión del agotado esquema de intervención estatal de la posguerra mediante reformas impositivas y la revisión de viejas regulaciones.

Acumulación. Lo que perdimos en la subida, no lo recuperaremos en la bajada. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, in honorem “Nano” Serrat. Desequilibrios macro, inflación proyectada de 50%, crédito externo bloqueado, escasez de reservas, FMI no sabe no contesta. Argentina tiene un combo de comorbilidades que, cualquiera sea la preferencia ideológica del gobierno de turno, nos aleja del manual de soluciones convencionales. 

El ministro Guzmán y el presidente del Banco Central Pesce lo saben de primera mano. Enfrentaron la crisis sobre crisis generada por el coronavirus sin otra herramienta que “la maquinita”. En ese contexto, la montaña de 2 billones de pesos emitida presionó sobre el tipo de cambio a la par de la inflación. Convivir con esta última, ya se convirtió en un vicio crónico nacional, pero contra la inestabilidad cambiaria no hay antídoto conocido. Rumores instantáneos de caída del gobierno. Alguna sensibilidad económica nos queda aún. Pero con eso no nos alcanza. Es tiempo de poner en primer plano el principal desafío argentino actual: el crecimiento.

En particular, como sustentarlo. Si hay una experiencia que hermana a toda la clase política argentina, sin grieta de ninguna especie, es el naufragio de todos los programas económicos ante el fin de los dólares, agudo en el final de la administración Alfonsín, explosivo en el cierre de la convertibilidad menemista versión De la Rúa, encepado en el ocaso del segundo mandato de Cristina, con rostro de FMI para la administración Macri, con bautismo de fuego ante los bonistas para Les Fernández. 

Salvo las dos ventanas de fuerte entrada de divisas, vía privatizaciones 1991-1994 o mediante apreciación de las commodities 2003-2007, la economía argentina chapoteó en el barro de la escasez de divisas durante casi toda la experiencia democrática. El famoso adagio de Plata Dulce, “con una buena cosecha nos salvamos todos”, in memoriam Fernando Ayala, no funcionó. En todo caso, a uno de los vértices imprescindibles del cuadrilátero del crecimiento argentino, los recursos naturales, le faltaron los otros tres, el conocimiento, la innovación y la tecnología aplicada en un conjunto de sectores productivos innovadores e integrados al mundo. En definitiva, aquellos factores que determinaron que Corea del Sur estuviera parada en 1975 en el mismo escalón de Argentina en términos de ingreso per cápita y hoy lo triplique. 

A quien considera impropia la comparación por la diferente abundancia de recursos naturales y población, pues vale la contraposición versus Finlandia. En aquel mismo punto de partida, con un ingreso per cápita que triplicaba al de nuestro país, pero que en el presente va rumbo a quintuplicarlo. Ídem Australia y Canadá. Contra cualquier patrón de medida, el tono de la escena nacional es tan oscuro como aquel de muchas pinturas inmortales de El Greco. Nuestro país perdió el tren del futuro a mediados de los 70. En términos de desarrollo económico, hoy estamos conectados a la época de las películas de Sandro y la coupé Chevy Serie 2, un mundo distante del actual configurado por una creciente rivalidad entre dos grandes polos de poder, Estados Unidos y China, uno consolidado y el otro en ascenso, que no pujan alrededor de la organización económica capitalista sino del modelo político y el liderazgo científico/tecnológico en un mundo post industrial al que deberá acoplarse Argentina con toda la inteligencia, determinación política y estabilidad de objetivos que no tuvo en el último medio siglo.

 

*Politólogo. Autor de Estados Unidos versus China, Argentina en la nueva guerra fría tecnológica. | Twitter: @DanielMontoya_