OPINIóN
Internacional

Coronavirus: Bolsonaro se sube a la cornisa

En vez de impulsar medidas de contención, el presidente brasileño ha preferido subestimar la pandemia.

Jair Bolsonaro
Jair Bolsonaro | EVARISTO SA / AFP

En vez de extremar los cuidados e impulsar medidas de contención de la pandemia, el presidente brasileño ha preferido subestimar la crisis apuntando contra la “histeria” y la “fantasía” alimentadas por los “grandes medios de comunicación”. Además, el presidente denunció que “hay intereses económicos” detrás y quebró todo sentido de la responsabilidad al convocar a manifestaciones en apoyo a su gobierno el domingo pasado. Tampoco se prohibió de acudir a las mismas y estrechar la mano de sus simpatizantes a pesar de que se le recomendó el aislamiento en función de su viaje a Estados Unidos y que más de una docena de integrantes de esa comitiva tienen coronavirus. “muchos se agarrarán eso [el virus], independientemente de las medidas que tomen”, dijo en una entrevista a la CNN y agregó que el brote de la gripe A, en 2009, no tuvo la misma repercusión porque en Brasil gobernaba el PT y en Estados Unidos los Demócratas.

Evidentemente, al tomar esa actitud, el presidente brasileño queda muy expuesto ante lo que pueda suceder con la pandemia en el vasto territorio brasileño poblado por 210 millones de habitantes. El domingo, eran 200 casos de coronavirus, por la noche del martes son 291, entre los cuales dos fallecidos. Por el momento hay pocas medidas del gobierno nacional para contener al virus. Las medidas han apuntado principalmente en los efectos económicos de la crisis. El lunes se anunció una inyección estatal de R$150.000 millones destinados principalmente a los más vulnerables. Se trata más que nada de postergaciones impositivas para empresas y adelantos de ayudas sociales como el Bolsa Familia. La responsabilidad en de la contención del virus ha recaído mayormente en los estados,  municipios e iniciativas del sector privado, sin medidas de contención que abarquen a la totalidad del territorio. Hasta el martes algo más de la mitad de los estados habían suspendido las clases y las fronteras no habían sido cerradas.

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La crisis del coronavirus llegó en un momento en que el bolsonarismo se encuentra radicalizado y reducido. Las manifestaciones del domingo plasmaron la actualidad del movimiento. Un puñado de manifestantes en diversas capitales del país con consignas marcadamente radicales, volcadas contra el Congreso, la Corte Suprema, pidiendo más protagonismo militar y en algunos incluso una reedición del Acto Institucional N°5, por el cual la dictadura militar, en 1968, cerró el Congreso y suspendió derechos civiles y políticos.

El aislamiento que Bolsonaro no realizó luego de regresar de Estados Unidos y habiendo varios de los integrantes de la comitiva oficial infectados, sirvió para agravar el aislamiento que sí realiza: el aislamiento político. El lunes (16), Janaina Paschoal, una de las caras más visibles del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff y ex aliada de Bolsonaro pidió la renuncia del presidente. “No tenemos tiempo para un impeachment”. “Brasil está en guerra contra un enemigo invisible”, lanzó la ex referente del bolsonarismo. Miguel Reale, uno de los autores del pedido de impeachment contra Dilma y ex ministro de Justicia de Fernando Henrique Cardoso, declaró que el Ministerio Público debería pedir que se someta a Bolsonaro a una junta médica para evaluar una posible insanidad mental. El martes (17) se presentó el primer pedido de impeachment contra Jair Bolsonaro, de la mano de Leandro Grass, del partido Rede Sustentabilidad, de Marina Silva. Otro pedido de impeachment está en carpeta del ex-bolsonarista Alexandre Frota. Se trata de jugadas más apuntadas a producir visibilidad que a tener viabilidad. Aunque la negación de la pandemia por parte de Bolsonaro viene generando fuerte rechazo tanto de la política como de los ciudadanos y le puede dar más aire a los pedidos de impeachment.

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El aislamiento político del gobierno ya había quedado muy en evidencia en el inicio de un año que es electoral. A la fuerte confrontación con el Congreso, Bolsonaro la elude recurriendo al amplio consenso en la agenda de reformas económicas (de allí que fue viable la Reforma Previsional). Para la agenda conservadora, aquella en torno a valores, se las arregla desde los recursos propios del Ejecutivo, prescindiendo del Congreso. Enemistado con los principales gobernadores del país, a excepción de Romeu Zema, de Minas Gerais y unas elecciones municipales en octubre que se avizoran malas para el gobierno, el de Bolsonaro es un presidencialismo debilitado que incluso pierde prerrogativas ante el Congreso.

El Ministerio Público debería pedir que se someta a Bolsonaro a una junta médica para evaluar una posible insanidad mental.

 

Es posible que Jair Bolsonaro de marcha atrás una vez más. Su gobierno está signado por las marchas atrás, desde la primer semana. En este caso sería volver “a colocarse el barbijo”, como en la transmisión vía Facebook Live de la semana pasada en la que se mostró prudente ante la crisis, con un envase de alcohol en gel sobre la mesa y recomendando no ir a las manifestaciones del domingo a las que luego él mismo asistió. La del presidente que anuncia algo, tantea el terreno y luego retrocede si hay mucha oposición, ha sido una táctica permanente. Pero ante un abuso de esa táctica, no hay más margen para que las marchas atrás de Bolsonaro sean creíbles o le permitan recomponer una imagen cada vez más desgastada. Subestimar la crisis del coronavirus ha sido el colmo. Por la noche de este martes hubo cacerolazos importantes en San Pablo, Río de Janeiro y Brasilia. No fue la primera vez. En oportunidad de los incendios en el Amazonas, allá por agosto de 2019 y también ante una actitud negacionista del presidente, hubo algunos cacerolazos significativos. Para este miércoles 18 hay otra convocatoria a manifestarse desde los balcones y ventanas, cumpliendo el distanciamiento social, para pedir por el Fuera Bolsonaro. Si desde Italia salen para el mundo las emotivas imágenes de la gente cantando desde los balcones para enfrentar el aislamiento, Brasil posiblemente ofrezca las imágenes de las protestas contra el presidente que niega la gravedad de la pandemia.

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A pesar del crecimiento ínfimo del 1,1% en 2019, el equipo económico del gobierno insiste en avanzar con las reformas económicas como única solución y en mantener una rígida disciplina fiscal, de la cual el techo de gastos introducido en la Constitución en 2016 es un elemento central. El mismo no permite incrementar el gasto del Estado, tan sólo ajustarlo según la inflación, y de allí que este no pueda ser el motor de la reactivación económica. Un modelo antagónico al keynesiano. Luego del crecimiento escuálido de 2019, la conveniencia del techo de gastos vuelve a estar sobre la mesa. Rodrigo Maia, presidente de Diputados, afirmó la semana pasada que es necesario revisar el techo de gastos y seguramente otras voces comiencen a escucharse en la misma dirección. Las nuevas circunstancias van a requerir mayor protagonismo del Estado. Hay que ver qué sucede con el ultra liberal Paulo Guedes, el ministro de Economía, si se comienza a caer el techo de gastos. 

 

¿Qué esperar en términos de estabilidad política?

El gobierno de Jair Bolsonaro navega en el mar de la inestabilidad política y así seguirá. No ha sabido solucionar ni siquiera las crisis que él mismo ha generado, menos capacidad de respuesta tendrá cuando la crisis, como la que se avecina, lo venga a buscar a él. En una crisis que es global y que parece una batalla contra leones, incluso para los gobiernos de países desarrollados y los jefes de gobierno con mayores recursos de gobernabilidad, Bolsonaro inició su turno poniendo en bandeja su propia cabeza al negar la gravedad del nuevo virus.

Ahora bien, antes de pensar en renuncia o juicio político es más dable pensar que Jair Bolsonaro se recostará aún más en el poder militar. Inclusive porque lo que Brasil anhela es un mínimo de certidumbre política. El juicio político es un proceso largo y la salida de Dilma se produjo recién hace cuatro años. Promover la salida del presidente tiene su costo para todos. Es cierto, también, que los militares temen el desgaste que les pueda producir la administración de Bolsonaro, sea por los resultados económicos, sea por la radicalidad del presidente.

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Al negar la gravedad del problema y sumarse a las teorías conspirativas ante un problema que preocupa sobremanera a casi todos, Bolsonaro se arriesga a perder buena parte del apoyo de la ciudadanía, apoyo que hoy ronda el 30%. Sólo y sin que lo empujen, Bolsonaro se subió a la cornisa de la gobernabilidad. Por las dudas, hay que ir aprendiendo lo básico: tiene 66 años, es general de la reserva del Ejército, su nombre se escribe Hamilton pero se pronuncia “Amilton”, su apellido es Mourão y es el vicepresidente de la República.