Como en el poema El Golem de Jorge Luis Borges, inspirado en una vieja historia cabalista, Alberto Fernández era un presidente que había llegado más por la labor de sus hacedores que por mérito propio, destinado quizás a una presidencia de transición y a ocuparse principalmente de que su coalición de gobierno mantenga una sana convivencia. Así como el Golem, la presidencia de Alberto Fernández también tomó vida propia de repente ante la crisis mundial generada por la pandemia, dándole la posibilidad de tener una presidencia histórica y de desarrollar su propia personalidad como líder de una nación.
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Las encuestas de opinión pública muestran que la primera etapa de esta crisis fue bien resuelta por el Presidente y su equipo de gobierno. Su estilo conciliador, la firmeza de las primeras medidas, la anticipación al pico de la crisis, y el oportuno asesoramiento de expertos epidemiólogos, hicieron que su estilo de liderazgo pueda romper las barreras partidarias generando una buena evaluación incluso entre quienes votaron a Macri. Como dijo la escritora Maya Angelou "Las personas olvidarán lo que dijiste, pero nunca olvidarán cómo los hiciste sentir", es justamente ahí donde radica el efecto positivo de la comunicación del Presidente.
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Sin embargo, capear una crisis desde la Presidencia de la Nación tiene más relación con la resistencia que con la velocidad. Alberto Fernández es mejor comunicando que informando, por eso a pesar de la buena imagen que genera siempre quedan más dudas que certezas después de cada conferencia de prensa, por lo que terminan siendo los ministros y gobernadores quienes deben aclarar varios puntos no desarrollados por el Presidente.
¿Qué podría mejorar para sus próximas apariciones? Debería tener una estructura clara con los puntos más importantes para poder explicar lo que la gente quiere saber, sin olvidarse ninguno. También es importante que se exprese sobre los temas más polémicos que van surgiendo a medida que avanza la crisis, como los sobreprecios en la compra de alimentos o la salida de los presos de las cárceles. Aunque estos demás se puedan ir erosionando en la agenda mediática, si no son explicados y resueltos, no van a terminar de desaparecer y se convertirán en parte de la narrativa de la crisis.
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Dentro de la comunicación de gobierno, no todos los temas son iguales, una primera forma de dividirlos es entre los temas centrales y los accesorios. En este caso, los temas centrales son el virus, la cuarentena y la economía cotidiana de la gente. El resto son temas accesorios, que hoy, ante la urgencia de lo que sucede, no tienen gran poder de daño en el corto plazo pero sí cuando la tensión baje y el desgaste suba.
Por la contundencia de la crisis, y ante la buena comunicación desde la presidencia, las polémicas están sucediendo hoy en el nivel accesorio de los temas, por eso no dañan la figura del presidente en el corto plazo. Pero es un error ignorarlas porque estas no desaparecen, sino que se acumulan y en el momento de mayor debilidad del gobierno vuelven a aparecer con más fuerza que antes. Hay que resolver ahora esas pequeñas crisis que va generando la gestión, porque en el país que se viene, el de la nueva normalidad, saldrán a flote todos los problemas que no se resolvieron para sumarse al desgaste de las dificultades económicas que nos esperan.
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Como lo prueban diversas investigaciones, ante el estallido de una crisis de gran magnitud los gobernantes tienden a subir mucho y muy rápido su imagen en la opinión pública, pero después bajan con la misma rapidez cuando toca afrontar las consecuencias que dejó este trance. Sin ir más lejos, cuando los bombardeos cesaron en Londres y los barcos rescataron a los soldados británicos atrapados en Dunkerque, Churchill perdió las elecciones.