POLICIA
Efedrina, poltica y crimen

Las últimas horas de Forza, Ferrón y Bina a manos de sus verdugos

El libro La Ejecución, de los periodistas EmiliaDelfino y Rodrigo Alegre, reconstruye cómo fueron las macrabras muertes con tinte narco.

 Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón.
| Cedoc.
El libro La Ejecución, de los periodistas Emilia Delfino y Rodrigo Alegre, revela la historia secreta del Triple Crimen de General Rodríguez. El caso desnudó la conexión entre la Mafia de los Medicamentos, la recaudación en la campaña que llevó a Cristina Kirchner a la presidencia de la Nación y el narcotráfico.

El primer capítulo del libro relata las últimas horas de las tres víctimas: Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopodo Bina, en mano de sus verdugos. A continuación se transcribe parte de la reconstrucción del crimen a manos de los hermanos Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillaci.

Últimas horas: 7 de agosto de 2008

La cocaína, que de repente le apareció tan amarga, invadió la boca de Sebastián Forza. Con la fuerza de una muerte violenta que llegaría en poco tiempo, atravesó la garganta. Uno de los verdugos lo había obligado a tragarla a la fuerza, como un mensaje encriptado de que podía someterlo a lo que quisiera. Los tres estaban con vida. aún. Nunca debían haber aceptado esa invitación a pasar a esa habitación fría y ajena. Damián Ferrón y Leopoldo Bina se habían resistido hasta el final. Golpeados, tajeados, reducidos a muñecos de trapo, ambos habían pagado con saña la resistencia inicial. El piso duro y frío había recibido sus cabezas con intensidad y perseverancia, una y otra vez. Las caras hinchadas y el mareo por los golpes les provocaban una sensación de huida. A Forza todavía no le habían tocado un pelo.

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De rodillas, con las manos sobre la espalda y los precintos cortándoles el paso de la sangre en las muñecas, se entregaban a lo inevitable. Veían la pared y la vida les pasaba por delante, abandonándolos sin culpas. Se acercaba el turno de Ferrón, el primero que dejaría la agonía.

El ejecutor experto tomó la pistola Tanfoglio que le había quitado a Forza. Apreció el arma italiana, calibre 40, y buscó la mejor posición a espaldas de los tres jóvenes. Ferrón lo vio alejarse de reojo. El ejecutor prefería no mirarlos a la cara. Había sentenciado que morirían como perros sin dueño.

Caminó con tranquilidad, rodeándolos. Miró a Ferrón y sintió que le despertaba una incipiente culpa. "Pobre pelotudo", pensó. "Tiene cara de buen tipo". La orden era dejar a Forza con vida hasta el último momento. Prefirió que ese hombre que le generaba una tímida compasión fuera el primero en morir. Damián sintió una sobra invisible posarse sobre su espalda. Sintió el frío y el calor suave de los besos de Mariela, las palmas de su hija acariciándolo, el abrazo de su hermano, la comida y el amor de su madre intentaron regresar a rescatarlo. La sombra se detuvo por completo, tan cerca como para fusilarlo y lo suficientemente distanciado como acostumbra un profesional. Ferrón ya se había percatado de todo. EL tirador alzó una brazo a la altura de la cabeza de su blanco y, sin dar más vueltas, disparó dos tiros. Le voló la tapa de lso sesos. El medio cuerpo de Ferrón se desplomó, la cara golpeada rebotó contra el piso y quedó rendido e inmóvil. Forza y Bina se sobresaltaron. Podían ver los pedazos de cerebro escurriéndose sobre la sangre a través de la grieta en el cráneo.

El segundo ejecutor tomó la otra pistola de Forza, la Taurus 9 milímetros, se ubicó junto al primero, apuntó a la espalda de Damián y le disparó dos tiros. 

Hicieron una pausa en la secuencia de ejecución. Leopoldo y Sebastián volvieron a percatarse del frío de esa habitación maldita. 

La lucha mano a mano con Bina había irritado a los verdugos. Lo despojaron de su reloj y su alianza de oro. 

- Así que te hacés el malo, pelotudo. No sabés con quién te metiste. ¿Querías hacer mucha platita? Te hubieses quedado trabajando con tu papito. Dame el cuchillo - ordenó el más violento a uno de sus socios.

El filo le acarició la cara afeitada. Bailaba lentamente sobre aquellos centímetros de piel que alguna vez habían acariciado su madre, su hija, su mujer. La mano que lo manipulaba coqueteaba con una herida. Bina dejó correr unas lágrimas de impotencia. El verdugo sonrió con satisfacción. Ya no podía luchar. Los dedos de su captor tomaron su oreja derecha como pinzas. 

- Quedate quieto.

El cuchillo la rebanó por completo. Los gritos de Leopoldo envolvieron la habitación. Forza cerró los ojos.

Mientas observaba las muecas de dolor de Bina, el primer ejecutor esperó que la sangre corriera. Esperó y esperó a que sus socios se desquitaran de crueldad, que fluyeran como fantasmas las palabras violentas, los golpes y las risas cruentas. Volvió a posarse como un cuerpo gigante sobre la espalda de Leopoldo. Más frío. La mano certera, de pulso perfecto, disparó dos tiros. Dieron directo en la nuca. Forza lo miró caer en cámara lenta. Bina se desplomó junto a Ferrón y el segundo ejecutor le disparó en vano dos tiros con la 9 milímetros en el omóplato izquierdo, directo a la aorta y al pulmón. Corrió la sangre.

Llegó su turno. EL primer ejecutor se acercó a Froza. Cara a cara, en cuclillas, lo miró a los ojos. Forza vio un rostro relajado, despreocupado, satisfecho. La némesis de su cara moribunda. El asesino le habló con la mirada.

- Están muertos por tu culpa... Miralos.

Ya los había visto, durante esas horas que se hicieron noches interminables. Era una tarde soleada, pero todo se sucedía como si se acercara el amanecer. El primer ejecutor le mostró su propia arma Tanfoglio, esa de la que Forza jamás se despegaba. Se incorporó con tranquilidad y abandonó la habitación. Sus socios se alejaron de Forza. Estaba solo. Lloró y dejó que el agua corriera por la nariz. Nunca supo cuánto tiempo estuvo así ni cuánto tardó en regresar su verdugo. No se dio cuenta cuando le apuntó con su pulso perfecto y le disparó dos tiros consecutivos en la nuca. Sin meditarlo, volvió a disparar otros cuatro tiros, otra vez, en la nuca, y se retiró al fondo de la habitación.

El segundo ejecutor tomó nuevamente la 9 milímetros y le disparó otros cuatro tiros que le quebraron las costillas e ingresaron en sus pulmones. Forza, Ferrón y Bina yacían como compañeros de tumbas vecinas en un cementerio improvisado. Se acercaba el atardecer y comenzaba el operativo para hacer desaparecer las pruebas y desviar las pistas del triple crimen.

- Límpienlos un poco. Hay mucha sangre. Guárdenlos donde dijimos. Hay que encargarse de la camioneta y el auto -ordenó el jefe-. Vos -indicó a uno de sus socios-, ¿tenés todos los teléfonos, no?

- Sí, está todo.

- Bien. A laburar.


Extracto del libro La Ejecución, de Emilia Delfino y Rodrigo Alegre. Editorial Sudamericana (2011).