OPINIóN
Una vieja pregunta

¿Por qué no hay socialismo en América Latina?

En varios momentos, diferentes autores se interrogaron acerca de la debilidad del movimiento obrero socialista en América Latina. Algunos de ellos retomaron la famosa pregunta de Werner Sombart para Estados Unidos para reflexionar sobre la estructura social, los sistemas de partidos y las identidades de clase y explicar la debilidad de la socialdemocracia. En el caso argentino, esta pregunta acompañó la historia del siglo XX.

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Desarrollo. En el arranque del siglo XX, el socialismo experimentó, especialmente a partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña, aprobada en 1912, que amplió la participación electoral, un importante proceso de expansión. | cedoc

A comienzos de la década de 1980, el intelectual argentino exiliado en México José Aricó dedicaba su libro más ambicioso a explicar el desencuentro entre el marxismo y América Latina. Luego de descartar que la razón se hallara en el europeísmo de la mirada de Karl Marx, argumentaba que el movimiento socialista no había alcanzado a comprender”la singularidad latinoamericana ( ) el carácter estatal de sus formaciones nacionales”. 

Este artículo no busca profundizar en la respuesta de Aricó, sino señalar algunos mojones para una historia de la pregunta por las causas del desencuentro entre el socialismo y América Latina. Se trata de una vieja pregunta y de un largo recorrido, por ello solo nos detendremos en algunas de las reflexiones sobre el caso argentino.

América. Antes de abordar las miradas en Argentina, consideramos necesario presentar la primera formulación de la pregunta por la ausencia del socialismo en América, ya que en ella se plantearon algunos argumentos que reaparecerían en los debates posteriores.

En 1904 el sociólogo alemán Werner Sombart visitó la Exposición Universal que tuvo lugar en Saint Louis, Missouri. Al año siguiente vertió sus reflexiones en el famoso libro ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?, publicado inicialmente bajo la forma de una serie de artículos que aparecieron en Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, revista que Sombart codirigía junto a Max Weber y Edgar Jaffé.

Como señala Jerome Karabel en el epílogo que cierra la bella edición en español de Capitán Swing, la pregunta que plantea el título, que “presupone que la política es el producto directo de procesos en la subestructura de la realidad, revela una deuda considerable con el marxismo evolucionista”. Pero la respuesta involucra una mayor complejidad: luego de descartar que la debilidad del socialismo estadounidense se explicará por motivos raciales, Sombart señalaba causas "políticas”, “económicas” y “sociales”.

A fines de los años 50 el socialismo rompió con el legado ideológico del liberalismo 

En primer lugar, daba cuenta del monopolio que mantenían los partidos Demócrata y Republicano, del peso del patronazgo político en el empleo público, de la potencia del culto a la Constitución y de la vitalidad del “discurso democrático”.

En segundo lugar, el estudioso alemán realizaba un pormenorizado análisis de precios y salarios, que buscaba probar la gran superioridad de las condiciones de vida de los trabajadores estadounidenses respecto de los europeos.

Finalmente, y luego de distinguir las causas "económicas” de las “sociales”, sostenía que la "posición social” que ocupaba el proletariado en EEUU lo alejaba de la adhesión al socialismo. Afirmaba: “La libertad y la igualdad no solo en el sentido político formal, sino también en el sentido social y material, no son para él unos conceptos vacíos, unos sueños fantasiosos como pueden serlo para el proletariado europeo, sino que son en gran parte realidad”.

Sombart destacaba el trato de igual a igual que recibía el trabajador y lo asociaba con la ausencia de orgullo aristocrático y de casta. Pero, por sobre todas las cosas, subrayaba que el resto de los factores no alcanzaría a explicar la debilidad del socialismo si la sociedad no tuviera una válvula de escape, la que representa “un hogar libre en el Oeste deshabitado”.

Sombart no daba tanta importancia a determinar el número de colonos “que se sustrajo a la relación colonial capitalista huyendo al Oeste”, sino que subrayaba que “la mera posibilidad de poder convertirse en todo momento en granjero” daba al trabajador estadounidense un sentimiento de seguridad del que carecía el europeo. 

La importancia que Sombart asignaba a la existencia de territorios libres y a la posibilidad que ella abría a la movilidad social conectaba su texto con otra interrogación, solo pocos años posterior, respecto a las posibilidades y límites de otro socialismo “americano”. Es la que planteaba Enrico Ferri, célebre criminólogo positivista e importante líder del Partido Socialista Italiano, respecto de las posibilidades del Partido Socialista (PS) argentino. 

Ferri visitó Argentina entre julio y octubre de 1908. Los socialistas saludaron su visita, y su periódico, La Vanguardia, reseñó cada una de las conferencias que el italiano fue dictando en diversos puntos del país. Al final de su gira, Ferri dio una conferencia en el teatro Victoria de Buenos Aires, dedicada al socialismo en Argentina y destinada a los militantes socialistas.

Se esperaba un discurso laudatorio, por lo que fue muy grande la sorpresa cuando expresó su posición. El PS, declaró Ferri, no surgía de la realidad del país, sino que era importado de Europa por los inmigrantes. Planteó, a continuación, que Argentina se encontraba en la “fase agropecuaria” y no en la industrialista en la que se hallaba la Inglaterra que había estudiado Marx, y agregó que el proletariado era un producto de la máquina a vapor, y solo con él nace el partido socialista, que es la fase evolutiva del primitivo partido obrero.

Al no existir industria, sostenía Ferri con un fuerte determinismo, no podía existir proletariado, y sin este no podía haber un partido socialista. El que aquí se tenía por tal, sostuvo ante la indignación de la mayor parte de los oyentes, era un “partido obrero” en su programa económico y un “partido radical” en su programa político, ya que la Unión Cívica Radical (ucr) no cumplía esa función. 

El líder socialista Juan B. Justo le respondió a Ferri apelando a las consideraciones de Marx acerca de la”teoría de la colonización capitalista”, la que, al plantear una “acaparación monopólica de la tierra” por parte de la clase terrateniente, fundaba la existencia del proletariado y, con él, sentaba las bases para la existencia del partido socialista.

La pregunta por las razones de la debilidad del movimiento socialista no se plantearía en los años que siguieron a la intervención de Ferri. Ello se explica, en parte, porque en ese momento el socialismo argentino experimentó, especialmente a partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña (1912), que amplió la participación electoral, un importante proceso de expansión.

También porque los altibajos posteriores (estancamiento y luego retroceso en los años 20, crecimiento a comienzos de los 30, nuevo retroceso en la segunda mitad de esa década) fueron salvados a través de la adopción de un discurso educativo, que presentaba los obstáculos como etapas de un lento proceso de aprendizaje.

Incluso el retroceso que experimentó el PS ante el peronismo suscitó menos un cuestionamiento de las limitaciones del socialismo que una indagación general acerca de los límites del conjunto de las fuerzas políticas tradicionales y de las razones del triunfo y la consolidación del nuevo movimiento.

Argentina. Fue hacia fines de la década de 1950, al producirse una profunda reorientación en buena parte de la izquierda argentina (que implicó la ruptura con el legado ideológico del liberalismo y la búsqueda de una fusión entre nacionalismo y socialismo) cuando la pregunta por las razones del “fracaso” del socialismo en Argentina volvió a plantearse.

Desde la autoproclamada “izquierda nacional”, Jorge Abelardo Ramos lo relacionó con su carácter de “socialismo de médico o de boticario, un socialismo en el que se votaba por correspondencia para no molestar a los afiliados”. Más crasa y violentamente, Jorge Enea Spilimbergo asoció los límites del socialismo argentino con su carácter “cipayo” (adjetivo aplicado a quien actúa en favor de intereses extranjeros e imperialistas). 

Para esa misma época, el viejo PS se dividió entre el Democrático y el Argentino

 

El filósofo político posmarxista Ernesto Laclau, quien había militado en las filas de la “izquierda nacional”, plantearía años después un análisis más complejo que, sin embargo, retomaba algunos de los argumentos de esta corriente.

En uno de sus primeros trabajos, sostuvo que la renta diferencial, resultado de la fertilidad de las tierras pampeanas y de la inserción de Argentina en el sistema capitalista mundial de fines del siglo xix, había permitido que el país tuviera un ingreso per cápita sin relación con su esfuerzo productivo.

Agregaba que, merced a esa renta, la burguesía terrateniente había podido contar con riquezas que le permitieron organizar en el país actividades para su servicio, las que a su vez crearon en las ciudades fuentes de trabajo que dieron origen a clases medias y obreros artesanales sin equivalente en América Latina.

Estos sectores, cuyos ingresos estaban ligados al ciclo expansivo de la renta, solo se propusieron redistribuirla y no cuestionaron la orientación agropecuaria del país. Fue por ello, señaló Laclau (en un trabajo posterior que, a pesar de su mayor sofisticación, mantiene la lectura historiográfica de la “izquierda nacional”), que las dirigencias obreras no se esforzaron por articular las demandas de otros sectores sociales y estructurar un discurso popular democrático.

En línea con los planteos de Adolf Sturmthal, Laclau sostuvo que la debilidad del socialismo argentino se asoció a su incapacidad para separar las interpelaciones populares del discurso liberal burgués, al que solo le agregó la presión por los intereses corporativos del pequeño núcleo obrero de origen inmigratorio situado en las ciudades del litoral del país.

Pero las voces críticas no se hallaban solo fuera del PS sino también en las propias filas, en particular en los sectores juveniles que se enfrentaban con el núcleo dirigente encabezado por Nicolás Repetto y Américo Ghioldi.

A fines de la década de 1950, el viejo PS se fracturó entre el Partido Socialista Democrático, controlado por el ”ghioldismo”, que giró cada vez más hacia el liberalismo, y el Partido Socialista Argentino, que, con una importante presencia juvenil, levantó las banderas antiimperialistas y propondría cierto acercamiento a las masas peronistas.

En Situación, revista de ese grupo juvenil, Pablo Giussani trazó una dura lectura de la historia del socialismo argentino. El punto de partida fue la distinción entre el contenido aparente de la "revolución del 55” que derrocó a Juan D. Perón, la supuesta restauración de la democracia después de la “dictadura peronista”, de su sentido real, la "restauración oligárquica”.

El joven socialista lamentó que el PS se hubiera visto atrapado por lo aparente y terminara apoyando en nombre de la democracia un régimen que debía cuestionar en nombre del socialismo.

Para Giussani, el PS no nació por necesidades nacionales, sino de los inmigrantes

Pero, y esto es lo más importante, Giussani no creía que se tratara de un desvío momentáneo en la historia del partido, ni que los problemas hubieran concluido con la separación de Ghioldi. Por el contrario, consideraba que el ”ghioldismo” era la conclusión lógica de la deriva de un partido que había vivido 60 años sin preocuparse por actuar.

Con palabras que recordaban a las de Ferri, afirmó que el PS no había nacido de las condiciones nacionales, sino de las necesidades de los inmigrantes. Explicaba que, entre adaptarse a la situación nacional, acercándose a conservadores o radicales, y encerrarse en el mundo ideal, el socialismo había optado por esto último, viviendo en el terreno de las ideas.

Era esta tendencia la que había llegado al extremo con Ghioldi, quien, lamentaba Giussani, había reducido la historia a un combate entre ideas abstractas como “la libertad” contra”el totalitarismo”.

También en Situación, otro joven socialista, Torcuato Di Tella, subrayaba el carácter importado del socialismo y explicaba que este no derivaba de la mentalidad de Justo y sus colaboradores, sino de las condiciones de formación de la clase obrera argentina. El sociólogo destacaba la importancia que habían tenido los inmigrantes en una clase obrera que no se veía como lo más bajo de la pirámide social sino como “la parte ‘esclarecida’, educada, fuertemente separada del resto, dentro del total de los trabajadores”.

Di Tella se alejaba de Giussani, ya que no colocaba en el centro de su argumento la vinculación del socialismo con el radicalismo de Hipólito Yrigoyen (una fuerza reformista apoyada por las clases medias emergentes), sino el lazo con el anarquismo.

El sociólogo señalaba que este movimiento más primitivo que el socialista era al mismo tiempo más masivo y, planteando una analogía con la situación de su tiempo respecto a las masas peronistas, reprochaba a los socialistas no haber sabido colocarse en una posición más cercana para ir dialogando con ellos y conduciéndolos.

Balances. Luego de la derrota de la apuesta revolucionaria de los años 60 y 70 de buena parte de la izquierda argentina y latinoamericana, llegaría la hora de los balances. Di Tella, que nunca había compartido esa apuesta, sostendría que la crisis de ambas debía llevar a la recuperación de la herencia del socialismo argentino encabezado por Juan B. Justo y, en términos más amplios, de la tradición socialdemócrata.

Pero la reevaluación de la tradición del socialismo argentino tendría como principales exponentes a José Aricó y Juan Carlos Portantiero, dos intelectuales que sí habían adoptado posiciones revolucionarias y que, a partir de la experiencia de su exilio en México, revalorizarían el vínculo entre socialismo y democracia. 

Lo mismo que en el caso de Di Tella, el rescate que Aricó planteaba respecto de la tradición del socialismo argentino no obturaba el simultáneo reconocimiento de la difícil relación que ese socialismo había mantenido con el mundo popular.

En La hipótesis de Justo, y retomando los argumentos de Marx y América Latina, Aricó señalaba que por intentar dar expresión política a una clase instalada en un terreno “no nacional”, los socialistas latinoamericanos habían tendido a sobredimensionar los elementos modernos de sus sociedades (proletariado, burguesía industrial) y a descalificar a otros como las masas rurales, restando importancia a la cuestión agraria.

Pero, subraya Aricó, ni Juan B. Justo ni José Carlos Mariátegui eran pasibles de esa crítica ya que, más allá de sus enormes diferencias, tanto el argentino como el peruano ponían como clave de la construcción del socialismo el problema de la tierra.

Frente a un socialismo que era sinónimo de Europa, ellos recuperaban los textos marxianos que permitían poner en duda el camino europeo. Aricó celebraba el esfuerzo de Justo por dejar de lado el dilema entre ser una oposición global o integrada a la vida nacional para potenciar “los avances organizativos y políticos de la clase en la sociedad civil y su capacidad de control del Estado”, pero subrayaba su límite: no plantearse el problema de la conquista del poder.

Ante la ausencia de una perspectiva de poder y de un proyecto hegemónico, la autonomía de la clase obrera había devenido aislamiento corporativo.

Aricó señalaba que el modo en que Justo asociaba desarrollo económico y proceso democratizador, su ”feroz repulsión ante el desorden y la desobediencia” y su rechazo del autoritarismo, la corrupción y el militarismo de la ”política criolla” lo habrían conducido a “privilegiar exageradamente el papel del partido obrero como racionalizador de la insubordinación social”.

Por otra parte, el “institucionalismo” de Justo no le habría permitido ver el papel que cumplían el radicalismo y el anarquismo. Estos no eran vistos como “interlocutores contradictorios de este movimiento real de la clase”, sino como supervivencias culturales de un pasado destinado a desaparecer.

El socialismo optó por vivir en el mundo de las ideas, sin adaptarse a la situación nacional

Adoptando un modelo de correspondencia entre modernización capitalista y socialismo, Justo no habría visto que no era el atraso, sino la modernidad capitalista, la que explicaba la morfología concreta de la formación de las clases populares.

Así, Aricó encontraba el límite último de la hipótesis de Justo en un sobredimensionamiento del”grado de homogeneidad capitalista de la formación social argentina y la virginidad política de las clases populares”.

Ello habría llevado a que Justo simplificara la lucha de clases, considerando que si la modernidad de la sociedad argentina no había derivado en la adopción de posiciones socialistas por parte de los trabajadores, ello representaba un simple problema de atraso cultural, que podía ser superado con una constante labor de educación socialista. 

En 1999 también se publicó "Juan B. Justo. Un fundador de la Argentina moderna", libro en el que Portantiero discutía el papel cumplido por el PS en la formación de la nación moderna y destacaba que, hasta el advenimiento del peronismo, los socialistas argentinos habían tenido un éxito inédito entre los socialistas latinoamericanos.

Sin embargo, no dejaba de subrayar los elementos que habían bloqueado un crecimiento mayor del ps. El partido, afirmaba Portantiero, no había podido crecer en el interior del país y tampoco establecer alianzas con otras fuerzas.

El sociólogo lamentaba que “la discordia entre las culturas políticas de radicales y socialistas marcará un punto de quiebre profundo en la historia de las fuerzas populares argentinas”; sin embargo, separándose de la demonización de los socialistas planteada por la “izquierda nacional”, recordaba que las causas de tal “discordia” se hallaban en ambas fuerzas.

La UCR, al ver los triunfos socialistas como el resultado de una “siniestra conjuración” del régimen conservador, había planteado un discurso nacionalista que acusaba al ps de ser una “secta” que buscaba pervertir el “alma nacional”.

Por su parte, el PS había quedado preso de una ideología de la transparencia, que llevaba a ver al radicalismo como una fuerza más de “la 'política criolla', es decir de esas formas personalistas que volvían opacas las verdaderas luchas de intereses”.

Los límites de la mirada de Justo, escribe Portantiero, surgían de “una concepción racionalista de la política, manifestada en la dificultad para comprender la constitución compleja de las fuerzas sociales en actores históricos (proceso en el cual los elementos simbólicos tienen tanta importancia como los desnudamente económicos)”.

Estos tiempos. En los últimos años, algunos autores han vuelto a plantear, ahora desde el ámbito académico, la pregunta por las razones de la debilidad del movimiento socialista en Argentina. Más allá de importantes diferencias, estos enfoques comparten que las posiciones doctrinarias de la dirigencia socialista son un elemento de segundo orden y subrayan la importancia de factores estructurales. 

En 2009, Juan Carlos Torre publicó un artículo en el que, retomando la pregunta de Sombart acerca de la ausencia de un movimiento socialista en eeuu, indagaba las causas de la debilidad del socialismo argentino.

Su razonamiento se apoyaba menos en la asociación entre el bienestar económico y la pasividad política de los trabajadores planteada por Sombart que en las hipótesis de Karabel.

Partiendo de los trabajos del alemán, Karabel subrayaba que la temprana incorporación de los trabajadores estadounidenses a la escena política, anterior al desarrollo del capitalismo industrial, los había privado de la experiencia de exclusión política que en Europa había favorecido la conformación de la clase obrera como actor.

Por ello, explicaba el sociólogo estadounidense, al iniciarse los conflictos en el ámbito de la producción, estos operaron de manera disociada de una identidad política ya encarrilada bajo los partidos tradicionales, sobre todo el Demócrata.

Torre sostenía que la experiencia argentina conllevaba una importante similitud: la extensión del derecho al voto a todos los varones nativos era muy anterior a la generalización de la figura del trabajador moderno. Pero también existían diferencias: debido al fraude, esa ampliación del sufragio no había implicado una real apertura del sistema político.

A diferencia del caso europeo, el liderazgo en la lucha por esa ampliación no recayó en partidos socialistas con raíces en el mundo del trabajo sino en la ucr, una fuerza “liberal y popular” que, bajo la bandera de la impugnación de las reglas de juego y la demanda de una efectiva representación democrática, ligaba a disidentes de la elite con sectores de las clases medias y estratos bajos de la población.

Con el tiempo, la ucr adquirió los rasgos de un partido antisistema, lo que le permitió beneficiarse del proceso de ampliación democrática impulsado por el núcleo reformista de la elite en 1912.

A partir de este momento, el PS, que había apostado por una lenta tarea de construcción en espera de la ampliación electoral, debió enfrentar la competencia de un radicalismo capaz de incursionar en las filas de los trabajadores urbanos, a las que los socialistas consideraban su baluarte natural.

Torre cierra su argumento asociando las dificultades del ps con el hecho de que el socialismo no tuvo frente a sí a “trabajadores políticamente vírgenes, sino que debió lidiar con la gravitación de tradiciones y adhesiones forjadas a lo largo del proceso de democratización”.

Para Arico, el socialismo nunca pudo comprender la singularidad de América Latina

 

Más recientemente, Roy Hora ha vuelto a preguntarse por las razones de la escasa inserción de las izquierdas, y no solo del socialismo, en las clases populares argentinas.

Luego de subrayar que la mayor parte de los abordajes sobre el tema centraron su mirada en la oferta de la izquierda, atribuyendo la escasez de ese crecimiento a sus limitaciones intrínsecas, Hora propone privilegiar la demanda, interrogándose por la “disponibilidad” de los sectores populares para vincularse con ella.

Para el historiador, la explicación del escaso peso de las fuerzas de izquierda se halla menos en las características de la izquierda que “en el enorme potencial integrador que el mercado y la sociedad argentina exhibieron en los años dorados del crecimiento exportador”.

Hora no solo presenta datos que sostienen la imagen de una economía que permitía un relativamente alto grado de bienestar y una importante movilidad social, sino que señala el carácter no represivo y aun incluyente de las políticas adoptadas por el Estado argentino.

Fueron esos elementos, concluye, los que alejaron a los trabajadores de las pautas confrontativas características de los movimientos obreros del continente europeo.

Torre y Hora proponen lecturas que colocan menos la explicación del limitado crecimiento de las izquierdas en los esquemas y doctrinas que sostenían los miembros de esas corrientes que en factores estructurales de la sociedad argentina.

Pero se diferencian en los factores que privilegian: mientras Torre, como Karabel, coloca en un lugar central al sistema de partidos, Hora, más cercano a la posición de Sombart, subraya la importancia de los mecanismos de movilidad social y las posibilidades que un Estado liberal daba a la protesta y participación.

Ello se relaciona con una diferente evaluación del régimen político del 1900. Para Hora, se trata de un modelo liberal exitoso en la canalización de demandas. Para Torre, en cambio, esta capacidad era limitada, lo que dio lugar a un poderoso actor opositor como la ucr; fue la capacidad de esta fuerza de interpelar a los trabajadores, y no la eficacia integracionista del régimen liberal, la que colocó fuertes límites a la expansión del socialismo. 

Contrastando los argumentos de Hora y Torre, podemos retomar la vieja pregunta de un modo que es relevante no solo para el análisis historiográfico, sino también para la intervención política en el presente: la izquierda, y en particular el socialismo, ¿fracasó por su excesiva radicalización frente a una demanda social más moderada, o por encontrarse con fuerzas que se mostraron más capaces de representar la insatisfacción frente a la situación política imperante?.

*Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Este artículo fue publicado originalmente por la revista Nueva Sociedad (nuso.org).